“No negamos que existan los espíritus”

ELizaveta enseña la lengua izhoriana por internet.

ELizaveta enseña la lengua izhoriana por internet.

Oleg Skripnik
Cerca de San Petersburgo existen varias aldeas en las que vive una antigua etnia rusa: los izhorianos.

“Y entonces por el cielo voló un cazo de fuego llevándose la felicidad ajena”, recita con dramatismo Nikita, un hombre de pelo negro y unos 30 años, miembro de la etnia izhoriana. En silencio lo escuchan un espíritu del bosque que se encuentra junto a él, un muñeco vestido con un traje tradicional y varios niños. Las charlas del museo izhoriano de la aldea Vístino (a 100 km al oeste de San Petersburgo), pueden resultar sorprendentes si no vas preparado.

Los izhorianos son una pequeña etnia ugrofinesa de Rusia (en total, según el último censo oficial, en el país viven 50 pequeñas etnias indígenas). Son un pueblo originario de la costa del mar Báltico. De esta tribu, en otro tiempo poderosa y sobre cuyo severo carácter escribió en el siglo XII el papa de Roma en una bula (varios misioneros latinos que intentaron convertir a los paganos a su fe fueron brutalmente asesinados), ahora quedan únicamente varios centenares de personas. Numerosas guerras y convulsiones políticas de la historia reciente han llevado a la cultura izhoriana al borde de su extinción.

Sin embargo, si alguien opta por amargar a los izhorianos hablándoles de su penosa situación, estos se sorprenderán.

Cómo transcurre la vida en la aldea

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Vístino, el centro neurálgico de la cultura izhoriana, es una limpia aldea con calles asfaltadas, cuidadas casitas de madera con ventanas decoradas y pequeños jardines de árboles frutales. Junto a los típicos edificios de numerosos pisos de las ciudades se ven pozos de madera en los patios. “Y hace un par de años no había ni una valla en el pueblo”, suspira Zinaida, que vive allí desde el año 1935.

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Las vallas que separan unas casas de otras no forman parte de la tradición de los izhorianos, pero la cercanía de un importante puerto ha provocado el incremento de las medidas de seguridad. Y las visitas de algunos curiosos (así como del ternero que algún gracioso ha enseñado a pisotear los numerosos huertos de la aldea) tampoco son motivo de alegría. Los animales salvajes son muy habituales y nada amistosos: abundan los zorros, los osos y las martas. La carretera asfaltada evita que los visitantes se pierdan: la aldea está rodeada por un bosque espeso. El año pasado los vecinos de Vístino llegaron a tomar las armas para enfrentarse a una insolente manada de lobos que atacaron la aldea.

No obstante, es muy raro ver a los izhorianos con fusiles. No son cazadores. En cambio, la pesca siempre ha sido su principal ocupación, casi sagrada para ellos. Tienen una infinidad de canciones y refranes sobre el mar. Las mujeres navegan en barcas del mismo modo que los hombres. Pero la construcción en la zona del enorme puerto comercial Ust-Luga ha dificultado en gran medida la navegación de las pequeñas barcas por el golfo.

“Hace ya dos años que no se celebra el Día del Pescador — se lamenta una anciana —. Lo hemos sustituido por el Día de la Cultura Izhoriana. ¿Y qué cultura va a ser esa sin pescadores?”.

La juventud izhoriana ha comenzado recientemente a unirse en cooperativas de pesca, dando nuevas esperanzas para la recuperación de esta actividad. Ahora la mayoría de los habitantes de Vístino trabaja en el puerto, y casi todos tienen pequeñas granjas. El único que vive según las antiguas costumbres es el pescador Alexéi, de 33 años: su familia vive de una granja ecológica y el único objeto tecnológico que tiene es un teléfono móvil.

Cultura y religión

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Según el refrán, un izhoriano habla tres veces en su vida: grita al nacer, da su consentimiento en el matrimonio y exhala su último suspiro al morir. Se trata de un pueblo cerrado y absorto en sí mismo que sigue conservando en muchos aspectos sus tradiciones paganas.

“¿Qué si creemos en los espíritus? Nosotros… no negamos que existan”, contesta sonriendo el etnógrafo Nikita. “Nuestro sacerdote lucha de forma muy insistente contra ello, pero ¿crees que es tan fácil deshacerse de la tradición?”

Este pueblo es verdaderamente obstinado a la hora de conservar su patrimonio cultural. Los más entusiastas imparten cursos de lengua izhoriana en San Petersburgo y el Estado les ayuda a editar manuales y financia el único museo etnográfico que existe en Vístino, donde los niños izhorianos estudian su lengua.

Incluso ahora, cuando la extensión del asentamiento izhoriano se ha reducido a un par de aldeas, los ritos y señas de identidad más antiguos siguen desempeñando un papel importante en la vida de los izhorianos. Los habitantes de esta zona fueron bautizados ya en la Edad Media, pero las costumbres paganas siguen teniendo fuerza hoy en día. Por ejemplo, adornan un abeto en las bodas y después cuelgan ese mismo abeto del tejado. El abeto también acompaña al hombre en su último viaje: sus ramas cubren el camino hacia la tumba. Los familiares del difunto conservan estas ramas durante cuarenta días y después las queman.

“Se dice que estamos casi asimilados”, — comenta Elena Kostrova, directora del museo. “[En realidad] no solemos hacer mucha demostración pública de nuestras tradiciones, es una cosa demasiado personal. Desde la ciudad todo esto no se ve, para ello hay que vivir más tiempo entre nosotros”.

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