El pasado 11 de octubre, una misión suministró a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) una nueva impresora 3D desarrollada por la startup rusa 3D Bioprinting Solutions. La compañía ya ha creado una glándula tiroides en ratones en su laboratorio de Moscú, pero la microgravedad es un entorno totalmente diferente.
Sin las conexiones a las que los científicos están acostumbrados en la Tierra, en órbita se requiere un mayor control de la temperatura de funcionamiento de la máquina. El proceso de bioimpresión 3D, en el que las impresoras 3D emplean biomateriales y células para acumular tejidos capa por capa, probablemente será diferente en microgravedad. Los científicos, sin embargo, creen que el intento vale la pena.
Los científicos esperan que los órganos humanos impresos en 3D en condiciones de microgravedad funcionen mejor gracias a una estructura más precisa. También serán menos propensos a ser rechazados por el cuerpo.
“La microgravedad puede ayudarnos a obtener biomuestras con un mayor porcentaje de células viables”, declaró Dmitri Serin, subdirector del centro de ciencia y tecnología de la corporación Energia Space. “Las células en crecimiento experimentarán menos presión en el espacio”.
La impresora 3D tiene el tamaño de dos palmas de las manos humanas y pesa unos 10 kilogramos. Junto con la impresora, los científicos rusos llevarán finas muestras de tejido de glándula tiroides que ya ha comenzado a crecer.
En el futuro, Serin cree que se podría establecer un nuevo módulo en la ISS que imprimiese tejidos y órganos. “Naves espaciales podrían poner en órbita células humanas y regresar a la Tierra con órganos para trasplantar a personas que lleven mucho tiempo esperando donantes”, dijo Serin.
Sin embargo, hay muchos problemas que resolver antes de que los terrestres comiencen a recibir trasplantes de órganos impresos en 3D. “Las muestras pueden verse afectadas por diferentes cosas durante el vuelo espacial”, comentó Stanislav Petrov, ingeniero de diseño de Energia. La radiación es la más común y peligrosa de ellas.
Este dispositivo, que fue desarrollado por la moscovita 3D Bioprinting Solutions, no es el primero en el espacio. La empresa estadounidense Made in Space llevó la primera impresora 3D a la ISS en 2014 y una segunda en 2016.
Hasta hace poco, la empresa imprimía principalmente materiales no orgánicos, como fibra óptica. En agosto, sin embargo, Made in Space anunció su asociación con Allevi, otra empresa estadounidense que diseñó la bioextrusora ZeroG, también capaz de imprimir biomateriales en microgravedad.
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