Un resplandor “más luminoso que miles de soles” es lo que vio Anatoli Bugorski el 13 de julio de 1978, cuando su cabeza fue atravesada por un haz de protones 76 GeV. Tal y como recuerda el médico, no sintió dolor pero sabía que iba a tener consecuencias a largo plazo.
Este científico soviético trabajaba en el Instituto de Física de Altas Energías en Próvtino, en la región de Moscú. Estaba operando con un sincrotón de protones U-70, que en ese momento tenía el récord de energía láser.
El sincotrón es un tipo de acelerador de partículas que hace que colisionen partículas atómicas a grandes velocidades en tubos al vacío. Posteriormente se estudian las partículas resultantes de la colisión. A finales de los años 70 los soviéticos planeaban construir su propio colisionador en Prótvino y el U-70 era una pieza esencial.
Instituto de Física de Altas Energías en Próvtino.
Serguéi Velichkin/TASSLa parte del dispositivo que Bugorski mantenía lo puso en el rayo de protones que emitía el sincrotón. Dijo el centro de control que apagaran el sincrotón “en cinco minuto” pero él llego un par de minutos antes. La puerta quedó abierta por error después del experimento anterior y la señal que indicaba que el rayo seguía activo no funcionó porque había una bombilla fundida.
Bugorski entró a inspeccionar el dispositivo cuando el rayo de 2x3 mm entró en su cabeza. Le quemó e hizo un pequeño agujero en la oreja y salió cerca de su agujero de la nariz izquierdo. En una fracción se segundo Bugorski se expuso a una dosis de radiación equivalente a 200.000-300.000 Roentgen, una dosis 300 veces superior a la cantidad letal.
Bugorski hizo la prueba y dejó constancia de ello en el diario. Era un físico experimentado así que sabía que el accidente era algo muy raro. Sin embargo, por temor a las consecuencias no informó inmediatamente y fue a casa, donde empeoró su situación. La parte izquierda de la cara se le hinchó y a la mañana siguiente, tras completar un informe, fue enviado inmediatamente a Moscú.
Fue ingresado en una unidad especial para pacientes expuestos a tales niveles de radiación. Una de las doctoras que lo ayudó fue Anguelina Guskova, que en 1986 supervisó a las víctimas de Chernóbil. Toda la información de su caso era confidencial aunque fue estudiado detenidamente.
13 июля 1987-го года учёный А. П. Бугорский сунул pic.twitter.com/PYBgB8cswm
— Podkovyrin Oleg (@Podkovyrin_Oleg) 15 июля 2015 г.
Aunque al principio los médicos pensaron que no iba a ser posible, volvió al trabajo 18 meses después. Bugorski afirmó que “su pasión de toda la vida por los deportes” le ayudó a recuperarse.
Era uno de los mejore jugadores de fútbol y de baloncesto de su centro.
Bugorski perdió la audición en su oído izquierdo y su cara quedó paralizada y con un extraño aspecto joven. Más de una década después del incidente, Bugorski iba dos veces al año al hospital para que lo examinaran y a hablar con otras víctimas de la radiación. “Como viejos convictos, siempre estamos atentos los unos de los otros. No hay muchos como nosotros y conocemos nuestras historias. Habitualmente son tristes”.
Aunque sus capacidades intelectuales no mermaron, aumentaron los ataques de fatiga. Fue capaz de acabar el doctorado en el que estaba trabajando antes del accidente. Y también tuvo un hijo, llamado Piotr.
Anatoli Bugorski.
Andréi Solomónov/Global Look PressEl secretismo alrededor de su caso no lo ayudó y carecía de documentos oficiales para conseguir la medicación adecuada. Por eso le dieron, posteriormente, el estatus de víctima de Chernóbil. Solamente la ayuda de sus colegas en Rusia y en el extranjero mantuvo con vida a Anatoli.
Tampoco le ayudó que cerraran el colisionador soviético. La construcción comenzó en 1983 y se terminó en 1994, pero no llegó a funcionar. Actualmente está cerrado y solo se financia el mantenimiento básico.
Cómo fue posible que un hombre sobreviviera a una dosis de radiación centenares de veces superior a la dosis letal, es algo que se mantiene sin repuestas. Resulta difícil comparar el caso de Bugorski con el de otros, como los de Harold McCluskey o Albert Stevens. Bugorski no experimentó una exposición de cuerpo entero y fue muy corta.
A contrario que otros no sufrió trastornos de la personalidad ni una pérdida de memoria.
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