Vladímir Putin lleva proponiendo un cambio en la agenda de encuentros bilaterales entre Rusia y EE UU desde hace varios meses.
En los últimos encuentros del club Valdái celebrados en Nueva York, Moscú y Sochi, Putin llamó a la comunidad internacional a concentrarse en dos objetivos: la creación de una amplia coalición internacional contra el Estado Islámico y la reparación de los Estados libio, iraquí y sirio. Sin embargo, EE UU rechaza esta propuesta de cooperación, lo que sitúa al país norteamericano en una posición insólita: Washington ha dejado de llevar la iniciativa y ahora tiene que reaccionar a los movimientos de Moscú.
Los discursos del presidente ruso reflejan ahora menos indignación por la arbitrariedad de los países occidentales en los asuntos de índole internacional. Hubo un momento en que la totalidad de sus intervenciones estaban consagradas a este tema. Parece que Rusia ha renunciado a hacer frente a la improvisación como única vía para llamar la atención de la comunidad internacional. En lugar de esto, ha pasado a participar activamente en la recuperación del statu quo en las regiones que considera estratégicas.
Las ‘medidas activas’ aplicadas en Siria colocan a Rusia en una posición ventajosa, ya que permite al país eslavo mantenerse al margen de la opinión de Occidente sobre la forma de combatir al Estado Islámico. Lo cierto es que Moscú ya ha creado una coalición internacional. A diferencia de la oposición siria, por la que apuestan Estados Unidos y la Unión Europea, los aliados de Moscú—Siria, Irak, Irán y las milicias kurdas— sí están combatiendo al Estado Islámico. Durante cuatro años libraron esta lucha sin apoyo externo; ahora, con la ayuda de Rusia, sus posibilidades de éxito han aumentado considerablemente.
Durante su encuentro en la sede de la ONU a finales de septiembre, Putin y Obama discutieron principalmente sobre Siria y acordaron “seguir cooperando”, declaración que podía significar cualquier cosa. Pero lo importante es que los ministerios de Defensa de los dos países recibieron la orden de discutir los detalles de dicha cooperación.
El segundo alegato de los últimos discursos de Putin habla de la necesidad de restaurar el Estado en los territorios de Libia, Siria e Irak, donde ahora reina el caos y la anarquía. En este sentido, lo primero que propone Moscú es adoptar una solución para el problema de los refugiados. Sin embargo, la receta no parece sencilla: restaurar el sistema estatal en aquellas regiones donde este ha sido destruido no será fácil.
El resultado de la cooperación ruso-estadounidense fue la firma de un memorándum de entendimiento a mediados de octubre sobre la seguridad de los vuelos en el espacio aéreo de Siria. De acuerdo con este memorándum, las autoridades militares de ambos países están llamadas a establecer comunicaciones con fines operativos y de apoyo en situaciones críticas.
No obstante, tal coordinación no prevé una colaboración plena y tiene un carácter estrictamente limitado. Por ejemplo, no implica el intercambio de datos de inteligencia ni supone la aprobación por parte de EE UU de la política rusa en Siria. La negativa de EE. UU. a colaborar plenamente con Rusia en la cuestión siria se debe a su temor por contrariar a sus aliados del Golfo Pérsico, así como a su falta de interés en que Rusia fortalezca posiciones en la región. Por otra parte, Washington está teniendo problemas a la hora de desarrollar una estrategia regional integral, lo que le lleva a dilatar la toma de decisiones.
A juzgar por el tono de las últimas intervenciones de Putin, Rusia ha aceptado las diferencias irreconciliables con EE UU y la OTAN, y ya no los considera un obstáculo para la defensa de sus intereses nacionales.
Por primera vez parece que Moscú ha aceptado la fórmula de interacción propuesta por George W. Bush: “No somos enemigos, hagan ustedes lo que quieran y nosotros haremos lo que queramos”. Y, en efecto, Rusia está haciendo lo que considera oportuno, aunque esto dé lugar a reproches desde las capitales occidentales. Antes, Moscú intentaba convencer a sus socios de construir un “espacio de seguridad común e indivisible” desde las posiciones más débiles. Veremos que sucede de ahora en adelante, pues, ciertamente, no somos enemigos.
Andréi Sushentsov es profesor en la Universidad MGIMO, además de director de programa del Club Valdái.
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