En la segunda mitad del siglo XVIII, los rusos empezaron a explorar Alaska y las islas Aleutianas. La región atrajo a los colonos por ser una rica fuente de pieles, el “oro blando” de la época.
El puesto más meridional de la colonización rusa fue la Fortaleza Ross (Fort Ross), en California. Estaba situada muy cerca de las posesiones españolas, a sólo 80 kilómetros de San Francisco.
La fortaleza se construyó en 1812 en un trozo de la costa del Pacífico comprado a los indios pomo locales. El 11 de septiembre ondeó sobre ella la tricolor rusa con el águila imperial bicéfala.
El comerciante francés Bernard Du Cilly visitó Fort Ross al año siguiente y encontró “tejados bien hechos, hermosas casas, campos pulcramente sembrados y cercados” y “un ambiente completamente europeo”.
Muy pronto las autoridades rusas se dieron cuenta de que las tierras californianas no aportarían muchos ingresos. “El Sur no es tan favorable, - escribió Leonti Gaguemeister, gobernador de la América rusa, en 1818. - No hay castores en Ross, y todo tipo de pesca en pequeñas cantidades...”.
El intento de desarrollar aquí la agricultura tampoco dio frutos. Las nieblas marinas y el terreno montañoso “impedían que los cereales madurasen”, y los mexicanos que sustituyeron a los españoles en 1821 obstaculizaron de todas las maneras posibles la expansión de la colonia.
El coste de mantenimiento de Fort Ross era muchas veces superior a los ingresos que se obtenían de él. En 1841 fue vendido al terrateniente estadounidense John Sutter, y Rusia perdió todas sus posesiones en California.
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