Así es como la princesa Carlota de Prusia puso de moda el árbol de Navidad en Rusia

Historia
ZHANNA NEYGEBAUER
La hija del rey Federico Guillermo III, Carlota, se casó con el heredero al trono ruso, el futuro emperador Nicolás I. Se convirtió al cristianismo ortodoxo, pero a pesar de esto introdujo algunas tradiciones alemanas, como por ejemplo la decoración del árbol de Navidad.

Pedro el Grande fue el primero en intentar popularizar la tradición de decorar un árbol de Navidad. Durante sus viajes por Europa observó cómo los lugareños decoraban un abeto para las fiestas de invierno. Sin embargo, según otras investigaciones, el monarca “tomó prestada” la idea de los alemanes que vivían en Rusia.

De un modo u otro, el emperador de la época quería modernizar la celebración del Año Nuevo y aprovechó la ocasión para introducir una nueva tradición entre sus súbditos, ordenando: “en la casa de cada uno, en las calles importantes grandes y concurridas, para la gente noble y en las casas designadas para los funcionarios religiosos y seculares, se deben disponer algunos adornos con árboles y ramas de pinos, abetos y enebros ante las puertas (...) y para la gente humilde, cada uno debe poner al menos un árbol o ramas en las puertas o sobre su vivienda.”

La costumbre, sin embargo, no arraigó, y tras la muerte de Pedro el Grande los árboles decorados sólo podían encontrarse en las tabernas. Se instalaban en la entrada o en el tejado para señalizar los establecimientos de bebidas para analfabetos.

Quizá Rusia se hubiera perdido esta hermosa tradición si la esposa alemana de Nicolás I no hubiera conseguido lo que Pedro el Grande no pudo casi un siglo antes.

Navidad para Carlota de Prusia

A su llegada a Rusia en 1817, que ahora se convertiría en su segunda patria, la princesa alemana Carlota se deprimió y lloró mucho por la preocupación antes de conocer a la familia de su prometido. Así lo confesó en sus memorias. Los Romanov, sin embargo, le ofrecieron una cálida bienvenida. El matrimonio con Nicolás Pávlovich, el Gran Duque de la época, no era sólo un matrimonio de conveniencia, sino algo basado también en la simpatía mutua. Sin embargo, Alexandra Fiodorovna (nombre que recibió Carlota tras convertirse al cristianismo ortodoxo) seguía echando de menos su hogar y a sus seres queridos.

Tal vez esta añoranza obligó a Alexandra Fiodorovna a pedir a su marido que instalara un árbol de Navidad en sus aposentos de Moscú para el 24 de diciembre de 1817, decorado según las tradiciones prusianas. Al año siguiente, apareció un árbol de Navidad en la residencia imperial, el palacio Anichkov de San Petersburgo, y en 1828, Alexandra Fiodórovna, ya emperatriz, organizó la primera “fiesta del árbol de Navidad” para la familia real.

Estas celebraciones se convirtieron en algo habitual, y la nobleza de la capital fue adoptando poco a poco la costumbre extranjera. A finales de la década de 1840, los árboles de Navidad estaban de moda, pero no todo el mundo podía permitirse tales placeres festivos, ya que los adornos navideños y los árboles decorados eran caros. Los ciudadanos adinerados de San Petersburgo empezaron a competir entre sí por ver qué árbol de Navidad era más esponjoso y bonito. Los árboles artificiales eran casi desconocidos.

También surgieron los árboles de Navidad “públicos”. El primero, decorado con tiras de papel de colores, se erigió en la estación ferroviaria de Catalina de San Petersburgo en 1852. A partir de ahí, los árboles de Navidad se extendieron a los salones de actos oficiales de la alta burguesía, oficiales y comerciantes, así como a teatros y clubes públicos.

Celebración navideña en la Casa de los Romanov

No sólo los hijos y sobrinos de la emperatriz, sino también los cortesanos, participaban en las celebraciones anuales con árboles de Navidad, organizadas por Su Majestad. La celebración comenzaba en Nochebuena, tras la vigilia de toda la noche, pero en realidad la gente la esperaba con impaciencia desde la misma mañana. “Siempre nos llevaban primero a los aposentos interiores de Su Majestad; allí, a las puertas cerradas de una sala de conciertos o de la rotonda del Palacio de Invierno, donde normalmente tenía lugar la fiesta de Navidad, luchábamos y nos empujábamos unos a otros, todos los niños entre sí, incluidos los niños de la familia real, por una oportunidad de entrar los primeros en la sala”, recordaba la dama de honor de la Corte Suprema, María Fredericks, al rememorar aquel día tan esperado en palacio.

Finalmente, sonó una campana. “Casi convulsionábamos de impaciencia”, describió este momento el Gran Duque Konstantín Nikoláevich en su diario a la edad de 12 años. No es de extrañar: la campana era una señal para que los niños entraran en la sala, que estaba iluminada con “mil velas”. La emperatriz condujo a los niños, uno a uno, a mesas separadas con árboles de Navidad, decoradas con dulces y fruta, y les repartió regalos.

“Pueden imaginarse cuánta alegría, placer y gratitud estallaron en ese momento. Era todo tan bonito, sencillo, cordial, a pesar de que todo tenía lugar delante del emperador y la emperatriz; pero ellos podían, como nadie, con su amabilidad y cuidado eliminar cualquier tirantez de etiqueta”, recordaba María Fredericks, señalando que se les permitía llevarse el árbol de Navidad a casa después de la celebración para pasar más tiempo mirándolo y disfrutar de los dulces adornos.

A medida que los niños crecían, los regalos para ellos cambiaban, y los juguetes daban paso a libros, vestidos y joyas. Una vez, la hija del emperador, la gran duquesa Alexandra, encontró un regalo totalmente único bajo el árbol de Navidad: su prometido, el príncipe Federico Guillermo de Hesse-Kassel, que poco antes había llegado a San Petersburgo en secreto.

El misterioso incendio del árbol de Navidad

Los propios niños de la realeza también preparaban sorpresas para sus padres y entre ellos, prefiriendo hacer algo con sus propias manos: dibujar, bordar o esculpir. Por ejemplo, durante las clases de carpintería, los grandes duques fabricaban muebles de juguete para casas de muñecas y se los regalaban a sus hermanas.

Tras los regalos, los participantes en la celebración se trasladaron a otra sala con una gran mesa decorada con elegantes objetos de porcelana y cristal. Allí se celebró una lotería con naipes: el emperador anunció el naipe ganador y su afortunado propietario se acercó a la emperatriz para reclamar su premio.

El emperador tenía su propia mesa con un “árbol de Navidad”. Sin embargo, “siempre estuvo en contra de los árboles de Navidad”, recordaba en sus memorias la Gran Duquesa Olga Nikoláievna. Esto se debía a que el monarca temía que se produjera un incendio, y sospechó del árbol de Navidad cuando el Palacio de Invierno acabó envuelto en llamas el 17 de diciembre de 1837.

Esa noche los niños celebraron su propia “pequeña fiesta del árbol de Navidad”, organizada aproximadamente una semana antes de la gran fiesta del árbol de Navidad, para intercambiar “diversas baratijas” en un estrecho círculo. Nicolás I supuso que el árbol, decorado con velas, había sido derribado de un golpe, pero sus sospechas no se confirmaron y la costumbre arraigó en la familia imperial.

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