En 1985, unas 2.000 ballenas beluga quedaron atrapadas en un hielo espeso que las cercaba rápidamente y amenazaba con matar a los mamíferos. El rompehielos ‘Moskvá’ fue desplegado para liberar a las ballenas, pero éstas no quisieron seguir al ruidoso barco hasta aguas abiertas. Pero entonces, el ingenio (y la música) acudieron al rescate.
Una trampa de hielo
A finales de diciembre de 1984, cazadores y pescadores locales cerca de la isla de Ytigran, en el mar de Bering, cerca de la costa de Chukotka y a sólo unas 130 millas de Alaska, vieron algo inquietante: una manadade aproximadamente 2.000 belugas estaba atrapada por el hielo rápido cerca de la costa.
Las belugas, conocidas como “belujas” o “delfines polares” en Rusia, son mamíferos que necesitan salir a la superficie para respirar. Quedar atrapados en un hielo que se cierre rápidamente significa una muerte segura para los animales. Sin la ayuda de los humanos, las ballenas habrían muerto pronto.
La escasa población local acudió rápidamente al rescate. Durante semanas, los lugareños aplastaron el hielo para evitar que el pequeño charco se helase del todo, mientras alimentaban a los animales con pescado congelado. Sin embargo, sus esfuerzos resultaron insuficientes, ya que el hielo rápido se acercaba inevitablemente a los animales atrapados.
El rompehielos
Gracias a la ayuda de los lugareños, los animales sobrevivieron durante más de un mes, cuando, finalmente, las autoridades enviaron un rompehielos a la región para liberar a las ballenas atrapadas que morían lentamente.
“El rompehielos ‘Moskvá’ corrió contra el tiempo y las temperaturas en picado para llegar a las ballenas antes de que se asfixiaran o murieran de hambre en los charcos cada vez más pequeños de aguas abiertas”, informó el New York Times, que calificó el incidente como “una de las operaciones de rescate más inusuales en la historia de la navegación en el Ártico”.
En los días siguientes, el mundo entero siguió el desarrollo de lo que se denominó “Operación Beluja”.
Guiado por aviones de reconocimiento, el rompehielos ‘Moskvá’, comandado por el capitán Anatoli M. Kovalenko, se lanzó al rescate. Al principio, el gigantesco barco cortó grandes charcos de agua donde las ballenas pudieron recuperar el aliento y las fuerzas. Sin embargo, el objetivo era asegurarse de que las ballenas no permanecieran en lugares donde el agua volviera a congelarse pronto. Los marineros tenían que atraer a las ballenas fuera de las aguas poco profundas y hacia el mar abierto.
La tripulación tuvo que averiguar cómo hacer que las ballenas siguieran a un enorme y ruidoso rompehielos, que asustaba a los mamíferos con sus hélices. Se les ocurrió una solución original: con música.
Seguir el sonido
Tras días de esfuerzos infructuosos para atraer a las ballenas fuera de la trampa, alguien ofreció una solución distinta.
“Por fin, alguien recordó que los delfines reaccionan de forma destacada ante la música. Y así, los primeros acordes comenzaron a brotar de la cubierta superior. Música pop, marcial, clásica. La clásica resultó ser la más del gusto de las belugas. La manada empezó a seguir lentamente al barco”, citó el New York Times en sus noticias locales.
Los registros de la época se contradicen en cuanto a la música que se tocaba para las ballenas. Algunos informes dicen que era pop soviético, mientras que otros dicen que los mamíferos optaron por la música clásica. Independientemente del género, pronto la tripulación descubrió que la táctica era un éxito.
“Nuestra táctica es la siguiente: Retrocedemos, luego avanzamos de nuevo en el hielo, hacemos un pasaje y esperamos. Lo repetimos varias veces. Las belugas empiezan a ‘entender’ nuestras intenciones y siguen al rompehielos. Así, nos movemos kilómetro a kilómetro”, dijo entonces el capitán Anatoly M. Kovalenko.
A finales de febrero, todas las ballenas atrapadas fueron liberadas y escaparon a mar abierto. Según algunas estimaciones, la operación de rescate costó a la Unión Soviética unos 55.000 dólares (aproximadamente 148.000 dólares de hoy en día).
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