El 30 de octubre de 1961, la URSS realizó pruebas de su bomba de hidrógeno RDS-202 en el Ártico, que produjo 58 megatones de TNT. Su poder destructivo era varios miles de veces superior al de Little Boy, lanzada sobre Hiroshima por Estados Unidos en 1945.
Inicialmente, el plan era crear y detonar una bomba de TNT de 100 megatones, y el líder soviético Nikita Jrushchov llegó a decir: «Como la espada de Damocles, que una bomba de 100 megatones penda sobre las cabezas capitalistas».
Sin embargo, debido a los posibles daños al medio ambiente, se decidió reducir su potencia a la mitad. No obstante, las consecuencias de su explosión fueron asombrosas.
Una enorme nube en forma de hongo se elevó a 67 km de altura y la onda expansiva se dejó sentir hasta a 1.000 km del epicentro, dando tres vueltas a la Tierra. En un pueblo fantasma situado a 400 km, hizo estallar ventanas y arrancó árboles y tejados.
La detonación de la bomba termonuclear más potente de la historia conmocionó al mundo.
“Esta prueba me sumió en un estado de shock que nunca antes había sentido”, confesó el Primer Ministro japonés Hayato Ikeda.
Por ello, las potencias iniciaron inmediatamente negociaciones sobre la no proliferación de armas de destrucción masiva.
En 1963, la URSS, Estados Unidos y el Reino Unido firmaron el tratado que prohibía las pruebas de armas nucleares en la atmósfera, en el espacio exterior y bajo el agua. Hasta la fecha, el número de países signatarios asciende a 131.
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