5 extraordinarios payasos soviéticos

Como cualquier otro payaso, llevaban ropas divertidas, tenían las caras pintadas y se comportaban de forma tonta. Curiosamente, en la Unión Soviética, los payasos de circo probablemente desempeñaban papeles más importantes que las estrellas de la gran pantalla. Ayudaban a los que estaban detrás del Telón de Acero a sobrellevar los asuntos mundanos, demostrando el viejo adagio de que la risa es siempre la mejor medicina.

1. Mijaíl Rumiántsev (1901-1983)

Mijaíl Rumiántsev se inspiró mucho en el famoso personaje de Charlie Chaplin, el Vagabundo.

Mijail nunca lloró por las malas notas en la escuela: nació con el don de la risa. Al principio de su carrera, a finales de los años 20, Rumiántsev se sintió profundamente conmovido e inspirado por el famoso personaje de Charlie Chaplin, el Vagabundo. Al igual que Chaplin, Rumiántsev, cuyo nombre artístico era Karandash (“El Lápiz”), también era bastante torpe y divertido, y se encontraba constantemente en situaciones embarazosas.

Había algo innatamente cómico y triste en él. Aparecía en el escenario vestido con un traje demasiado grande y un sombrero. A pesar de ser muy bajito, apenas 142 cm (menos de metro y medio), nunca se preocupó por su aspecto (su mujer era alta, guapa y veinte años más joven que él). Su forma de comportarse no dejaba lugar a un complejo de inferioridad.

El compañero de fatigas de Rumiántsev en el escenario era un Terrier escocés apodado “La Mancha”. Durante su larga carrera, Karandash actuó con al menos 13 Scotties.

El compañero de Rumiántsev en el escenario era un Scottish Terrier.

Rumiántsev se convirtió en payaso por casualidad. En 1926, la novia oficial del cine mudo estadounidense Mary Pickford y uno de los padres fundadores de Hollywood, Douglas Fairbanks, visitaron la Unión Soviética. Rumiántsev vio a la pareja y decidió convertirse en artista. En 1935 eligió su nombre artístico para rendir homenaje al satírico francés del siglo XIX Caran D'ache (cuyo seudónimo, a su vez, era una transcripción creativa en francés de karandash (карандаш), la palabra rusa para “lápiz”).

El artista soviético trabajó en el circo durante más de 55 años y su nombre en la cartelera era invariablemente la garantía de un espectáculo con entradas agotadas. Sin embargo, a Karandash no le gustaban los carteles con su nombre. Sus compañeros decían que era demasiado modesto para presumir de éxito. En el escenario, era un tipo corriente, bondadoso, ingenioso, alegre, lleno de espontaneidad y encanto infantil.

Sus actuaciones eran de todo tipo, con acrobacias y gimnasia. Karandash se convirtió en el primer payaso soviético cuya popularidad trascendió las barreras geográficas de la época. En sus mejores años, tenía un ejército de fans en Finlandia, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Brasil y Uruguay.

2. Slava Polunin (nacido en 1950)

Para el payaso más famoso de Rusia, la esperanza y la risa son como gemelos siameses, unidos en algún nivel físico. El sentido del humor ayudó en su día a Slava a superar los tiempos turbulentos. Por eso, Slava lleva la risa allá donde va.

Uno de los fundadores del teatro de pantomima Litsedéi de San Petersburgo, Polunin es un maestro de la tragicomedia. Su personaje del payaso amarillo "Assissai" se convirtió en la personificación del alivio cómico.

Polunin fue noticia poco antes de la caída del Muro de Berlín en 1989. Organizó la llamada “Caravana de la Paz”, en la que mimos y payasos de todo el mundo se reunieron para ofrecer espectáculos callejeros en Europa.

Su mayor espectáculo, “El show de la nieve de Slava”, se ha representado en más de 80 países de todo el mundo y ha sido elogiado por su calidez e ingenio, su sabiduría y su tristeza. Entre la risa y el llanto, fue nominada al premio Tony al mejor evento teatral especial y ganó docenas de premios teatrales, incluido el codiciado premio Laurence Olivier en 1998.

Las actuaciones teatrales características de Polunin son así: te ríes para no llorar. Slava mezcla la libertad con la anarquía con la misma naturalidad con la que un barman experto mezcla el zumo de tomate con el vodka. Polunin se hizo un gran favor cuando se permitió ser no sólo el payaso, sino también el artista y el pensador.

