El divorcio en Rusia antes de la Revolución

Russia Beyond (Foto: Tambov Regional Art Gallery)
¿Por qué era más fácil para la gente corriente huir que divorciarse, y qué trucos empleaban los zares rusos para romper sus matrimonios?

El zar Iván el Terrible fue extremadamente infeliz en sus matrimonios. Sus tres primeras esposas murieron, la tercera, 15 días después de la boda. Pero casarse por una cuarta vez era inadmisible desde el punto de vista de la Iglesia Ortodoxa Rusa, por lo que el zar tuvo que convocar a todo un Concilio Eclesiástico para obtener su bendición para su cuarto matrimonio, con Ana Koltóvskaia. Al mismo tiempo, el Concilio subrayó que sólo había concedido su bendición para un cuarto matrimonio al Zar: “Que (nadie) se atreva a hacer tal cosa como casarse por cuarta vez”, de lo contrario “serán condenados de acuerdo con las leyes sagradas”.

El cuarto matrimonio de Iván el Terrible tampoco tuvo éxito; no se sabe por qué, pero está claro que no fue porque la novia fuese estéril, ya que los sentimientos del Zar se enfriaron tras sólo cuatro meses y medio. Pero, ¿cómo separarse de un cónyuge y salir de un matrimonio consagrado por la Iglesia? Esto era un problema incluso para el Zar.

‘Puedes casarte dentro, pero no fuera’

La Iglesia Ortodoxa Rusa era reacia a conceder el divorcio a las parejas casadas por la Iglesia: tenía que haber motivos sólidos para ello. Tales motivos se definían en leyes religiosas, como el Estatuto Eclesiástico de Yaroslav el Sabio (siglos XI-XII), por ejemplo. El Estatuto establecía claramente que ni el hombre ni la mujer podían contraer un nuevo matrimonio a menos que el primero hubiera sido disuelto. No había excepciones: ni siquiera una enfermedad incurable de uno de los cónyuges podía ser motivo de divorcio.

Del Estatuto se desprende que la Iglesia prescribía que todos los matrimonios, incluso los no consagrados legalmente por la Iglesia, debían permanecer en vigor. Aun así, el Estatuto especificaba las causas de divorcio “por culpa de la esposa”. Las principales incluían el intento de asesinato o robo del marido, así como asistir a “juergas” o visitar casas ajenas sin la compañía del marido, y el adulterio, por supuesto.

Según la historiadora Natalia Pushkareva, en el siglo XVII “un marido era considerado adúltero si tenía una amante e hijos aparte”, mientras que una esposa era adúltera si simplemente pasaba la noche fuera de casa. Un marido que se enteraba de la “fornicación” de su mujer estaba obligado simplemente a divorciarse de ella.

La sociedad trataba a las mujeres “liberadas de su matrimonio” (divorciadas) como inferiores y no podían esperar casarse por segunda vez por la iglesia, sólo cohabitar con alguien. En el siglo XVII existía un dicho popular, cuya traducción aproximada era “puedes casarte dentro, pero no puedes casarte fuera”, que aludía a la verdadera situación del matrimonio. En efecto, los textos de la Iglesia admitían la posibilidad del divorcio por culpa del marido. Los motivos podían ser la impotencia (“si el marido no monta a su mujer, hay que separarlos” - siglo XII) o la incapacidad del marido para mantener a su familia y a sus hijos (por embriaguez, por ejemplo). Sin embargo, no se conserva ningún documento de la Rusia pre-petrina sobre un divorcio iniciado por una mujer a causa de la infidelidad de su marido o de cualquier otra falta de éste.

Entre la gente corriente (campesinos o habitantes pobres de las ciudades) el asunto podía resolverse mediante la huida de uno de los cónyuges. La ley prescribía que las esposas fugitivas debían ser encontradas y devueltas a sus maridos, pero no decía nada de los maridos fugitivos. En otras palabras, había una salida a la situación. Pero para la nobleza, en particular los príncipes y zares, cuyas vidas se suponían piadosas por definición, era mucho más difícil tramitar un divorcio. A partir de los siglos XIII-XIV, se generalizó la práctica de hacer que las esposas indeseables tomaran el velo, a menudo por la fuerza.

