Cuando Stalin murió, Jruschov no tardó en hacerse con el poder. Fuente: ITAR-TASS
Nikita Jrushchov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964, es un icono. A su figura se halla vinculada toda una época de la historia soviética -la del deshielo-, en que tuvo cabida la denuncia del culto a la personalidad de Stalin, el vuelo de Gagarin al espacio, las 'jrushchiovki' (edificios de apartamentos prefabricados), el florecimiento de la literatura y el cine, la disidencia, la crisis de los misiles de Cuba… Fue un hombre tan contradictorio como los tiempos que le tocó vivir.
Una ‘jrushchevka’ es un bloque de edificios de cinco pisos prefabricados, característicos de los tiempos de Jrushchov. Un koljós (granja colectiva) es una cooperativa agrícola.
Nació en una aldea de Kursk. En la década de 1930, cuando las represiones estalinistas causaban estragos, fue el Primer Secretario del Partido Comunista de Ucrania. Y no daba ninguna muestra de liberalismo. Al contrario, reprimió con mano dura a los denominados 'enemigos del pueblo'. Su biografía no tenía nada de especial para un funcionario soviético.
En general, se mostró de acuerdo en todo con Stalin mientras éste vivió. Dicen incluso que en las fiestas que se celebraban en el Kremlin obligaba a Jrushchov a bailar el gopak (un baile popular ucraniano) con su camisa ucraniana desabrochada. Y es muy probable que fuera así.
Pero cuando Stalin murió, Jrushchov no tardó en hacerse con el poder. Empezaron a rehabilitar a los presos políticos y a entregar los pasaportes a los koljosianos, que en tiempos de Stalin estaban privados de libertad de movimiento.
Pero, en general, Jrushchov pensaba más en el futuro que en el presente. Fue él quien lanzó el eslogan: “¡Alcanzaremos y superaremos a Estados Unidos!”. Prometió al pueblo que la generación actual viviría bajo el comunismo, que el comunismo comenzaría en 1980. Pero como se decía en broma después, ya en 1980, en lugar de comunismo, hubo unos Juegos Olímpicos.
Jrushchov fue una figura brillante, un líder carismático. Más tarde, en tiempos de Brezhnev, cargaron contra él por su voluntarismo. Pero era necesario un hombre precisamente como él para sacar al país de su anquilosamiento. Todo el tiempo estaba rebosante de ideas. Hizo llamamientos a colonizar tierra virgen y baldía, despotricó contra los artistas abstractos en una famosa exposición en el Manezh (al ver uno de los cuadros dijo: “¡Hasta un burro mueve mejor la cola!”), dio instrucciones para que se plantara maíz en todo el país. Llegó incluso a rozar el ridículo. Se intentó plantar maíz incluso en Carelia, en el norte, donde no hay condiciones para que pueda crecer. Amenazó con declarar la guerra a Inglaterra y Francia.
De él se podía esperar cualquier cosa. Por un lado, se liberó a los represaliados; por otro, se aplastó con tanques la sublevación húngara. Por una parte, se publicó la obra del disidente Solzhenitsyn; por otra, se abrió fuego contra una manifestación pacífica en Novocherkassk.
Tenía una manera particular de expresarse, no se avergonzaba de ello. Podía decir tranquilamente a unos diplomáticos norteamericanos: “Les enterraremos”. A Nixon le dijo: “¡Les mostraremos a la madre de Kuzmá!”. Se trata de una expresión rusa que se emplea para amedrentar y que se traduce al español por “enseñar lo que es bueno, cantar las cuarenta”, etc. Los estadounidenses no entendieron qué quería decir con la madre de Kuzmá. ¿Con qué trataba de asustarles?
Jrushchov golpeaba con el zapato la tribuna de la ONU durante los debates sobre la crisis húngara. Eso no se le podía permitir siquiera a un presidente. Era un hombre vehemente, emocional, apasionado, un tipo sin complejos. Mao Zedong lo apodó “chanclo viejo”.
Una vez, dirigiéndose al alcalde de Nueva York, Robert Wagner, le dijo: “Por poco se me escapa y le llamo Robert Petróvich. Cuando trabajaba de joven en la fábrica, nuestro director era el ingeniero Robert Petróvich Wagner”. Un comentario propio de él, cálido, muy humano.
Jrushchov, a diferencia de Stalin, no era en absoluto ceremonioso. Sencillo, incluso en exceso. Muy travieso, todo redondo, calvo. La nariz chata, las orejas prominentes. Tenía el mismo aspecto que un campesino o un dependiente de una tienda de vino. Además, no dejaba de gesticular. En las recepciones agitaba con tanto ímpetu la copa que derramaba el coñac.
En general, Jrushchov era muy infantil. Después de la comida, durante sus paseos por el parque, llevaba pegado al pecho un pequeño transmisor que le habían regalado en Estados Unidos. Dicen que durante ese rato emitían especialmente para él melodías campesinas, que le gustaban mucho. La radio lo maravillaba hasta el fondo de su alma. Y también le fascinaban los juguetes militares. Las nuevas bombas, los aviones…
Se burlaban de él, lo llamaban 'Iván el tonto en el trono'. Pero le tenían afecto. Era verdaderamente encantador.
Su tumba se encuentra en el cementerio Novodévichi de Moscú. En ella hay un monumento obra del famoso escultor Ernst Neizvestni. Al final de su vida, Jrushchov escribió un testamento donde pedía específicamente que fuera Neizvestni el encargado de hacerle el monumento funerario. Este monumento representa su cabeza en un marco blanco y negro. Representar a Jrushchov con colores es imposible. Era una persona compleja.
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