La belleza del metro de Moscú también se creó en la asediada Leningrado. En la ciudad rodeada de nazis, donde la gente se moría de hambre y de frío en las calles, el gran maestro creó sus últimas obras maestras sólo y a la luz de una lámpara de aceite. Hoy adornan los plafones de las estaciones centrales de metro. Tanto los pasajeros como los turistas levantan la cabeza para ver un cielo azul brillante, hombres y mujeres hermosos en ropa deportiva y aviones que se elevan sobre ellos.
Una dinastía de artistas del mosaico
Vladímir Frolov estaba destinado a ser un artista del mosaico: toda su familia se dedicaba a ello. El padre aprendió un método especial de instalación de mosaicos de un maestro italiano, Antonio Salviati. Se tratataba de una forma en la que el maestro coloca el mosaico boca abajo y luego vierte cemento o cola. Después, se da la vuelta al mosaico y, si es necesario, se pintan las costuras o se introducen trozos de vidrio para que el mosaico parezca completo. Este método de elaboración de mosaicos permitía hacerlos rápidamente, conservando al mismo tiempo la alta calidad artística del panel.
Más tarde, el hermano mayor de Vladímir, Alexánder, se unió al negocio. En 1890, los Frolov establecieron el primer taller privado de mosaicos de Rusia. Llevaron a cabo muchos encargos interesantes, pero el más grande fue la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada (un edificio increíblemente bello construido en San Petersburgo en el lugar de la muerte del emperador ruso Alejandro II, basado en la Catedral de San Basilio). Estaba totalmente cubierto de mosaicos en el interior y el exterior (cubrían 7.500 metros cuadrados). En el proceso de ejecución del encargo, su hermano mayor Alexánder falleció inesperadamente, y Vladímir tuvo que asumir toda la responsabilidad de la obra, aunque en ese momento aún no se había graduado en la Academia de Bellas Artes.
Tras la revolución de 1917, la vida de Frolov cambió bruscamente: el taller familiar se cerró, pero Vladímir siguió haciendo mosaicos en la Academia de Artes. El maestro, que había decorado brillantemente las iglesias, decoraba ahora estaciones de ferrocarril, monumentos a héroes revolucionarios, teatros, academias militares y edificios gubernamentales. En algún momento, las autoridades soviéticas quisieron prohibir el arte del mosaico por su asociación con la religión, pero Frolov fue rescatado por el arquitecto del Mausoleo de Lenin, Alexéi Shchusev, que exigió que la decoración interior se hiciera en esmalte y de la mano de Frolov. Según la leyenda, los vidrios de colores que en su día compró Nicolás II se utilizaron para decorar la sala funeraria.
Cómo un mosaico de Leningrado acabó en el metro de Moscú
El metro de Moscú, cuya construcción activa comenzó en 1931, no sólo se creó como medio de transporte, sino que también tuvo una importante función ideológica. El proyecto se consideraba tan importante que su construcción no se detuvo ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial, y sus trabajadores no fueron reclutados para el frente ni siquiera en una situación de grave escasez de soldados.
Tal como lo concibió el gobierno soviético, el metro debía convertirse en un símbolo de la nueva sociedad socialista y de la victoria de la clase obrera. La gente corriente que entraba en el metro iba a estar expuesta no sólo al progreso tecnológico, sino también a la arquitectura palaciega y a las obras de arte de su decoración. No se escatimó en mármol y otros materiales caros para la decoración del subsuelo, y los mosaicos estaban perfectamente integrados en el concepto. Su producción fue confiada a Vladímir Frolov.
Tras recibir un pedido, el maestro se las arregló para producir y enviar desde Leningrado a Moscú un lote de paneles realizados según los dibujos del famoso artista Alexánder Deineka antes de que comenzara la guerra. Decoraron los vestíbulos de las dos estaciones centrales de metro de Moscú Maiakóvskaia y Novokuzniétskaia.
Frolov ya había estado trabajando en los paneles de la estación de Avtozavódskaia durante el bloqueo (desde el 8 de septiembre de 1941 la ciudad estuvo asediada por los nazis). Poco a poco, el hambre y el frío comenzaron a aparecer en la ciudad; las entregas de alimentos casi se detuvieron. Muchos de los colegas de Frolov pudieron salir, pero el artista se negó, ya que entonces habría tenido que abandonar el trabajo de toda su vida y el encargo habría quedado incumplido. Así que, prácticamente solo, sentado en el edificio sin calefacción de la Academia de las Artes (sólo se le podía dar un bidón de gasolina para ayudarse), rodeado de una ciudad moribunda y helada, siguió montando hermosos mosaicos.
Otro problema era cómo llevar las obras desde la sitiada Leningrado hasta Moscú. La leyenda dice que fue posible gracias al ingeniero Taubkin, que consiguió sacarlos de la ciudad por el lago Ladoga congelado (la "Carretera de la Vida") en el invierno de 1942. Fue la última obra de Frolov, que no pudo sobrevivir al invierno de 1942 y fue enterrado en la fosa común de los profesores de la Academia de Artes de Leningrado.
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