Monjas reacias

En cierta medida, el propio Iván el Terrible debió el hecho de su nacimiento al divorcio de su padre, el Gran Príncipe de Moscú Vasili III Ivánovich (1479-1533). Su primera esposa, Salomonia Saburova (1490-1542), no tuvo descendencia durante sus 20 años de matrimonio. La ausencia de hijos en la familia amenazaba la supervivencia de la dinastía de los Rurik. Vasili incluso apeló al Patriarca de Constantinopla para que le permitiera divorciarse alegando la infertilidad de su esposa, pero el patriarca no lo consideró una razón de peso para la “separación”.

Vasili decidió divorciarse de Solomonia, obligándola a llevar el velo, ya que ninguna conducta que pudiera haber servido de pretexto para el divorcio podía serle echada en cara. La acción de Vasili provocó la condena extrema de la jerarquía eclesiástica rusa, pero aun así, en 1525 Salomonia fue recibida como monja en el convento moscovita de la Natividad de la Madre de Dios. A principios de 1526, Vasili III se casó con una joven princesa lituana, Elena Glínskaia, que tres años más tarde dio a luz a un hijo y heredero: Iván Vasílievich (el Terrible).

Es posible que los emperadores bizantinos tomaran prestados los votos monásticos para obtener el divorcio. Por ejemplo, María de Amnia (770-821), la primera esposa de Constantino VI (771-797/805), fue obligada a hacer votos monásticos y enviada al exilio después de que el patriarca rechazara la petición de divorcio de Constantino. Posteriormente, Constantino se casó por segunda vez.

Iván el Terrible adoptó el mismo “recurso” para divorciarse de Ana Koltóvskaia. Ana se vio obligada a tomar los votos monásticos y asumir el nombre de Daria, y posteriormente se trasladó al monasterio Pokrovski de Súzdal. La siguiente esposa de Iván, Ana Vasilchikova (fallecida en 1577), ingresaría en el mismo monasterio.

‘Su amor fue bastante bueno al principio’

Artista anónimo. Retrato de la zarina Yevdokia Lopujiná (1669-1731), siglo XVIII

El último zar que utilizó el ingreso en un convento como instrumento de divorcio fue Pedro el Grande. Su primera esposa, Yevdokia Lopujiná, fue elegida para Pedro por su madre, Natalia Naríshkina, sin que el propio Pedro tuviera nada que decir al respecto. Según su madre, Pedro necesitaba casarse urgentemente porque había surgido la noticia de que Praskovia Fiódorovna (1664-1723), la esposa de su hermano y co-gobernante, Iván Alexéievich (1666-1696), estaba esperando un hijo. Natalia Kirilovna temía que el derecho de sucesión al trono pasara a la línea de Iván y en poco tiempo organizó el matrimonio de Pedro con Yevdokia Lopujiná, descendiente de una extensa familia de militares. Además, según la tradición rusa, sólo un soberano casado podía considerarse mayor de edad y capaz de actuar como gobernante de pleno derecho. Pedro y Yevdokia se casaron el 27 de enero de 1689; dos meses después, Iván y Praskovia tuvieron un hijo, pero no un heredero: se trataba de una hija, la zarevna María (1689-1692).

El príncipe Borís Kurakin, cuñado de Pedro (casado con la hermana de Yevdokia, Ksenia Lopujiná), describió así el matrimonio: “El amor entre ellos, el zar Pedro y su esposa, fue bastante bueno al principio, pero duró quizá un año”. Y después cesó; además, la zarina Natalia Kirílovna llegó a odiar a su nuera y prefería ver discordia entre ella y su marido que amor". Aunque en 1690 les nació un hijo, el zarevich Alexéi Petróvich (1690-1718), en 1692 Pedro ya había abandonado a su mujer y había empezado a vivir con su “amante”, Ana Mons. Tras la muerte de Natalia Kirílovna en 1694, Pedro dejó de mantener contacto con Yevdokia.

