¿Por qué Rusia ha sido gobernada por tantos no rusos?

Dominio público; Klimbim
La historia de Rusia comenzó oficialmente con la llegada de príncipes extranjeros del Norte, y el último zar ruso era alemán de sangre. ¿Cuáles fueron los precursores históricos de este “dominio extranjero”?

Aunque todavía existen dudas e incertidumbres sobre los detalles exactos que rodean la llegada de los varegos, los historiadores están de acuerdo en que, sea quien fuese Rúrik, el príncipe vargo, no era ruso de nacimiento.

La asimilación de los ruríkidas

Rurik, miniatura del Libro Titular del Zar, siglo XVII.

Podemos suponer con seguridad que los primeros príncipes de las tierras rusas eran nórdicos. Incluso llevaban nombres escandinavos: Ígor, Oleg, Olga. Sin embargo, con la llegada del siglo X, se asimilaron y se integraron en la población rusa.

Vladímir el Grande, el príncipe de Kiev que bautizó a Rusia, era un ruríkida de nacimiento, bisnieto de Rúrik. Trató de establecer lazos dinásticos con los países extranjeros. Para ello, casó a algunas de sus hijas con príncipes y reyes extranjeros, aunque no se puede saber con certeza cuántas fueron exactamente, debido a la insuficiencia de fuentes históricas.

Su hija Premislava (m. 1015), por ejemplo, se convirtió en la esposa del príncipe húngaro Ladislao el Calvo (997-1030), mientras que María Dobroniega (1012-1087) fue la esposa de Casimiro I el Restaurador, duque de Polonia (1016-1058).

Sin embargo, ninguna de las hijas de Vladímir ni su descendencia regresaron a tierras rusas.

Los ruríkidas siguieron gobernando Rusia hasta principios del siglo XVII, cuando, tras la época de los problemas, la dinastía Romanov se hizo con el trono ruso.

Pedro el Grande vincula el linaje de los Romanov al extranjero

El zar Alexéi Mijáilovich (1629-1676), padre de Pedro el Grande, era muy riguroso en cuestiones de tradición cuando se trataba de matrimonios dinásticos. No aprobaba que sus hijas se casaran con príncipes extranjeros, probablemente porque no quería que una dinastía extranjera tuviera derechos sobre el trono ruso.

A diferencia de Alexéi Mijáilovich, su hijo Pedro utilizó a sus hijas y sobrinas como piezas de un gran juego dinástico europeo. Consiguió concertar el matrimonio de su sobrina, Anna Ioánnovna (1693-1740), con Federico Guillermo, duque de Curlandia (1692-1711), que desgraciadamente murió poco después de la boda, tal vez a causa del exceso de alcohol habitual en la corte rusa. Ana y Federico Guillermo no tuvieron hijos.

El duque Federico Guillermo de Curlandia // Anna Ioannovna.

Mientras tanto, la hija que Pedro tuvo con su segunda esposa Catalina (1684-1727), Ana (1708-1728), nacida incluso antes de que Pedro contrajese matrimonio con la madre, se convirtió en la esposa de Carlos Federico, duque de Holstein-Gottorp (1700-1739). Anna se trasladó a Kiel, la capital del land alemán de Schleswig-Holstein. Y aunque murió joven, apenas tres meses antes de su muerte, dio a luz a Carlos Pedro Ulrico de Schleswig-Holstein-Gottorp (1728-1762), que se convertiría en el emperador ruso con el nombre de Pedro III.

Los Romanov alemanes

Isabel Petrovna (1709-1762), otra de las hijas menores de Pedro y Catalina, fue la última gobernante rusa que llevaba al menos la mitad de sangre rusa en sus venas (Catalina era livonia de nacimiento). Pedro III, que fue su sucesor, fue derrocado por su esposa, Catalina (1729-1796), nacida como Sofía de Anhalt-Zerbst.

Retrato de la coronación del emperador Pedro III.

El único hijo de Pedro III y Catalina II, Pablo I de Rusia (1754-1801), se casó dos veces, ambas con princesas alemanas. Su primera esposa, la princesa Guillermina Luisa de Hesse-Darmstadt (1755-1776), murió al dar a luz, junto con su hijo mortinato, mientras que su segunda, Sofía Dorotea de Württemberg (1759-1828), se convirtió en María Fiódorovna tras adoptar la fe ortodoxa rusa.

Retrato de la emperatriz María Fiódorovna // Retrato del emperador ruso Pablo I.

Todos los hijos de Pablo y María, incluidos Alejandro (1777-1825) y Nicolás (1796-1855), que se convertirían en emperadores rusos, eran completamente alemanes de nacimiento, y toda su descendencia también, porque en el siglo XIX los emperadores rusos, sorprendentemente, no se casaron con ninguna princesa rusa: simplemente no había coincidencias para ellos en el sentido dinástico, y los Romanov del siglo XIX se atenían estrictamente a las reglas de sucesión al trono establecidas en Rusia. Estas normas establecían que los herederos al trono ruso sólo debían casarse con mujeres que estuvieran cerca o fueran iguales a ellos en cuanto a su estatus real, y en Rusia no había otras dinastías que pudieran igualar a los Romanov. No les quedaba más remedio que casarse con princesas europeas, preferentemente alemanas, debido a los duraderos lazos que comenzaron con el matrimonio de la hija de Pedro, Ana, con el duque de Holstein-Gottorp. Con el tiempo, eso llevó a que los Romanov y la Casa de Windsor (antes, la Casa alemana de Sajonia-Coburgo y Gotha) estuvieran estrechamente relacionados.

A finales del siglo XIX, los emperadores rusos apenas sabían ruso: Alejandro III (1845-1894) hablaba ruso con un marcado acento alemán, mientras que su hijo Nicolás II (1868-1918), el último emperador ruso, prefería comunicarse en inglés incluso con su esposa, Alejandra Fiódorovna (1872-1918), nacida princesa Alix de Hesse y del Rin.

El último emperador ruso Nicolás II.

Aunque, en 1913, Nicolás y Alejandra se vistieron a sí mismos y a toda la corte real rusa con trajes tradicionales rusos (siguiendo el modelo de las prendas del siglo XVII, para celebrar el 300º aniversario de la dinastía Romanov) no eran más que rusos de imitación.

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