Nikolái Sklifosovski: Revolucionó las prácticas higiénicas en los quirófanos
El cirujano Nikolái Sklifosovski (1836-1904) salvó a cientos de soldados, a los que operó durante la Guerra Ruso-Turca (1877-1878), la Guerra de los Balcanes (1876) y otros conflictos militares. Sin embargo, su principal legado fue la adopción de estrictas normas de higiene en la práctica médica. Aunque hoy resulte difícil de creer, debido a la falta de limpieza, muchas operaciones terminaban de forma trágica, tanto para los pacientes como para los médicos, que podían infectarse. Los apósitos antisépticos impregnados de alcohol y yodo fueron utilizados por primera vez por Nikolái Pirogov, pero fue su alumno, Sklifosovski, quien consiguió introducir el uso obligatorio de antisépticos, algo que en aquella época no era nada fácil. Los médicos de finales del siglo XIX estaban anclados en sus costumbres y eran muy resistentes al cambio: los vendajes se reutilizaban, el instrumental médico se lavaba simplemente con agua caliente, las operaciones se realizaban en mesas de madera que absorbían el sudor y la sangre de los pacientes. Imponer nuevos métodos le llevó a Sklifosovski años de investigación científica y esfuerzos de concienciación: poco a poco se empezó a esterilizar el instrumental quirúrgico, se quemaron los vendajes usados, los médicos empezaron a lavarse las manos después de cada operación y las mesas de madera se sustituyeron por otras de metal.
Iliá Méchnikov: Se infectó para salvar a otros
Hoy en día, casi nos hemos olvidado de enfermedades como la fiebre tifoidea o el cólera, aunque sólo en un pasado reciente consiguieron arrasar pueblos enteros. ¿A qué precio consiguieron los médicos detener esas epidemias? Desde la antigüedad, muchos médicos realizaron experimentos con ellos mismos en busca de una cura. Se infectaron a sí mismos deliberadamente y no permitíeron que nadie les tratara, con el fin de estudiar el curso de la enfermedad y la reacción del cuerpo ante ella. Así se hicieron numerosos descubrimientos científicos en inmunología y virología. Desde muy joven, a Iliá Méchnikov (1845-1916), fundador de la escuela rusa de inmunología, le gustaba experimentar y observar los fenómenos naturales, por lo que su madre le apodó “Mercurio”. En el Imperio ruso, y más tarde en Francia, creó vacunas contra la rabia, el cólera y el ántrax. Para probar sus propias hipótesis sobre la propagación de las bacterias, se inoculó a sí mismo la sífilis, la fiebre recurrente y la sangre de un enfermo de malaria, luchando cada vez por su vida. Dos veces bebió agua infectada de cólera. Sus contemporáneos dicen que lo que ayudó a Méchnikov a sobrevivir en todos estos experimentos fue su salud excepcionalmente fuerte. Hasta el final de su vida, estudió los problemas de la longevidad y llegó a la conclusión de que la salud de una persona dependía directamente del estado de su microflora intestinal y, curiosamente, de su estado de ánimo. Una persona feliz vive más tiempo, y las vacunas ayudan a combatir las enfermedades: sabemos estas cosas aparentemente obvias gracias a Méchnikov.
Gueorgui Siniakov: Liberó a miles de prisioneros de guerra proclamándolos muertos
La increíble historia de este cirujano de los Urales se dio a conocer gracias a una de las personas que salvó, la piloto Anna Yegórova, Héroe de la Unión Soviética, que fue derribada cerca de Varsovia en 1944. En 1961, en un artículo del periódico Literaturnaia Gazeta, contó la historia del médico que la había ayudado a escapar de un campo de concentración. Y no sólo a ella. Durante la Gran Guerra Patria, Gueorgui Siniakov (1903-1978) consiguió organizar la huida de muchos prisioneros del campo de concentración Stalag III-C de Polonia. Reclutado en los primeros días de la guerra, sirvió como cirujano en el frente, hasta que en octubre de 1941 fue capturado cerca de Kiev. Desde mayo de 1942 hasta casi el final de la guerra, estuvo prisionero en el Stalag III-C. Según una historia, salvó al hijo de uno de los soldados de la Gestapo, que se había atragantado con un hueso, y los nazis permitieron al médico moverse libremente por el campo y aumentaron sus raciones diarias de comida (que compartía con otros prisioneros).
