La idea de que los trenes también pudieran “volar” agitó las mentes de los científicos durante todo el siglo XX. En los años 70, los ingenieros soviéticos hicieron realidad este sueño. El proyecto se llamó “Vagón laboratorio de alta velocidad”.
En un tren eléctrico se montaron un par de motores turborreactores del entonces nuevo reactor Yak-40; se desarrollaron sus frenos y el chasis del automotor se hizo más aerodinámico.
El vagón pesaba 59 toneladas, con 6 toneladas para las reservas de queroseno. Su velocidad máxima récord alcanzó los 249 km/h (274 km/h según diferentes datos). Sin embargo, nunca llegó a circular por los ferrocarriles soviéticos.
El problema radicaba en los propios ferrocarriles, que no estaban diseñados para semejante velocidad y carga. Se consideró económicamente ineficaz construir nuevos ferrocarriles y estaciones de tren. Así que el proyecto se canceló en 1975. Como consuelo, los científicos reconocieron: el vagón turborreactor se había convertido en una fuente de valiosa información sobre el comportamiento de los trenes a velocidades ultraaltas.
Por cierto, el morro de este vagón con el motor turborreactor en el techo es ahora una estela conmemorativa de “la Compañía Ferroviaria de Tver”.
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