Cuando Pedro el Grande regresó de su viaje a Europa Occidental en 1698, comprendió que había que afeitarse las barbas en masa para que el intercambio comercial y cultural con Europa fuera un éxito.
En Rusia, un hombre sin barba parecía un extranjero, mientras que los miembros barbudos de las embajadas rusas en Europa parecían bárbaros.
La guerra contra la barba comenzó a principios del siglo XVIII y se reconfirmó mediante un decreto independiente promulgado el 17 de abril de 1722.
Para acabar con el hábito popular de dejarse crecer la barba, el zar introdujo una “tasa por barba” en las ciudades. Había controles de barba en todas las puertas de las ciudades y patrullas subían y bajaban por las calles. El impuesto era enorme y ascendía de 30 a 100 rublos al año. En comparación, un soldado del ejército recibía 10 rublos al año. Los que se negaban a pagar el impuesto eran encarcelados.
En 1723, había tantos barbudos en la cárcel, en su mayoría comerciantes e industriales pobres, que el Senado ordenó que se afeitaran la barba y los dejó en libertad bajo fianza.
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