1. La religión
La propaganda atea y antirreligiosa fue un elemento crucial en el esfuerzo bolchevique por crear el nuevo hombre soviético. El líder revolucionario Vladímir Lenin tomó la cita de Marx: “La religión es el opio del pueblo”, y la convirtió en un eslogan nacional que reflejaba la política estatal. Lenin y sus partidarios creían que si se les privaba de Dios, la gente llegaría a la conclusión de que sus vidas, así como el destino del país, dependían únicamente de sus propios esfuerzos y no de un poder celestial. El mensaje de Lenin fue bien acogido por muchos porque, desde finales del siglo XIX, la Iglesia ortodoxa rusa se mostró a menudo como una institución que inhibía la modernización de la sociedad. En gran parte, el clero estaba compuesto por personas con creencias políticas y sociales muy conservadoras. Estas actitudes fueron un factor que contribuyó al colapso del Estado ruso en 1917, y que condujo a la Guerra Civil y a la consiguiente pérdida de millones de vidas.
Los bolcheviques crearon muchos carteles de propaganda que representaban al clero de forma caricaturesca, gordo y repulsivo, con túnicas y largas barbas, y al que acusaban de mantener al pueblo en la ignorancia. Muchas iglesias y lugares de culto fueron cerrados y convertidos en edificios con fines económicos. Además, se confiscaron valiosos objetos sagrados de las iglesias para las “necesidades de los hambrientos”. Por ejemplo, entre ellos se encontraban artículos rituales fabricados con metales preciosos, así como campanas de iglesias que se fundieron para fabricar armas y municiones para el Ejército Rojo.
Lea más aquí sobre cómo los bolcheviques persiguieron a la Iglesia ortodoxa.
2. Analfabetismo
Varios años antes de la Revolución de 1917, según diferentes estimaciones, sólo el 20% de la población rusa sabía leer y escribir. La nueva clase dirigente -los obreros y los campesinos- tenía que estar alfabetizada y educada para poder participar plenamente en la vida social y aumentar su productividad. De ahí que una de las primeras y más amplias campañas emprendidas por los bolcheviques fuera la lucha contra el analfabetismo y la promoción de la educación.
En 1919 se promulgó un decreto que obligaba a toda la población, de 8 a 50 años, a aprender a leer y escribir en ruso o en su lengua materna. Además, para facilitar el aprendizaje, los bolcheviques llevaron a cabo una reforma lingüística. En 10 años, unos 10 millones de personas aprendieron a leer y escribir y, según el censo de 1926, cerca del 50% de los habitantes de las aldeas estaban alfabetizados; en 1939, casi el 90% de toda la población estaba alfabetizada.
3. Desigualdad social
El gobierno soviético pretendía construir una sociedad basada en los principios de una igualdad total, en la que no hubiera pobreza ni miseria y se redistribuyeran los ingresos. El régimen rechazaba el principio del enriquecimiento personal y la primacía de la propiedad privada, que habían sido los motores del capitalismo. Además, se rechaza el uso de objetos para el enriquecimiento o el disfrute personal como una cuestión de ideología. Había que compartir todo lo que se tenía con los demás ciudadanos. Lo ideal era renunciar a lo que no necesitaban para sí mismos.
Otro lema destacado de Marx era: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. No debería haber ni ricos ni pobres, todos deberían tener casi los mismos ingresos, todos deberían trabajar en beneficio de los demás, y los frutos de su trabajo deberían repartirse entre toda la comunidad (algo similar existe todavía en los países escandinavos, que incorporaron profundamente los mejores principios soviéticos en sus estructuras sociales y políticas).
Según la moral soviética, las personas deben esforzarse y trabajar no por su propio enriquecimiento y la consiguiente adquisición de bienes materiales, sino por el trabajo mismo y por el bien común. Debían sentir placer no en el consumo de bienes materiales (éste era el fundamento de la sociedad de consumo capitalista), sino en el proceso de trabajo en sí mismo y en la autorrealización. En esencia, era un objetivo razonable, de acuerdo con la famosa jerarquía de necesidades de Abraham Maslow.
4. Parasitismo
Se esperaba que toda persona trabajara, en lugar de vivir de las rentas, los intereses o a costa de los demás. Los “parásitos” eran duramente castigados. Lenin los puso en la misma categoría que los ricos y los estafadores: ambos eran enemigos del proletariado. “El que no trabaja, no come”, este era otro lema popular soviético. La Constitución soviética estipulaba el derecho al trabajo, y todo ciudadano recibía un empleo garantizado. En la mayoría de los casos, esto ocurría por orden específica del Estado después de graduarse en una escuela de formación profesional o en la universidad.
En la década de 1960 se decretó “el aumento de la lucha contra las personas que evitaban el trabajo socialmente útil y llevaban un estilo de vida parasitario y antisocial”. A veces, se hacían redadas para buscar a esas personas: por ejemplo, los agentes podían pedirte los documentos de identidad en el transporte público durante las horas de trabajo y preguntarte por qué no estabas trabajando.
A menudo, el decreto se refería a los disidentes; por ejemplo, a los poetas, autores y artistas que no formaban parte del sistema cultural soviético oficial y que habían sido rechazados de trabajos oficiales. Uno de los ejemplos más destacados de una figura cultural que sufrió las consecuencias de este decreto fue el poeta Iósif Brodski, que al final fue exiliado.
5. Inmoralidad
Los bolcheviques tomaron mucho de los Diez Mandamientos de la Biblia para formar su códice moral para el nuevo hombre soviético. Por ejemplo, el principio de la igualdad de todas las personas (“no hay ni judíos ni griegos”); la necesidad de vivir para el bien común y no para el propio beneficio (uno de los votos que hacían los monjes); y tratar a la mujer como igual al hombre sin tener en cuenta su género.
A falta de una religión que intentara corregir los defectos humanos, el gobierno soviético tuvo que idear nuevos métodos para propagar la moral. Uno de ellos era la reprimenda pública. Una persona que hacía algo inmoral, que no se comportaba de acuerdo con las normas soviéticas, podía ser convocada ante una asamblea colectiva -ya fuera en la escuela, en la universidad o en el colegio, o en el trabajo- donde sería reprendida y educada en la moralidad. Al fin y al cabo, esas personas “avergonzaban” no sólo a sí mismas, sino a todo el colectivo, y a la Unión Soviética. Las autoridades eran especialmente duras con la bebida y el estilo de vida disoluto. Podían incluso intervenir en asuntos familiares y, por ejemplo, denunciar a un marido infiel.
El gobierno soviético, por primera vez en la historia de Rusia, se ocupó de la cuestión de la crianza y educación universal de los niños. Ya no se trataba de un asunto familiar, sino de una prioridad estatal.
El gobierno soviético también se mostró activo en la lucha contra la delincuencia juvenil. Tras la Primera Guerra Mundial, y especialmente tras la Guerra Civil, muchos niños habían perdido a sus padres. Oficialmente, había unos 7 millones de niños de la calle (unos 30.000 niños vivían en orfanatos). Muchos de esos niños crecieron literalmente “en la calle” y eran, por supuesto, ladrones y mendigos. El gobierno tomó la crisis de los niños de la calle bajo su control. Se creó una Comisión Especial de la Infancia y se crearon muchos orfanatos y escuelas de formación profesional. Un grupo de trabajo especial vigilaba las estaciones de tren y las vías férreas donde los niños de la calle solían congregarse. Se les detenía, se les limpiaba, se les alimentaba y finalmente se les asignaba a un hospicio. En 1924, 280.000 niños vivían en orfanatos.
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