De un modo u otro, Siniakov aprovechó su posición privilegiada para ayudar a escapar a otros prisioneros. Para ello, contó con la ayuda de un intérprete alemán, Helmut Schacher (que estaba casado con una rusa). Schacher suministraba a los prisioneros mapas y brújulas, mientras que Siniakov se aseguraba de que figuraran oficialmente como muertos. Así es como funcionaba el sistema de fuga creado: Siniakov declaraba muerto a un prisionero, éste era sacado con los cadáveres de personas que realmente estaban muertas y arrojado en una zanja fuera del campo, donde el prisionero luego “resucitaba”. A principios de 1945, cuando el Ejército Rojo ya se acercaba al campo, quedaban en él unos 3.000 prisioneros. Siniakov consiguió convencer a los nazis de que no mataran a los prisioneros. No se sabe cómo lo hizo, pero los alemanes se retiraron sin disparar un solo tiro. Pronto las tropas soviéticas entraron en el campo, y en cuestión de pocos días, Siniakov operó a unos 70 soldados soviéticos heridos. El médico llegó a Berlín y dejó su firma en las paredes del edificio del Reichstag. Después de la guerra, Gueorgui Siniakov trabajó en un hospital de Cheliabinsk. Prefirió no hablar de aquellos trágicos años.
Yuri Vorobiev: “Desminó” a un soldado herido
La operación llevada a cabo por los médicos soviéticos en septiembre de 1986 parece totalmente increíble. El soldado Vitali Grabovenko fue herido en la guerra de Afganistán y fue llevado a un hospital de Dushanbe, la capital de la República Socialista Soviética de Tayikistán. Tenía múltiples heridas de metralla que fueron cosidas con éxito. Al día siguiente, cuando no podía mover el brazo, una radiografía mostró una extraña forma rectangular en los músculos del pecho. Era bastante grande, de 11 cm de longitud. Los médicos pidieron consejo a los militares y varios afirmaron con seguridad que se trataba de un explosivo. Un movimiento descuidado y todo el hospital podría explotar. Un incidente similar tuvo lugar durante la Gran Guerra Patriótica, cuando todo un equipo médico murió al intentar retirar una granada del cuerpo de un paciente. No obstante, en esta ocasión se decidió operar.
El jefe del hospital, el cirujano Yuri Vorobiev, se ofreció para realizar la operación. Le ayudó un joven médico, el teniente Alexánder Dorojin. Los preparativos para la operación duraron cuatro días, en los que cada acción se planificó cuidadosamente hasta un segundo. Para extraer el proyectil, se fabricó un instrumento especial que permitiera sujetarlo con fuerza. El hospital fue acordonado por expertos en eliminación de minas. Había equipos médicos en espera, por si los médicos resultaban heridos. El equipo de anestesia trabajó con cascos y chalecos antibalas. El cirujano y su ayudante se pusieron trajes antiexplosivos de 30 kg y llevaron gafas antibalas que les cubrían los ojos. La temperatura era de 40 grados. La operación duró 15 minutos; el proyectil extraído se colocó rápidamente en un contenedor y se entregó a los expertos en eliminación de minas. Vorobiev consiguió no sólo extraer con éxito la peligrosa pieza de munición, sino también salvar el brazo del soldado. Por su hazaña, fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja.
Leonid Roshal: Liberó a niños capturados en los atentados terroristas de Dubrovka y Beslán
“Médico de los niños del mundo”: así se conoce a Leonid Roshal (nacido en 1933), tanto en Rusia como en el extranjero. Siempre estaba allí donde los niños necesitaban ayuda: Roshal salvó la vida de niños tras los terremotos de Armenia (1988) y Afganistán (1998) y las guerras de Irak (1991) y Chechenia (1995). En 2002, cuando unos terroristas tomaron el Centro Teatral Dubrovka de Moscú, fue una de las pocas personas a las que se permitió entrar. El médico pudo entregar agua y medicinas para los rehenes y persuadió a los terroristas para que liberaran a ocho niños.
Dos años más tarde, tuvo que presenciar uno de los peores atentados terroristas de la historia de Rusia: el 1 de septiembre de 2004, en la pequeña ciudad de Beslán, los terroristas tomaron una escuela con más de 1.000 alumnos y sus padres dentro. Roshal fue el primero al que los terroristas exigieron ver. Llegó al lugar de los hechos unas horas después de que comenzara el ataque. En Beslán le dieron un teléfono y mantuvo una docena de conversaciones con un terrorista, cuyo nombre desconocía, tratando de persuadirle de que al menos permitiera pasar agua a los niños. El 3 de septiembre se llegó a un acuerdo para retirar los cadáveres que yacían frente a la escuela. En ese momento se oyó una explosión en el interior de la escuela, y los rehenes empezaron a salir corriendo del edificio, saltando por las ventanas, mientras las fuerzas especiales empezaban a asaltar el edificio. Roshal recordó más tarde: “Quizá lo más importante que hice en mi vida fue que conseguí evitar que cientos de familiares de los rehenes intentaran liberar a sus hijos por sí mismos. Los terroristas habrían pensado que era un acto de provocación y se habría producido una masacre”.
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