Por qué a los soviéticos les encantaba reunirse en torno a una mesa (Fotos)

Los restaurantes eran un lujo para unos pocos, pero eso no pudo hacer nada contra el amor de los soviéticos por la comida y las reuniones. La mesa, por tanto, siempre fue un centro de poder en el hogar, al que todos se sentían atraídos.

Visitar a los amigos en los días festivos, o incluso sin motivo aparente, era una de las principales actividades de la URSS. Ir a tomar el té o hablar del día en la cocina hasta altas horas de la noche: esta era la imagen de un momento idílico en aquellos días.

Si el grupo era pequeño, la mesa solía ponerse en la cocina. Allí se utilizaba el té (o un trago de algo más fuerte) como lubricante para las conversaciones sobre temas importantes: literatura, la actualidad, el sentido de la vida, el funcionamiento del mundo...

En estas cocinas imposiblemente pequeñas de los apartamentos soviéticos cabía un número sin precedentes de personas que querían charlar o fumar un cigarrillo, y nadie se sentía apretado.

En ocasiones importantes, la fiesta se trasladaba al salón. Allí había más espacio. Prácticamente todos los apartamentos tenían una mesa plegable que podía ampliarse hasta cuatro veces en longitud.

La gente abordaba las reuniones con una precisión militar. Siempre se utilizaba el mejor mantel, mientras que la vajilla más cara se sacaba de los estantes polvorientos de los armarios (platos, copas de vino y similares) que, por lo demás, no se utilizaban durante todo un año hasta que llegaba un día importante.

La preparación de la comida podía comenzar dos, a veces tres días antes del gran día; la mujer de la casa solía pedir ayuda a sus parientes o amigas para cocinar. Los jolodets, por ejemplo, deben cocinarse durante toda la noche y luego dejarse reposar varias horas en la nevera.

Para cuando llegaban los invitados, la mesa estaba lista y preparada: es decir, con al menos tres tipos de ensaladas (con mayonesa, por supuesto). El proceso consistía en hervir, cortar y trocear un montón de verduras y carnes. Entre ellas, la clásica “Olivier” de Año Nuevo, así como otras con pescado en conserva, como la “Mimosa”.

La presencia de varios platos más extravagantes estaba garantizada: El “Jullien” (queso fundido sobre setas fritas), rollos de berenjena frita con queso, huevos cocidos con caviar rojo, etc. A las anfitrionas nunca les faltó imaginación, que a menudo alcanzó proporciones épicas.

También eran muy populares los platos en escabeche: pepinos, tomates, coles (chucrut) y setas. Todo ello no sólo era una buena comida (y barata), sino que también iba muy bien con el vodka.

Después de que los invitados se atiborrasen de ensaladas, salía el plato principal: pato asado o “carne a la francesa” (preparada al horno, con mayonesa y queso). Y, por supuesto, patatas, hervidas o asadas; al fin y al cabo, era barato y a todo el mundo le gustaba este producto básico.

A menudo se celebraban grandes comilonas con motivo de cumpleaños, bodas (así es, a menudo se celebraban en la comodidad del hogar), las celebraciones de Año Nuevo, naturalmente, y otras ocasiones importantes, como el Día Internacional de la Mujer o el Día del Defensor de la Patria (23 de febrero).

La gente se reunía a las dos o tres de la tarde y se sentaba hasta la madrugada. Uno podría preguntarse: ¿en qué podía ocuparse la gente durante tanto tiempo? Pues en comer, por supuesto (¡con toda la comida que había!), en pronunciar interminables y largos brindis y, por supuesto, en perderse en la conversación, recordando todo tipo de divertidas historias de días pasados.

Después de llenarse de comida y convencer a la anfitriona de que no había espacio para más, los invitados empleaban sus últimas fuerzas para tomar el té y el postre. Los dulces, la tarta casera (o comprada en la tienda), el té y el postre después de la cena eran siempre imprescindibles.

Si el día siguiente caía en fin de semana, las fiestas podían terminar con una actuación musical (alguien cogía una guitarra o un acordeón) o se ponían algunos discos y la gente bailaba.

Por cierto, no había casi nadie con quien dejar a los niños durante la noche, así que a menudo se les traía y participaban, correteando por los pasillos y las habitaciones, antes de acabar desmayándose literalmente en la mesa o en las sillas, mientras los adultos seguían bailando (y nadie bajaba nunca el volumen de la música, así era la dura educación soviética... además esos niños podían dormir hasta en medio de un terremoto).

Y no sólo los niños se quedaban dormidos durante la velada... cualquiera podía pedir un lugar donde tumbarse un rato para reponer fuerzas y contratacar con fuerza los platos, las ensaladas y la carne a la francesa.

LEE MÁS: 7 canciones rusas para animar una fiesta

La ley de derechos de autor de la Federación de Rusia prohíbe estrictamente copiar completa o parcialmente los materiales de Russia Beyond sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original.

Lee más

Esta página web utiliza cookies. Haz click aquí para más información.

Aceptar cookies