Tras llegar al poder en 1917, los bolcheviques emprendieron una reestructuración radical de la sociedad rusa: “Construiremos nuestro nuevo mundo. El que no era nada se convertirá en todo”.
En el “nuevo mundo” iba a vivir un “hombre nuevo”: una personalidad ampliamente desarrollada, un intelectual y creador profundamente entregado a los ideales comunistas, que se da cuenta de que es un pequeño, pero importante “engranaje” de la gigantesca maquinaria del Estado.
El hombre soviético ideal había sido creado a través de la educación, la crianza y la propaganda. También había un enfoque muy poco ortodoxo: crear una “nueva raza de hombres”, como si habláramos de caballos o perros.
En las primeras décadas del poder soviético, se adhirieron a ella los partidarios de la eugenesia, la doctrina de mejorar las propiedades hereditarias del hombre mediante la selección.
Lo mejor de lo mejor
El biólogo y genetista soviético Nikolái Koltsov escribió en una ocasión: “La raza de todo tipo de animales y plantas, incluido el hombre, puede cambiarse conscientemente seleccionando a los reproductores que darán la combinación más deseable de rasgos a la descendencia”.
Los eugenistas instaban a que las personas con talento que se hubieran destacado en cualquier ámbito crearan parejas sólo entre ellas. Al fin y al cabo, tales padres tienen muchas posibilidades de dar a luz a hijos igualmente sobresalientes y, así, contribuir a la “evolución del cerebro” y al “enriquecimiento de la nación con genes nobles”.
Esa transferencia organizada de “genes valiosos” podría dar a la sociedad muchos científicos, artistas y profesionales de diversos campos, físicamente sanos, con una voluntad fuerte, amor a la vida y al trabajo.
“Muchas madres del mañana, liberadas de los grilletes de los prejuicios religiosos, estarán orgullosas de mezclar su plasma con el de Lenin o Darwin y dar a la sociedad un hijo que herede sus cualidades biológicas”, escribió a Stalin en 1936 Herman Meller, genetista estadounidense y miembro correspondiente de la Academia Soviética de Ciencias.
De este modo, surgiría un “superhombre”, un “Homo creator” (“Hombre creador”), que, según Koltsov, “debe convertirse realmente en el rey de la naturaleza y subyugarla a sí mismo mediante el poder de su mente y su voluntad”, argumentaba Nikolái Koltsov.
¿Cómo crear un ‘superhombre’?
Al mismo tiempo, Koltsov se oponía a la selección forzada. “El hombre moderno”, decía, “no renunciará a la libertad más preciada: el derecho a elegir un cónyuge de su propia elección”.
El científico creía que la solución de los “problemas eugenésicos” debía recaer sobre los hombros del Estado. Éste está obligado a crear condiciones de existencia más cómodas para “los productores más valiosos” que para los demás. En consecuencia, la tasa de natalidad entre ellos será mayor que entre aquellos "incapaces de percibir el conocimiento moderno y la cultura moderna".
El científico médico Serguéi Davidénkov propuso exámenes psicoeugenésicos obligatorios de la población para establecer la superdotación innata. El nivel de educación, el estatus social y la nacionalidad no debían influir en los resultados de las pruebas.
Según los resultados, las personas se clasificaban en el “genogrupo”más alto o más bajo. Los elegidos recibían el máximo apoyo del Estado en materia de maternidad: aumento salarial del 50% con el nacimiento de cada hijo, pago de primas únicas por el tercer y cuarto hijo, etc.
El genetista Alexánder Serebrovski, por su parte, abogó por la inseminación artificial de las mujeres con “esperma recomendado”, no necesariamente del hombre al que aman. “La procreación puede y debe separarse del amor por el mero hecho de que el amor es un asunto completamente privado de los amantes, mientras que la procreación es y, bajo el socialismo, aún más debería ser, un asunto público”, argumentaba el científico.
“El socialismo”, escribió Serebrovski, “al destruir las relaciones privado-capitalistas en la economía, destruirá también la familia moderna y, en particular, destruirá la diferencia de actitud de los hombres hacia los hijos procedentes o no de su propio esperma”.
El colapso de la eugenesia
Los ambiciosos proyectos de los eugenistas en la Unión Soviética nunca llegaron a realizarse.
La doctrina fue criticada por su desprecio a la diversidad genética, base del desarrollo armonioso de la sociedad, y por su incapacidad para justificar científicamente los criterios que permitían identificar a los “productores valiosos”.
Los dirigentes soviéticos temían que el enfoque de la mejora genética perjudicara a su principal sostén, los obreros y campesinos. Por último, para muchos, las opiniones eugenistas se asociaban directamente con el fascismo y el nacionalsocialismo.
A finales de la década de 1930, la eugenesia como concepto filosófico e ideológico fue prohibida en la Unión Soviética. Sin embargo, algunos de sus desarrollos (en particular, los relativos al tratamiento de enfermedades hereditarias) encontraron aplicación en diversas disciplinas científicas.
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