Durante la guerra soviética en Afganistán, existía una anécdota militar muy extendida. A menudo se veía a los soldados rusos hirviendo su munición durante horas en una olla. Los relatos de esta práctica generalizada parecen algo inexplicable, pero había una lógica detrás de este extraño hábito.
El negocio de la guerra
Para algunos, la presencia soviética en Afganistán fue una tragedia, pero otros vieron la guerra como una oportunidad de negocio. El gobierno soviético gastó toneladas de dinero para mantener y abastecer a sus tropas en el país y algunas personas buscaron obtener algún beneficio a través de la malversación y la apropiación indebida.
"En la ciudad reinaba una bacanal. Los hombres del ejército vendían todo lo que podían vender en los [bazares], desde municiones militares y alimentos hasta mantas y sábanas", escribió el historiador de guerra Mijail Zhirokov en un libro sobre la presencia soviética en Afganistán.
Todo lo que tenía valor era una oportunidad de negocio para algunos oficiales corruptos que controlaban el flujo de mercancías soviéticas a Afganistán.
"En 1986, [...] los suministros de alimentos estratégicos del ejército fueron [...] enviados a Afganistán. Solo una parte llegó al ejército. La mayor parte acabó en los bazares afganos. Carne enlatada [...] jamón polaco y húngaro, guisantes verdes, aceite de girasol, grasa compuesta, leche condensada, té y cigarrillos: todo lo que no llegaba a los hambrientos soldados soviéticos se vendía a los comerciantes afganos", escribió Zhirokov.
Mientras los oficiales sin escrúpulos ganaban dinero sucio, los soldados rasos de las fuerzas armadas soviéticas en Afganistán no sólo arriesgaban sus vidas a diario, sino que estaban desabastecidos y a menudo mal alimentados.
Comerciantes afganos
Abandonados a su suerte, los soldados tenían que actuar para llegar a fin de mes. Necesitaban dinero para comprar comida, ropa y otros artículos a los comerciantes afganos locales.
Lo único que podían ofrecer los soldados era su munición, ya que la tenían en abundancia. Además, en tiempos de guerra, era prácticamente imposible hacer un seguimiento de las balas; nadie podía saber si la munición que faltaba se utilizaba en combate o se malversaba. Para los soldados que habían sido injustamente estafados, el comercio de municiones era un salvavidas.
Sin embargo, todo el mundo se daba cuenta de cuál era el siguiente destino de la munición vendida. Nadie dudaba de que los comerciantes afganos venderían luego la munición soviética a los muyahidines afganos que luchaban contra el gobierno afgano respaldado por los soviéticos.
Cada bala vendida podía matar a un soldado soviético o incluso al que la había vendido en primer lugar. Antes de poder vender la munición, los soldados soviéticos tenían que asegurarse de que las balas estaban dañadas de forma irreparable.
Munición hervida
En aquella época, una leyenda muy extendida en el ejército afirmaba que la munición hervida durante unas horas no funcionaba correctamente. Los soldados creían que la ebullición prolongada dañaba la munición, de modo que el rifle del enemigo escupía los cartuchos impotentes o no disparaba por completo.
La receta era primitiva: hacer un fuego, hervir agua en prácticamente cualquier recipiente metálico a mano, poner la munición en el agua hirviendo y "cocinar" durante cuatro o cinco horas. El agua no permitía que la munición detonara accidentalmente, mientras que se creía que la exposición prolongada a altas temperaturas dañaba la munición sin cambiar visualmente las balas.
Sin embargo, había un problema. Los soldados soviéticos en Afganistán disponían en su mayoría de dos fusiles Kalashnikov: el AMK, que utilizaba balas de calibre 7,62, y el AK-74, que utilizaba balas de calibre 5,45.
A pesar de la práctica generalizada de hervir ambos tipos de balas antes de venderlas a los afganos, lo más probable es que no tuviera ningún efecto sobre la munición moderna, debido a los materiales utilizados para ensamblarlas.
En el siglo XIX y principios del XX, se utilizaba fulminante de mercurio para encender el propulsor. Cuando una bala de este tipo se calienta a temperaturas de unos 100°C, el producto químico sufre un proceso de descomposición térmica. En resumen, una bala antigua en la que se utilizaba fulminato de mercurio dejaba de funcionar después de haber sido hervida durante unas horas.
Sin embargo, a principios del siglo XX, se introdujeron nuevos compuestos modernos y más avanzados como sustituto del tóxico y menos estable fulminato de mercurio. Estos nuevos compuestos eran extremadamente resistentes a la exposición térmica. Una bala moderna se dispara sin problemas, aunque haya sido hervida durante horas.
Lo más probable es que las balas que se produjeron en la URSS durante la guerra de Afganistán fueran resistentes al calentamiento y que los esfuerzos de los soldados por dañarlas antes de venderlas fueran en vano.
No obstante, los soldados soviéticos hicieron todo lo posible para sobrevivir. Teniendo en cuenta que esta historia del ejército estaba muy extendida, era natural que los soldados soviéticos hirvieran su munición antes de venderla a los afganos.
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