Kimzha se encuentra en una orilla alta en la confluencia de los ríos Mezen y Kimzha. Hasta 2008 no apareció una carretera que fuera transitable durante todo el año. Antes, para llegar a este remoto pueblo del norte ruso, había que hacerlo principalmente por aire o agua. Los veranos cortos, los inviernos largos y duros y las carreteras en mal estado no hacían más que agravar la tarea. En parte, gracias a esto Kimzha ha mantenido su forma original: pintoresca, antigua, como un museo revivido de la arquitectura de madera.
Se encuentra a 1.574 kilómetros de Moscú. La primera mención de Kimzha data de las crónicas de principios del siglo XVI. Los mejores años del pequeño asentamiento fueron los de la década de 1920, cuando vivían aquí 760 personas. Ahora el número de sus habitantes depende de la temporada: unas 100 personas en invierno y 100 más en verano, cuando llegan los familiares.
Kimzha siempre ha sido popular en el norte. En primer lugar, su fama proviene de la producción de cobre: antiguamente, se fundían aquí campanas para caballos y joyas de cobre. Al mismo tiempo, los habitantes tenían una reputación especial: los pueblos vecinos estaban convencidos de que los habitantes de Kimzha tenían la capacidad de echar el mal de ojo, incluso los llamaban brujos.
Desde la fundación del pueblo hasta 1951 no hubo cementerio, y la gente era enterrada donde lo pedían. La mayoría de las veces no estaba lejos de la casa donde vivía el fallecido.
Pero había tres iglesias por cada pequeño pueblo: dos de ellas eran para los Antiguos Creyentes, los que se habían separado de la iglesia oficial y habían sido tachados por ella de herejes. Kimzha se convirtió en un refugio para ellos. No todos compartían la misma corriente religiosa, pero convivían pacíficamente en calles vecinas.
El único ejemplo que se conserva es la iglesia ortodoxa de Santa Odigitrievskaia, construida con alerce en 1763.
El principal punto de referencia de la ciudad y un sorprendente ejemplo de la arquitectura de madera del Norte de Rusia se encuentra justo en el centro del pueblo.
Pero además de la antigua iglesia, otros 70 edificios han sido reconocidos como patrimonio histórico. Todas las casas del pueblo tienen más de cien años: son robustas cabañas del norte, gracias a las cuales la gente de toda Rusia viene a Kimzha. Por cierto, es posible alojarse en ellas.
El pueblo aparece en muchas guías y ha cobrado nueva vida por su condición de pueblo más bello del Norte de Rusia, título otorgado en 2017 por la “Asociación de los pueblos más bellos de Rusia” (la asociación se creó bajo los auspicios de la federación internacional de los “Pueblos más bellos del mundo·). Ha cambiado, entre otras cosas, la vida de la población local. Los lugareños obtuvieron una subvención y convirtieron una cabaña en un museo, además de celebrar un festival internacional de molinos.
Kimzha era conocida por sus molinos de viento de madera. Contaba con diez de ellos. Ahora quedan dos, y son los molinos más septentrionales del mundo.
Uno de ellos alberga también un museo, y el otro ha sido restaurado con la ayuda de expertos de los Países Bajos, atraídos por el festival. Actualmente está en funcionamiento.
Durante la temporada turística, los lugareños pasean por la calle con trajes nacionales, enseñan a los niños artesanía rusa en la escuela, cultivan un lecho de cebada “para mostrar cómo lo hacían nuestros antepasados” y se lamentan: “Queremos demostrar que tenemos todo como en los viejos tiempos, y la mitad de las casas están cubiertas con antenas parabólicas”.
Pero con la afluencia de turistas los lugareños no han abandonado otro negocio que les aporta pequeños ingresos pero que supone un peligro. No muy lejos de Kimzha se encuentra el cosmódromo de Plesetsk (está aquí desde los años 60, en la época soviética), y periódicamente caen pedazos de los cohetes en los bosques de los alrededores. Durante décadas los habitantes del pueblo han recogido desechos espaciales, los han vendido como chatarra, han vertido heptilo de combustible para cohetes (muy tóxico) y han fabricado barcas. Los lugareños, aparentemente ajenos a la amenaza, confiesan que las embarcaciones fabricadas con los restos de los cohetes se utilizan para llevar a los turistas de excursión y para pescar ellos mismos aquí. Afirman que son embarcaciones muy duraderas.
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