Monasterio Pokrovski, Suzdal, Rusia

Durante su estancia en Londres en el marco de su Gran Embajada en 1697, Pedro escribió a su tío Lev Narishkin y al boyardo Tijon Streshnev pidiéndoles que persuadieran a Yevdokia para que ingresara en un convento, pero ella se negó. A su llegada a Moscú en 1698, Pedro tardó una semana en reunirse con su esposa, que volvió a negarse a tomar los votos monásticos. A las tres semanas, sin embargo, fue escoltada al monasterio Pokrovski bajo vigilancia. Parece que el zar se avergonzó de lo que había hecho y no volvió a casarse hasta 1712. Su nueva esposa fue Marta Skavrónskaia (Catalina I).

Divorcios en la Rusia imperial

En la época de Pedro el Grande, la Iglesia quedó subordinada a la autoridad secular y pasó a ser administrada por el Santísimo Sínodo, habiéndose abolido el Patriarcado. A partir de la época petrina, la legislación rusa definió con mayor precisión los motivos “idóneos” para el divorcio: adulterio probado de uno de los cónyuges, enfermedad prenupcial que imposibilite las relaciones conyugales (enfermedad venérea grave o impotencia), privación de los derechos de propiedad y destierro de uno de los cónyuges, y ausencia sin rastro de uno de los cónyuges durante un periodo superior a cinco años.

Para “formalizar” un divorcio por estos motivos, el demandante debía solicitarlo al consistorio (consejo administrativo) de la diócesis en la que residía. La decisión final sobre si un matrimonio podía disolverse, incluso un matrimonio entre campesinos, la tomaba ahora el Santísimo Sínodo.

Sin embargo, a juzgar por las estadísticas, está claro que los casos de divorcio en la Rusia imperial eran escasos. En 1880 se registraron 920 divorcios en un país con una población de más de 100 millones de habitantes. El censo de 1897 reveló sólo un caso de divorcio por cada 1.000 hombres, y dos divorciados por cada 1.000 mujeres. En 1913, se registraron un total de 3.791 divorcios en todo el Imperio ruso, que entonces contaba con 98,5 millones de miembros de la fe ortodoxa rusa (0,0038%).

También es interesante que los hijos ilegítimos se registraran con regularidad. Por ejemplo, el 22,3% de los niños de San Petersburgo en 1867 eran ilegítimos, mientras que en 1889 la cifra era del 27,6%. Y, sin embargo, los hijos engendrados “a escondidas” podían presentarse como prueba directa de infidelidad conyugal y base para el divorcio, pero el número de divorcios no aumentaba con el paso del tiempo. En la sociedad de la época seguía siendo muy difícil obtener el divorcio, incluso para los miembros de la élite social.

En 1859, la princesa Sofía Naríshkina decidió divorciarse de su marido por un grave motivo: él le había informado de que en sus viajes al extranjero había contraído una enfermedad venérea que le había dejado impotente. La investigación del asunto por parte del Santísimo Sínodo duró 20 años, y al final Naríshkina no consiguió el divorcio.

 El príncipe Grigori Alexándrovich fue examinado por los médicos, que descubrieron que tenía sífilis que, a juzgar por la localización de las llagas, había contraído “a través de relaciones sexuales con una mujer”, pero que, en opinión de los médicos, podía curarse y restaurar su función sexual. Sorprendentemente, el Sínodo dictaminó que el adulterio no podía probarse simplemente por la palabra del príncipe y, dado el factor adicional de que ya había hijos del matrimonio, no se concedió el divorcio. La enfermedad, incluso de este tipo, seguía considerándose un motivo “inadecuado” para disolver un matrimonio. El marido estaba “obligado a mantener a su mujer aunque estuviera poseída y encadenada”.

El resultado fue que la nobleza rusa tuvo que arreglárselas por su cuenta para separarse de sus esposas: la solución más común era que los cónyuges tomaran caminos separados. El problema era que, sin una disolución del matrimonio, los maridos seguían siendo materialmente responsables de sus esposas, las mantenían y compartían sus propiedades con ellas.

Con la llegada al poder de los bolcheviques, la cuestión del divorcio, como muchas otras, se resolvió de forma radical. En virtud del decreto Sobre la disolución del matrimonio, el divorcio pasó a ser formalizado no por las autoridades eclesiásticas, sino por las laicas y, lo que es más, podía hacerse a petición de uno solo de los cónyuges. El procedimiento para contraer y anular un matrimonio era ahora efectivamente cuestión de unos minutos.

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