La increíble historia de Natalia Andrósova, la aristócrata que acabó siendo una estrella en la URSS

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Miembro de la familia Romanov, habría sido lógico que mantuviera un perfil bajo en la URSS. Sin embargo, se convirtió en una mujer que hacía espectáculos de moto en una pared vertical.

La princesa Natalia Andrósova, la hija del bisnieto del zar Nicolás I se convirtió en una temeraria acróbata que vivía la vida al límite.

Mientras que sus familiares fueron al exilio o murieron, Natalia utilizó su carisma para mantener su identidad noble escondida de la policía secreta soviética. Durante el periodo comunista, fue una piloto de motocicleta en paredes verticales.

No temía estar en primer plano, la historia de Andrósova es la de una mujer que vivió una vida alucinante.

Pasado sospechoso

Nació con el título de princesa Iskander-Romanóvskaia, y antes de 1917 eso podría haber significado un billete a una vida de lujo. Sin embargo, Natalia Iskander-Romanóvskaia –que pasó a ser Natalia Nikoláievna Andrósova en 1920– nació poco antes de la revolución y como descendiente directo del hijo desgraciado de Nicolás I –Gran duque Constantino Nikoláievich– su familia se vio obligada a pasar años escondida en Tashkent (actualmente en Uzbekistán). Aquí su familia creía que iba a estar segura, tras la ejecución del Gran duque Nicolás Konstantínovich (abuelo de Natalia), por parte de los bolcheviques en 1918. Desde Tashkent los Iskander vieron cómo sus familiares iban cayendo uno a uno en manos de los bolcheviques. Cuando el padre de Natalia, el príncipe Alejandro Iskander, en 1919 fue a luchar contra los bolcheviques en el sur de Rusia, ella se quedó con su madre y su hermano y se enfrentaron solos a la guerra civil rusa. Su padre abandonó Rusia en 1920 con miembros del Ejército Blanco por Crimea.

La madre de Natalia trasladó a su familia a Moscú en 1919, donde ocupó un sótano enano en Arbat, muy cerca del Kremlin y se hacían pasar por plebeyos. La familia fue discriminada por el Gobierno soviético por no ser ni campesinos ni obreros, pero se salvaron de un análisis más minucioso después de que la madre de Natalia volviera a casarse con Nikolái Andrósov en 1924, lo que le ayudó a tomar ese apellido.

Natalia vivió una niñez tranquila en Moscú con la fuerza de la nueva identidad, aunque su madre no intentó ocultarle el origen noble de la familia. “Ser la nieta del gran duque y la hija del bisnieto de Nicolás I era una sentencia de muerte”, declaró en una entrevista 1996, “pero las fotografías de la familia de los Romanov siempre estuvieron en casa”.

Una mujer espectáculo

La supervivencia de los nobles que quedaron en la URSS no era fácil pero la limitación de derechos, junto con una discriminación positiva de los campesinos y de los trabajadores, limitaron las posibilidades educativas y de carrera de Natalia.

Natalia se mantuvo firme. “Nunca se rompió el hilo entre mi herencia y yo”, declaró en una ocasión para explicar por qué caminaba con la cabeza alta y parecía que estaba destinada a la grandeza. Alta, orgullosa y guapa atraía la atención y estaba considerada la “Reina de Arbat”. Si había algo que fuera fresco y de buena onda en la Rusia de la época de Stalin, ella lo encarnaba. 

Durante sus años de adolescente fue arrestada como “saboteadora alemana”, solo por ir demasiado elegante con una chaqueta de terciopelo y con tacones por Moscú.

Como tenía pocas opciones de carrera, el amor de Natalia por el deporte hizo que llegará al mundo del circo. Se dedicó a conducir una moto en una pared vertical en el Parque Gorki de Moscú en 1939 y con su buen aspecto y carisma sus actuaciones eran todo un éxito.

Natalia Andrósova, los años 40.

El escritor Yuri Neguibin se refirió a sus espectáculos como algo “aterrador y bello, el estruendo de la moticicleta, su cara pálida y sus ojos engrandecido... Era como una diosa, un piloto de carreras y una amazona”.

Tuvo numerosas lesiones por sus espectáculos en el “Muro de la muerte”. “Me caí muchas veces y en los años 40 perdí una rodilla. Un año después volvía a estar de nuevo en el 'Muro de la muerte”.

Siguió impresionando al público a lo largo de casi 30 años y solo paró durante la Segunda Guerra Mundial. La intrépida doble se dedicó a desactivar bombas alemanas y a enviar pan a las tropas soviéticas, que estaban en el frente durante el conflicto.

Espía escéptica

Su perfil como “Reina de Arbat” no pasó desapercibido durante las purgas estalinistas. Como mujer de espectáculos que viajaba, estaba sometida a una supervisión constante. En 1939 se descubrió su verdadero origen y un hombre trató de chantajearla pidiéndolo sexo.

Natalia dio un manotazo en la cara a ese hombre, lo que llamó la atención del NKVD.

A pesar de su estatus de princesa, Natalia no fue tratada con la misma brutalidad que otros millones de personas. En lugar de condenarla a un campo de trabajo, parece que los agentes de la Lubianka trataron de reclutarla. En su perfil del NKVD se decía que era “joven, inteligente y atractiva”. Su único problema era que se negaba a cooperar con la policía secreta y les dijo que “no deseaba aprender a delatar a otras personas”.

Sin embargo, como el NKVD llegó a saber sobre sus raíces, no había opción para rechazarlo. En la única misión en la que participó, bajo el sobrenombre de Lola, tuvo la tarea de seducir a un diplomático francés en Crimea. Lo siguió desde Moscú y simuló un problema con el vehículo y él tenía que ayudarla, pero el francés no cayó en el cebo.

Natalia no impresionó como espía, pero los servicios secretos le dejaron que continuara emocionando a las masas como doble, lo que hizo hasta su retirada en 1964. Vivió en paz el resto de su vida. Se casó con el director de cine Nikolái Dostal en los años 50. Nunca tuvo hijos pero crió a los dos hijos de Nikolái. Enviudó dos años después de casarse. Durante el deshielo de Jrushchov le permitieron que se pusiera en contacto con su familia en Francia. Tras la caída de la URSS visitó la tumba de su padre en Niza y declaró que ya “había cumplido con todo en la vida”.

Natalia nunca llegó a experimentar la vida que podría haber tenido como una princesa Romanov. Sin embargo, mientras su vida material era la de una plebeya, tenía el alma de una persona de la realeza y trató de mantenerse lo más fiel posible a su condición de Romanov, dentro de los confines de la URSS.

Es más, esta confianza e independencia que mantuvo durante su vida fue una muestra de beligerancia impensable dentro de un sistema que demandaba docilidad y fue una especie de silenciosa protesta contra el régimen que había acabado con su familia. En 1996, cuando le preguntaron si temía los disparos que oía en las calles, respondió con orgullo: “No, nunca he tenido miedo de nada”. Murió en 1999, a los 82 años.

Aquí te contamos sobre el fusilamiento de la familia Romanov.

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