Durante una intervención en Reno a finales de agosto Hillary Clinton atacó al “conservadurismo alternativo” que según ella representa Donald Trump. Según Clinton, su “alternativa” favorece a la intolerancia, la xenofobia y el racismo. “Y el padrino de este nuevo movimiento global de nacionalismo extremo es el presidente de Rusia, Vladímir Putin”, proclamaba Clinton.
Esta posición del líder ruso es completamente nueva. Hasta el momento las acusaciones eran bastante más concretas y hacían referencia, por ejemplo, a los ataques de hackers contra los servidores del comité nacional del Partido Demócrata. Sin embargo, ahora el mal que encarna Rusia se ha vuelto mucho más trascendente.
The Washington Post escribía el 5 de septiembre de las intenciones del Kremlin de “sembrar el caos y llenar las cabezas de los ciudadanos de propaganda con ataques contra la política de EE UU de favorecer a la proliferación de la democracia en todo el mundo, especialmente en los países de la antigua URSS”.
Una fuente del periódico reconoce que los servicios especiales no tienen pruebas de los “planes de los rusos” para llevar a cabo algo así. El periódico recuerda que “el gobierno de Rusia llevó a cabo un ataque cibernético contra el Comité Nacional Demócrata, aunque “el gobierno de EE UU por ahora no ha acusado a Rusia de ello” oficialmente.
Anteriormente en estos casos, aunque fuera por conservar las formas, se añadía la palabra “presuntamente”, pero ahora este tipo de acusaciones contra el Kremlin parecen verdaderos axiomas.
Si las cosas empiezan a adquirir un carácter tan beligerante, es razonable suponer que a medida que se vaya acercando el día de las elecciones la tensión se irá incrementando. A partir del 26 de septiembre se llevarán a cabo cuatro rondas de debates directos y todo indica que en ellos también se jugará la carta rusa.
El histerismo de la presente campaña electoral estadounidense, especialmente la que están desarrollando los demócratas, causa perplejidad. Sorprende especialmente en el marco de los sondeos, que no parecen dar motivos para alarmarse. Prácticamente ninguna institución analítica importante duda de la victoria de Clinton, y la mayoría de ellos estiman una probabilidad del 70 % a su favor.
Sin embargo, tanto los comentaristas como los analistas se muestran preocupados por ciertos síntomas que podrían detonar durante las semanas restantes.
La señal más preocupante de todas es la notable caída de la popularidad de Clinton en agosto tras una subida provocada por el congreso del partido. En una encuesta de CNN/ORC celebrada los primeros días de septiembre, Trump superó a Clinton por dos puntos: 45 frente a 43, mientras que un mes antes Clinton iba 8 puntos por delante.
De este modo, según la encuesta, en el ámbito económico un 56 % confía en Trump y un 41 % en Clinton. En cuanto a la lucha contra el terrorismo, un 51 % está a favor de Trump y un 45 % a favor de Clinton. Sin embargo, en cuestiones de política exterior, Trump cuenta con el apoyo del 40 % y Clinton del 56 %, una clara ventaja.
En este último punto al parecer se encierra la razón por la que Rusia ocupa las agendas de la campaña electoral. La política exterior es un ámbito (quizás, el único), en el que la experiencia de Hillary Clinton y su pertenencia a la aristocracia política puede valerle la ventaja. En cualquier caso, Trump y sus fórmulas arrogantes que van en contra de la línea habitual son un objetivo cómodo de atacar, algo que Clinton no dejará pasar en los debates.
El neo-aislacionismo de Trump resuena en el estado de ánimo de la sociedad: las encuestas llevan tiempo registrando cierto hastío respecto al imperativo del “liderazgo mundial”. No obstante, el multimillonario utiliza sistemas demasiado primitivos. Esto no gusta a quienes opinan que los asuntos internacionales requieren de gran habilidad y sutileza, algo de lo que Trump carece.
Sea como sea, la táctica de la campaña de Clinton parece más racional: incrementar la importancia de las amenazas externas para demostrar la incapacidad total del candidato republicano.
Trump se basa en la fuerza y la decisión, así como en su capacidad de negociar con Putin “de hombre a hombre”. En esta táctica esconde una astucia verdaderamente diabólica, una trama traicionera que ni el KGB soviético se habría atrevido a perpetrar. Un tipo de Queens hablando de tú a tú con este “padrino del movimiento del nacionalismo extremo”.
Cuánto más logren profundizar en la espesura de las “amenazas existencialistas” a la democracia estadounidense, habrá menos preguntas sobre las donaciones a la Fundación Clinton o sobre el modo en que Hillary logró llegar al puesto de Secretaria de Estado, que ha levantado muchas sospechas.
Por ahora esperemos que esta demonización de Rusia sin precedentes en unas elecciones presidenciales sea solamente un instrumento, que no se trate de nada personal. Aunque dado lo que se sabe hasta ahora de las opiniones de Hillary Clinton, cabe suponer que las relaciones personales son inevitables.
Artículo publicado originalmente en ruso en Gazeta.ru.
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