Cómo la URSS controló a los partidos comunistas de Occidente para perderlos más tarde

Historia
OLEG YEGÓROV
Promoviendo los ideales de igualdad y libertad por un lado, pero absolutamente leales a Moscú por otro, los partidos comunistas occidentales se vieron a menudo atrapados en el fuego cruzado, una molestia y una vergüenza para sus propios gobiernos. He aquí la historia de cómo los dirigentes soviéticos intentaron controlar y manipular a sus aliados tras las “líneas enemigas” en tres países occidentales.

1. Estados Unidos

Cuando la URSS se derrumbó en 1991, los dirigentes del Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA) quedaron devastados y conmocionados: todo su mundo se puso patas arriba. “Hasta el momento en que la Unión Soviética se desmoronó, el CPUSA nunca hizo una sola crítica de nada de lo que los dirigentes soviéticos hicieran o dijeran”, escribió el publicista de izquierdas Pete Brown. Y tenía razón.

Paradójicamente, uno de los partidos más duros del marxismo (en su Constitución de 2014, el CPUSA sigue prometiendo lealtad a Marx, Engels y Lenin) nació en el principal bastión del capitalismo. Los comunistas estadounidenses ganaron popularidad durante la Gran Depresión, cuando la desigualdad aumentó drásticamente, y el CPUSA apoyó a los sindicatos y la lucha por los derechos de los trabajadores.

Sin embargo, la Revolución Proletaria nunca llegó a las costas estadounidenses. Como escribió Jonathan Lethem en su novela Jardines de disidentes, después de que el líder soviético Nikita Jruschov publicara su “discurso secreto” en 1956 denunciando las sangrientas purgas de Iósif Stalin, “los comunistas estadounidenses se convirtieron en muertos vivientes”. Después de estas revelaciones, la reputación del CPUSA pro-Stalin quedó comprometida a los ojos de la mayoría de los estadounidenses.

Añádase a esto la histeria anticomunista de Estados Unidos al comienzo de la Guerra Fría, más los constantes escándalos de espionaje relacionados con los comunistas, y se comprenderá que el curso de los acontecimientos en la década de 1950 minó la causa comunista en Estados Unidos. No obstante, continuaron su lucha, uniéndose a las protestas contra la guerra y por los derechos civiles a lo largo de la década de 1960-1980. Aun así, los soviéticos siguieron respaldando al CPUSA y existe al menos un documento que prueba que Gus Hall, secretario general del CPUSA entre 1959 y 2000, recibió considerables sumas de dinero de Moscú.

2. Francia

El mundo apenas recuerda hoy a Eugen Fried (nombre de guerra: “Clement”) y a Michel Feintuch (“Jean-Jerome”). Estos dos comunistas de Europa del Este eran agentes del Comintern (Internacional Comunista, organización controlada por Moscú) y manejaban los hilos del Partido Comunista Francés (PFC) y de su antiguo líder, Maurice Thorez.

“Su tarea consistía en asegurarse de que las órdenes de Moscú se ejecutaban a rajatabla”, afirma la escritora francesa Anne Kling, que describe a Fried como “el hombre en la sombra” del PCF. Y lo consiguió: La posición pública de Maurice Thorez siguió fielmente cada uno de los giros de Stalin.

En 1939, a pesar de sus críticas al nazismo, Thorez se opuso a la guerra contra Hitler cuando la URSS y Alemania firmaron el Pacto de No Agresión. Pero cuando Hitler atacó a la URSS, el PFC declaró la guerra a los nazis y se unió a la Resistencia (desempeñando un glorioso papel en ella). Thorez, sin embargo, permaneció en Moscú durante toda la guerra.

Después de la guerra, con Thorez al mando, el PFC mantuvo la línea estalinista. Los comunistas franceses permanecieron leales a Moscú, con Michel Feintuch (Fried fue asesinado por los nazis) actuando secretamente como intermediario entre la URSS y el PFC hasta la década de 1970. Sólo en la década de 1990, tras el colapso de la URSS, los comunistas franceses se pasaron al eurocomunismo, menos doctrinal.

3. Italia

El antiguo líder soviético Leonid Brézhnev y su gobierno se llevaron un gran susto en 1976 cuando Enrico Berlinguer, jefe del Partido Comunista Italiano (PCI), pronunció un discurso en Moscú en el que básicamente dijo que su partido seguiría su propio camino, sin tener en cuenta la opinión soviética. “Evidentemente fue un acontecimiento incómodo para los comunistas soviéticos”, escribió el New York Times.

El “divorcio” con los italianos fue especialmente duro para Brézhnev porque en 1976 el PCI era el partido comunista más popular de Occidente, con un 34,4 por ciento de los votos en las elecciones generales. El PCI, con su historia de lucha contra el régimen de Mussolini y su tremenda popularidad, había sido durante mucho tiempo un importante aliado de Moscú.

Palmiro Togliatti, el predecesor de Berlinguer, incluso hizo que una ciudad rusa, donde FIAT construyó una fábrica de automóviles, llevara su nombre en su honor. La URSS no reparó en gastos con sus camaradas italianos y, como dice el historiador Richard Drake, “ningún partido comunista fuera del bloque soviético dependió más de la financiación soviética a lo largo de los años que el PCI”.

Berlinguer, sin embargo, puso fin a la asociación, proponiendo la vía del eurocomunismo (que acabaron siguiendo la mayoría de los partidos comunistas de Occidente), como un sistema pluralista y democrático, libre de la agenda de Moscú. En 1979, tras la entrada de los soviéticos en Afganistán, el PCI se separó totalmente de la URSS.

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