“En cuanto a los escitas, no sólo ninguna nación europea, sino ni siquiera ninguna asiática, sería capaz de resistirse a ellos si no tuvieran un solo pensamiento”, escribió el antiguo historiador griego Tucídides sobre los nómadas que habitaban vastos territorios desde las montañas de Altái hasta el río Danubio desde el siglo VIII hasta el III a.C. En el curso de sus campañas militares, los escitas llegaron hasta Egipto; y derrotaron al famoso rey persa Darío y a los comandantes del propio Alejandro Magno.
Los territorios de Rusia fueron una de las principales zonas habitadas por los escitas, donde todavía se encuentran sus numerosos túmulos funerarios (kurganes). No es de extrañar, por tanto, que la imagen del temible guerrero escita, notable por su intrépido valor en el campo de batalla y por su costumbre de beber vino sin diluir (una costumbre que horrorizaba a los refinados griegos), haya sido siempre muy popular en Rusia. La idea de que el pueblo ruso podía remontar su linaje directamente a estos guerreros de la antigüedad se mantuvo durante mucho tiempo. Pero, ¿hasta qué punto es válida esta afirmación?
Jinetes escitas.
Dmitri Pozdniakov (CC BY-SA 4.0)“¡Sí, somos escitas! Sí, somos asiáticos, con ojos rasgados y codiciosos”, escribió el famoso poeta ruso Alexander Blok en 1918. En realidad, no tenía toda la razón: Los escitas no tenían nada en común con el grupo racial mongoloide y eran representantes típicos de la raza europea. Emigraron desde Asia hacia el oeste en el siglo VII a.C. y llegaron a la región norte del mar Negro, obligando a salir a otro grupo de nómadas: los cimerios.
Persiguiendo a los cimerios, los escitas cruzaron las montañas del Cáucaso e invadieron Oriente Medio, convirtiéndose durante un tiempo en una de las fuerzas militares y políticas más poderosas. Los nómadas lucharon con Asiria (y luego se aliaron con ella), derrotaron a Media y emprendieron campañas contra el reino de Urartu (Armenia) y Egipto. En el caso de este último, el faraón Psammetichus I consiguió pararles mediante un pago.
Los escitas debían sus victorias principalmente a su caballería pesada. Teniendo en cuenta que la población de Escitia es estimada por los investigadores en unos 300-700 mil habitantes, los nómadas podían organizar un ejército de 60-150 mil jinetes bien armados, a los que se les había enseñado a cabalgar desde una edad temprana.
El heroísmo de un escita
Joseph-François Ducq / Christie's“Durante veintiocho años, los escitas gobernaron Asia y durante ese tiempo, llenos de arrogancia y desprecio, lo arrasaron todo”, escribió el “Padre de la Historia”, Heródoto: “Esto se debió a que, además de imponer y obtener tributos de todo el mundo, mientras recorrían el país también robaban todo lo que caía en sus manos”. En el año 625 a.C., los nómadas fueron expulsados de la región y regresaron definitivamente a la costa norte del mar Negro, que, por aquel entonces, ya estaba siendo activamente colonizada por los griegos.
Los datos sobre la organización política, económica y social del estado escita son muy escasos. Los nómadas no tenían un sistema de escritura propio y las principales fuentes de información sobre ellos son las obras de los escritores de la Antigua Grecia y también los numerosos túmulos funerarios esparcidos por las estepas del sur de Rusia y Ucrania.
Escitia era muy extensa y probablemente estaba formada por una amalgama de múltiples tribus. Estaba gobernada por reyes que ejercían un poder despótico ilimitado. “Los escitas no establecen ciudades ni fortificaciones, y, al ser arqueros a caballo, llevan sus viviendas consigo dondequiera que vayan; no viven del arado sino de su ganado”, señaló Heródoto.
Derrota del rey escita Radagaiso en Fiesole.
Giorgio VasariIncluso después de su salida de Oriente Medio, los nómadas consiguieron inscribir sus nombres en los libros de historia unas cuantas veces más mediante resonantes victorias militares. En el año 512 a.C., derrotaron al rey Darío I de Persia, que había invadido la región norte del Mar Negro, atrayendo a su vasto ejército hacia sus tierras. En el 331 a.C., el comandante de Alejandro Magno, Zopirion, pereció a manos de los escitas junto con 30.000 de sus soldados.
El estado escita llegó a su fin en los años 280-260 a.C. bajo el ataque de los nómadas sármatas. Se perdieron extensos territorios y los escitas sólo conservaron la cuenca baja del Dniéper y una parte de Crimea, donde los supervivientes adoptaron un modo de vida asentado. Los escitas se borraron definitivamente del mapa político del mundo en el transcurso de la Gran Migración del siglo IV d.C.
El concepto real de “escitas” no cayó en el olvido con la desaparición de los antaño poderosos nómadas. En el Imperio Bizantino, el nombre comenzó a darse a todos los bárbaros del norte y, principalmente, a los eslavos que, de vez en cuando, montaban expediciones militares contra Constantinopla.
Batalla de los escitas contra los eslavos.
Viktor Vasnetsov / Museo RusoEn Rusia, la noción de una continuidad entre escitas y eslavos fue muy popular a partir del siglo XVII. Hay referencias directas a ella en la Historia de los escitas del historiador Andréi Lizlov, de 1692, y la emperatriz Catalina la Grande también se refirió a ella en su libro Notas sobre la historia de Rusia.
El tema de los escitas fue muy popular en la cultura rusa a principios del siglo XX. Por ejemplo, un poema de 1916 del famoso poeta Valeri Briusov contiene los siguientes versos “Sobre nosotros, en los viejos tiempos, se susurraban los mitos helénicos con un temblor involuntario: un pueblo enamorado del desenfreno y de la guerra. Los hijos de Heracles y Equidna, los escitas somos nosotros”.
Sin embargo, en la erudición moderna sigue siendo objeto de debate el grado en que los restos de la antaño poderosa civilización escita (los llamados “escitas asentados”) contribuyeron a la etnogénesis de las tribus eslavas orientales. Tal y como están las cosas hoy en día, la hipótesis de que los escitas fueron los antepasados directos de los eslavos no encuentra confirmación ni en las pruebas arqueológicas, ni antropológicas, ni genéticas, ni lingüísticas.
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