Para la mayoría de los ciudadanos soviéticos, disfrutar del turismo internacional era una experiencia única en la vida. Los que tenían la suerte de poder viajar al extranjero a menudo se metían en serios problemas.
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El turismo internacional empezó a existir en la URSS a principios de la década de 1930, cuando se creó la organización estatal encargada de enviar a los soviéticos en viajes al extranjero, Sovtour. Sin embargo, a medida que el país bajo la dictadura de Iósif Stalin se iba aislando cada vez más del resto del mundo, “Sovtour” no funcionó especialmente bien, limitando sus operaciones a un único crucero.
El deshielo de Jruschov (período en el que se relajaron la represión y la censura en la Unión Soviética) levantó las severas restricciones para hacer viajes internacionales para el pueblo soviético. A partir de mediados de la década de 1950, todos los ciudadanos soviéticos podían, en teoría, hacer un viaje al extranjero. Sin embargo, en la práctica era una cosa totalmente diferente para la los ciudadanos de a pie.
Para obtener el permiso para viajar al extranjero, un candidato potencial necesitaba referencias del trabajo que destacaran su moralidad intachable. Los potenciales turistas tenían que aparecer, al menos sobre el papel, como comunistas entregados y personas modestas, pero políticamente activas.
Las cartas de referencia eran evaluadas por diferentes instituciones burocráticas de la Unión Soviética antes de aterrizar finalmente en una mesa en Lubianka, donde el candidato a viajero era finalmente aprobado ( o no) por el KGB.
“Había un sistema especial de varias sesiones informativas, durante las cuales una persona tenía que firmar un formulario escrito en el que prometía que no revelaría información [sobre la vida en la URSS] y también tenía que familiarizarse con un determinado conjunto de normas. Además, el turista potencial tenía que pasar algún tipo de examen. Por ejemplo, si uno iba a Alemania del Este, tenía que ser capaz de recordar el nombre del presidente del Partido Comunista alemán”, dijo el historiador Ígor Orlov en una entrevista.
En la práctica, el procedimiento para obtener el permiso para viajar al extranjero era tan amplio y elaborado que daba cabida a decisiones arbitrarias y a la corrupción. Los que tenían la suerte de recibir el permiso de las autoridades tenían que solucionar este asunto a veces con dinero.
Costes y dinero en efectivo
Aunque los costes de los viajes variaban en función del destino, la mayoría de los viajes disponibles para los ciudadanos soviéticos comenzaban a partir de 150 rublos, unos 50-100 rublos más que un salario medio mensual en la URSS en la década de 1960.
La geopolítica desempeñó un papel importante en la configuración de los destinos de viaje más comunes de los turistas soviéticos. La gran mayoría de los viajes al extranjero de los ciudadanos soviéticos tenían como destino Checoslovaquia, Alemania Oriental y la República Socialista de Rumanía.
La creciente popularidad de Bulgaria como destino de vacaciones para los turistas soviéticos acabó traduciéndose en un dicho común: “El hombre no es un pájaro, Bulgaria no está en el extranjero”.
La revolución cubana ofreció disfrutar de un destino más exótico para los soviéticos. La India, una nación no alineada que proclamó su neutralidad durante la Guerra Fría, pero que, sin embargo, mantenía buenas relaciones con la Unión Soviética, proporcionó otro lugar de vacaciones para los soviéticos. A veces se organizaban viajes a Finlandia, Italia, Corea del Norte, Japón, Argelia, Egipto, Túnez e incluso México en la década de 1960.
Sin embargo, cuanto más exótico era el destino, más caro era el viaje. Si un viaje a Bulgaria podía costar unos 150 rublos, un crucero con paradas en varios países de Europa o África podía costar la friolera de 900 rublos, el equivalente a un salario de cinco meses para un trabajador soviético de clase media.
Aunque un lugar de trabajo o una fábrica podían llegar a cubrir una parte de los gastos, este privilegio solía estar reservado a personas con buenas conexiones. El ciudadano común soviético tenía que ahorrar mucho para poder permitirse este tipo de viajes.
También había un límite en la cantidad de divisa extranjera que un turista soviético podía comprar. Por ejemplo, los pocos ciudadanos soviéticos que viajaron a Estados Unidos en 1961 sólo podían comprar un total de 31,90 dólares estadounidenses (o 2,30 dólares por cada día de estancia en el país).
Como no era suficiente para comprar cosas que escaseaban en la URSS, algunos turistas soviéticos llevaban intencionadamente artículos de valor extra, como cámaras de fotos o botellas de vodka, al extranjero para venderlos y sacarse algo de dinero extra.
Striptease y encuentros fugaces
Los ciudadanos soviéticos siempre iban al extranjero en grupos organizados. Antes de partir, los jefes de los grupos eran seleccionados en función de su reputación y su afiliación al partido. Los jefes se encargaban de vigilar el comportamiento de los miembros del grupo, informar de los incidentes y redactar los informes finales una vez que los turistas habían regresado a la Unión Soviética.
Además, los grupos de turistas soviéticos solían ir acompañados de uno o dos agentes del KGB, cuyo trabajo consistía en asegurarse de que el viaje se desarrollaba sin problemas y no ensombrecía la reputación y los intereses de la URSS.
A veces, durante su estancia en el extranjero, los turistas soviéticos se enfrentaban a tantas tentaciones nuevas que apenas podían superarlas, a pesar de toda la preparación.
“...sin mi permiso como jefe de grupo, aunque en su tiempo libre, P. y H. fueron juntos a un club de striptease, a pesar de que las entradas para el striptease son bastante caras, de 35 a 50 dinares”, decía uno de los informes.
Los clubes de striptease, el cambio y el comercio ilegal de divisas, los bares, las peleas con alcohol y otros comportamientos poco respetables formaban parte de las giras soviéticas en el extranjero. Sin embargo, uno de los comportamientos más denostados era el encuentro fugaz con un extranjero. Tales incidentes a menudo provocaban escándalos y acababan en los informes finales.
“Las mujeres constituían el 80% de los grupos de turistas [soviéticos] que iban a Bulgaria. Llegaban, conocían a los hombres locales y desaparecían por la noche. Era un shock para los jefes de las delegaciones cuando las chicas no regresaban a sus hoteles durante días. Como se excusaron más tarde las fugadas temporalmente, habían pasado cada noche ‘recogiendo conchas marinas junto al mar en la playa’”. La cosa llegó a tal punto que los jefes de los grupos turísticos encerraban a las chicas y ponían un ‘centinela’ en la puerta para asegurarse de que no fuese a ninguna parte por la noche”, cuenta el historiador Ígor Orlov.
Los viajes al extranjero fueron un privilegio muy valorado por los soviéticos durante la mayor parte de la existencia de la Unión Soviética. No fue hasta 1991, tras la caída de la URSS, cuando los rusos pudieron viajar libremente al extranjero.
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