A mediados del siglo XIX, Rusia se encontró en guerra con una coalición de estados: el Imperio otomano, Gran Bretaña, Francia y el Reino de Cerdeña. El conflicto estalló debido al deseo del zar Nicolás I de reforzar su posición en los Balcanes y lograr el establecimiento de un protectorado sobre toda la población ortodoxa del Imperio otomano, cuyos derechos eran a menudo vulnerados por las autoridades turcas.
Gran Bretaña y Francia pretendían impedir que Rusia ampliara su esfera de influencia en la región. El Reino de Cerdeña tenía poco interés en los Balcanes y Asia Menor, pero aspiraba a convertirse en el centro de la unificación de los Estados italianos y creía que la participación en una coalición con las principales potencias occidentales le ayudaría en la realización de estos planes.
El comienzo de la Guerra de Crimea fue bastante exitoso para Rusia. En 1853, el ejército turco sufrió sensibles derrotas en Ajaltsije y en Bashkadiklar, y la flota turca fue destruida en la batalla de Sinope. Por otra parte, estos acontecimientos aceleraron la entrada de británicos y franceses en la guerra.
En el verano de 1954 apareció frente a las costas de Crimea una flota conjunta anglo-francesa, tres veces superior a la rusa en número de buques de guerra. En septiembre, el cuerpo expedicionario aliado capturó las ciudades de Eupatoria y Balaklava, derrotó a las tropas del conde Alexánder Ménshikov en una batalla en el río Almá y, junto con los turcos, sitió la base principal de la Flota rusa del mar Negro: Sebastopol.
Sin embargo, no fue posible tomar la ciudad desde el principio. La entrada desde el mar a la bahía estaba bloqueada por barcos hundidos aposta, y gracias a los esfuerzos del ingeniero militar Franz Eduard von Totleben, se construyeron numerosos fuertes y bastiones alrededor de Sebastopol en un tiempo récord, aparecieron kilómetros de muros de bolsas de tierra y un extenso sistema de trincheras.
“Sin Totleben habríamos estado completamente perdidos”, señaló el almirante Pável Najímov, uno de los líderes de la defensa.
El 25 de octubre de 1854, al norte de la ciudad de Balaklava, estalló una batalla que no dio la victoria a ninguno de los dos bandos. En su transcurso tuvo lugar el llamado “ataque de la brigada ligera”, que pronto se hizo famoso. Debido a un error de comunicación en la transmisión de órdenes, la caballería ligera británica de élite se precipitó en un ataque suicida contra fuertes posiciones rusas, como resultado, 118 muertos militares fallecieron, 127 quedaron heridos y 60 capturados. Menos de doscientos soldados de caballería permanecieron sobre sus caballos.
La misma batalla dio origen a la ahora famosa expresión “la delgada línea roja”. Para cubrir un amplio frente de un posible ataque de la caballería rusa, el comandante del 93º Regimiento de Infantería (los “Sutherland Highlanders”), el general de división Colin Campbell, ordenó a sus soldados formar una línea de dos hombres, no de cuatro, como exigía el reglamento.
“No habrá orden de retirada, muchachos. No hay retirada desde aquí, deben morir allí donde están”. La caballería rusa detuvo pronto el ataque contra las posiciones de este regimiento, pero la expresión se ha convertido en la cultura angloamericana en un símbolo de valor y sacrificio.
Aunque se libraron batallas en el Cáucaso, el Báltico, los Balcanes y Extremo Oriente, Crimea fue el teatro de operaciones decisivo. El ejército ruso realizó numerosos intentos de desbloquear Sebastopol, pero debido a la falta de infraestructuras de transporte modernas en el sur, los enormes problemas logísticos, la abrumadora ventaja de la flota anglo-francesa y la indecisión del mando militar ruso, todos acabaron en fracaso.
Mientras la guarnición de Sebastopol declinaba inexorablemente, las fuerzas aliadas se reforzaron en la primavera de 1855 con varias decenas de miles de soldados del Reino de Cerdeña, que entró en la guerra. Sin embargo, la ciudad resistió heroicamente bombardeos y asaltos. La defensa de la base principal de la Flota del mar Negro, que duró un total de 349 días, terminó el 11 de septiembre de 1855, poco después de la pérdida de Malájov kurgán (una altura de importancia táctica en la ciudad de Sebastopol).
Aunque el ejército ruso pudo capturar la importante fortaleza turca de Kars en el Cáucaso, la caída de Sebastopol selló el resultado de toda la campaña militar. A finales de 1855, las hostilidades cesaron gradualmente en todos los frentes y las partes iniciaron negociaciones.
En virtud del Tratado de Paz de París de 30 de marzo de 1856, Rusia se vio obligada a renunciar al protectorado sobre Valaquia, el Principado de Moldavia y Serbia, devolvió a los turcos Kars y una serie de fortalezas ocupadas. También se le prohibió tener una armada en el desmilitarizado mar Negro (la prohibición fue abolida en 1871). A su vez, volvió a recibir bajo su control todos los territorios incautados por los Aliados.
La guerra de Crimea no fue una catástrofe geopolítica para Rusia, pero asestó un duro golpe al sistema financiero del imperio. También puso de manifiesto la urgente necesidad de llevar a cabo transformaciones a gran escala en los ámbitos militar, social y económico, que el zar Alejandro II, que sucedió en el trono a su difunto padre el 2 de marzo de 1855, no tardó en poner en marcha.
Suscríbete a nuestro canal de Telegram: https://t.me/russiabeyondes
LEE MÁS: Los 7 mercenarios extranjeros más famosos al servicio de Rusia