3. Yuri Nikulin (1921-1997)

Hay una fina línea entre la risa falsa y la genuina. El legendario actor soviético Yuri Nikulin nunca cruzó esa línea, probablemente porque pasó por dos guerras (la Guerra de Invierno y la Segunda Guerra Mundial). Para él, la risa era más seria que las lágrimas.

Yuri, que amaba el circo desde que era un niño, se convirtió en payaso por desesperación. Después de su largo servicio militar, que puso de manifiesto el inexpresivo talento cómico de Nikulin, el aspirante a actor no consiguió ser admitido literalmente en ninguna de las escuelas de teatro de Moscú. Nikulin estaba convencido de que no tenía talento para ello y no tuvo más remedio que entrar en el estudio de payasos de la escuela de circo de Moscú.

En 1950, Yuri entró en el circo como ayudante del afamado payaso Karandash (véase el payaso número 1). Nikulin también quería brillar en el escenario, así que formó un dúo con otro aspirante a payaso llamado Mijaíl Shuidin. Sus colaboraciones a dúo yuxtaponían al tranquilo y serio Nikulin con el revoltoso Shuidin.

El dúo, vestido con pantalones recortados y zapatos de gran tamaño, hacía reír al público de forma histérica. Algunas de sus mejores actuaciones, como el famoso sketch “Alcohólicos”, estaban dirigidas a los adultos, no a los niños.

Yuri Nukulin y Mijaíl Shuidin hicieron reír al público de forma histérica.

En 1982, Nikulin se hizo cargo del Circo de Moscú en el bulevar Tsvetnoy. Su sueño de convertirse en actor de cine también se hizo realidad. Nikulin protagonizó icónicas comedias soviéticas, como Mano de diamante, Operación Y y Secuestro al estilo caucásico. Su papel más memorable fue en el drama bélico de Alexéi Guermán Veinte días sin guerra.

4. Oleg Popov (1930-2016)

La primera experiencia profesional de Popov en el circo fue la de un “excéntrico equilibrista”. La historia podría haber acabado ahí de no ser por un afortunado accidente.

En 1954, el payaso principal se lesionó una costilla y Popov tuvo la oportunidad de sustituirle durante una gira en Saratov, a orillas del río Volga.

Oleg, un joven animador ridículamente encantador, no perdió el tiempo y arrasó en el escenario. Vestido con pantalones a rayas de gran tamaño y una gorra a cuadros, aderezaba sus habilidades cómicas con las de acróbata y malabarista. A mediados de los años 50, recorrió Francia, Bélgica, Polonia y el Reino Unido. El público le adoraba.

Oleg Popov tenía un gran talento para la comedia y era apodado el “Payaso Soleado”. Irradiaba luz y recibió numerosos premios a lo largo de su dilatada carrera. Tras la caída de la Unión Soviética, uno de los payasos más queridos de Rusia emigró a Alemania, donde vivió el resto de su vida.

5. Leonid Yenguíbarov (1935-1972)

Su sentido del humor era como una canción de amor en clave menor. El reto de Yenguíbarov era, ante todo, hacer que el público contemplara, en lugar de reírse histéricamente. El personaje de Yenguíbarov se asemejaba a un poeta. Encarnaba a un mimo melancólico y de aspecto frágil que desprendía inteligencia e ironía sin tapujos.

Es difícil de creer, pero Leonid comenzó su carrera como boxeador profesional. Yenguíbarov terminó la temporada del campeonato de boxeo de Moscú de 1953 con nueve victorias y una sola derrota. Por suerte, en 1955 se hartó del deporte profesional y entró en la Escuela Estatal de Arte Circense. Allí, sus habilidades en malabares, acrobacias y equilibrios de manos se pusieron de manifiesto.

Tras obtener su diploma, Yenguíbarov, cuyo padre era armenio, se trasladó a Ereván y se incorporó a un circo local. A principios de la década de 1960, realizó giras por la URSS ante grandes multitudes. En 1964, se llevó el primer premio en el Concurso Europeo de Payasos de Praga. A finales de la década de 1960, Yenguíbarov se había ganado el reconocimiento como uno de los payasos soviéticos más venerados.

Lamentablemente, la vida de Leonid se truncó en 1972. Murió de un ataque al corazón, con sólo 37 años. La popular cantante y compositora Alla Pugacheva dedicó su famosa canción “Arlekino” a Yenguíbarov,

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