Cuando RusStar ganó el campeonato de 2018 de la Liga de Béisbol Amateur de Rusia, fue un momento especialmente feliz para el entrenador, Andréi Artamonov: un flashback a su juventud.
A finales de la década de 1980, el gobierno soviético lo reclutó a él y a otros jóvenes deportistas de diversos orígenes para formar un nuevo equipo que tendría que aprender a jugar a un deporte del que nunca habían oído hablar: el béisbol. Su objetivo: vencer a los estadounidenses en su propio juego.
¿El último clavo en el ataúd del capitalismo?
Artamonov, que ahora tiene 50 años y es entrenador de béisbol, dejó el hockey para hacer una carrera improbable en el béisbol en un país donde nadie sabía nada del juego extranjero. Su padre era jugador profesional de hockey, y él sólo conocía el béisbol de ver al personal de la embajada estadounidense jugar partidos raros junto al estadio Burevestnik de Moscú, donde vivía de niño.
El joven se habría conformado con el palo y el disco, pero el gobierno soviético le tenía preparada una sorpresa. En 1986, las autoridades pensaron que el país necesitaba su propio equipo de béisbol. Eran tiempos en los que el poderío soviético se demostraba con orgullo a través de diversas competiciones deportivas. Los soviéticos ya habían vencido a los canadienses en hockey y aplastado a los estadounidenses en baloncesto. Era el momento justo para clavar el último clavo en el ataúd de la industria deportiva capitalista.
El primer equipo soviético de béisbol se formó rápidamente con hombres de todos los orígenes, desde el hockey hasta la jabalina. El único criterio era su forma física. A muchos jugadores no les sorprendió en 1987 que el equipo perdiera su primer partido, con el humillante resultado de 22:0 ante un equipo de Nicaragua.
Sin embargo, la destreza de los jugadores creció rápidamente, y el momento de desafiar a las estadounidenses llegó por fin en 1989.
“Nos convocaron en el Comité Olímpico de la URSS, y recibimos bolsas con bonitos uniformes con la marca ‘URSS’. Luego nos reunieron y empezaron a sermonearnos diciendo que en Estados Unidos no podíamos andar solos por la calle, y que el alcohol e incluso los cigarrillos estaban prohibidos. Entonces hubo algo que nos alarmó”, contó hace años Artamonov.
Casi derrotados por el Komsomol
Todos los equipos que salían al extranjero tenían que tener entre sus jugadores a un representante del Komsomol, la Unión de la Juventud Comunista. El problema era que el equipo de béisbol no contaba con una persona así.
“Nos daba igual la política; sólo queríamos jugar. Pero para ir a Estados Unidos teníamos que cumplir los requesitos, porque de lo contrario podrían haber cancelado el viaje”, dijo Artamonov.
Desconcertado por esta delicada cuestión, y sabiendo que el destino del equipo podía depender de la respuesta correcta, el entrenador señaló al jugador más joven del equipo.
“Desgraciadamente, éste resultó ser un tipo que rara vez pronunciaba palabra alguna”, dijo Artamonov.
“El jugador, Iliá Onokchov, normalmente reservado, se levantó y pronunció un discurso tan inspirador sobre los ideales soviéticos en el deporte que todos se quedaron sorprendidos. Y finalmente dijo: ‘Y ganaremos al menos un partido contra los americanos’”.
Todo el equipo quedó en un shock silencioso: todos sabían que sólo la pura suerte podría salvar a los aficionados de una humillante derrota a manos de jugadores de béisbol profesionales. Nadie en el equipo pensaba que podrían cumplir una promesa tan audaz hecha a un funcionario del partido soviético.
Acompañados por un oficial del KGB (esto era obligatorio para todos los equipos deportivos de la URSS que salían al extranjero), los jugadores soviéticos llegaron a Florida.
“Para nuestra sorpresa, ganamos dos partidos de seis”, dijo Artamonov. “Cumplimos nuestra promesa, e incluso la superamos”.
El éxito de la gira estadounidense puso al béisbol soviético en el buen camino. En 1991, el equipo “rojo” siguió adelante, jugando contra equipos de Italia, Francia, Suiza, Gran Bretaña y Bélgica, entre otros.
Recepción en la Casa Blanca
El Presidente Ronald Reagan acababa de despegar de la Casa Blanca a bordo del Marine One cuando le comunicaron que los jugadores de béisbol soviéticos acababan de llegar a la residencia presidencial como parte de una visita guiada.
“El Marine One aterrizó de nuevo en el jardín de la Casa Blanca, y Reagan salió a recibirnos y nos estrechó la mano a todos”, cuenta Artamonov.
Hoy, Artamonov no le da importancia. “Le dimos la mano [a Reagan]; pero también se la dimos a George W. Bush”, dice, y añade que aún conserva una postal firmada personalmente por este último.
Cuando la Unión Soviética se derrumbó, los estadounidenses perdieron el interés por los jugadores “rojos”. “Por aquel entonces, cuando los estadounidenses sabían que venía el equipo soviético no sabían muy bien qué esperar: osos o personas. Querían tocarnos, vernos. Todo ha cambiado”, dijo Artamonov, con la tristeza visible en sus ojos.
Aunque algunos jugadores rusos se han mudado y ahora juegan en equipos estadounidenses, Artamonov se ha quedado en Moscú, y no está seguro de si su permiso de residencia y de conducir de Florida, expedido hace 30 años, ha caducado ya.
Hoy encuentra consuelo como entrenador que ha llevado al club RusStar a la victoria en la Liga de Béisbol Aficionado de Rusia. Dirige un centro de bateo cubierto en el Centro Polideportivo del complejo Luzhniki de Moscú, donde entrena a jugadores de béisbol aficionados y profesionales con una máquina de lanzar y pelotas traídas directamente de Florida.
“Siempre he admirado la liga amateur. Los profesionales juegan al béisbol como si fuese un trabajo, dan prioridad al dinero. El béisbol amateur es puro amor por el deporte. El juego por el juego”, dice el entrenador, y añade con un suspiro: “¿O es que me estoy volviendo viejo y sentimental?”.
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