Caminando por el Parque de la Liberación en el centro de Wuhan, la ciudad ahora mundialmente famosa por ser el lugar donde comenzó la pandemia del coronavirus, uno se encuentra con un obelisco de ocho metros de altura que lleva, entre otras, la siguiente inscripción: “El recuerdo de los pilotos soviéticos vivirá para siempre en el corazón del pueblo chino”. El monumento señala una fosa común con los restos de casi 30 militares soviéticos.
El hecho de que al final de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, el Ejército Rojo liberó la parte noreste de China -Manchuria de la ocupación japonesa es bien conocido. Pero ¿qué hacían los pilotos soviéticos en otra parte del país, en Wuhan, y qué hicieron para ganarse la gratitud del pueblo chino?
Enemigo común
Las tropas soviéticas llegaron a China mucho antes de 1945, concretamente en 1937, poco después del inicio de la invasión japonesa a gran escala de ese país. Moscú vio la política agresiva de Tokio como una amenaza para su propia seguridad y accedió a la petición de ayuda de los dirigentes chinos. Como dijo Stalin en aquel momento: “Podremos proporcionar ayuda regular a China siempre que no haya guerra en Europa”.
Para empezar, la URSS contribuyó a una reconciliación temporal entre los comunistas de Mao Zedong, sus aliados ideológicos, y el partido gobernante Kuomintang, lo que permitió establecer un frente unido contra el agresor.
Moscú no estaba dispuesto a entrar en un conflicto armado abierto con Japón, pero proporcionó al gobierno de Chiang Kai-shek varios préstamos para la compra de armas soviéticas a precios preferenciales, un 20% por debajo del mercado mundial. En total, desde octubre de 1937 hasta 1941, la Unión Soviética suministró a China 1.235 cazas y bombarderos, 82 tanques, 16.000 piezas de artillería, más de 14.000 ametralladoras, 50.000 fusiles, casi 2.000 vehículos y tractores, así como municiones, máscaras antigás, medicamentos y mucho más.
Además de las armas, la Unión Soviética comenzó a enviar secretamente a China especialistas militares que, para evitar un conflicto con Japón, fueron calificados como “voluntarios”. En el menor tiempo posible, los instructores soviéticos consiguieron aumentar la eficacia de combate de 40 (de 246) divisiones de infantería del mal entrenado ejército chino, contribuyeron a la formación de divisiones montadas y proporcionaron un entrenamiento intensivo a las tripulaciones de tanques y de vuelo. Si antes, en las batallas con los japoneses, las tropas chinas sufrían pérdidas en una proporción de cinco a uno, gracias a los especialistas soviéticos, esta cifra disminuyó considerablemente.
El papel más importante entre esos especialistas lo desempeñaron los pilotos soviéticos, que no sólo entrenaron a sus colegas chinos, sino que también participaron activamente en batallas aéreas. Antes de su llegada, el Servicio Aéreo del Ejército Imperial Japonés reinaba en los cielos de China.
Incursión en Taiwán
Los japoneses se dieron cuenta por primera vez de la aparición de un nuevo enemigo serio en las alturas el 21 de noviembre de 1937, en una batalla aérea sobre la capital china, Nanjing, cuando siete cazas soviéticos I-16 se enfrentaron a 20 aviones japoneses, derribando dos cazas y un bombardero sin perder ninguno de sus aparatos.
Con una inferioridad numérica manifiesta con respecto a los japoneses, los pilotos soviéticos tenían que realizar de cuatro a cinco salidas diarias para defender las ciudades chinas. Pero su función no se limitaba sólo a la defensa.
El 23 de febrero de 1938, en el vigésimo aniversario del Ejército Rojo, 28 bombarderos SB, tras recorrer una distancia de casi 1.000 km sin cobertura de cazas, realizaron un ataque a una de las principales bases de la Fuerza Aérea japonesa en la isla de Taiwán (entonces conocida como Formosa). Para ahorrar combustible y aumentar su alcance, los bombarderos volaron a una altitud de unos 5.000 m.
Sin máscaras de oxígeno, los pilotos pasaron todo el vuelo al límite de su capacidad física debido a la hipoxia. “El corazón late más deprisa, la cabeza da vueltas, te sientes somnoliento... Lo único en lo que puedes confiar es en tu resistencia física”, recordaría el comandante del raid, Fiódor Polinin, en sus memorias Rutas de combate.
El ataque a la base aérea taiwanesa de Matsuyama cogió por sorpresa a los japoneses. En ella se destruyeron 40 aviones enemigos, sin contar los que estaban almacenados desmontados en contenedores; se quemaron hangares y un suministro de combustible para tres años. Al final, el gobernador de Taiwán fue destituido y el comandante de la base aérea se suicidó.
“La espada de la justicia”
En la primavera de 1938, la aviación japonesa hizo llover bombas sobre Wuhan. Esta ciudad, una de las más importantes del país, se había convertido en un santuario temporal para el gobierno y el mando militar chinos tras la caída de Nanjing en diciembre de 1937.
El 29 de abril, los pilotos japoneses decidieron celebrar el cumpleaños del emperador Hirohito infligiendo un aplastante ataque aéreo a la ciudad. En la incursión japonesa participaron 18 bombarderos, protegidos por 27 cazas. Mientras se acercaban a Wuhan, fueron recibidos por 64 cazas soviéticos I-15 e I-16.
“En lo alto del cielo azul, flotaban nubes blancas y los proyectiles antiaéreos que estallaban parecían flores en flor, - recordó un testigo de la batalla aérea, Guo Moruo. - El crepitar de los cañones antiaéreos, el rugido de los aviones, el sonido de las bombas al explotar, el incesante traqueteo de las ametralladoras... todo se mezclaba en un barullo sin fin. A la luz del sol, las alas de los aviones parpadeaban mientras éstos se elevaban, descendían, giraban a la izquierda y a la derecha".
En total, durante la batalla aérea, que duró apenas media hora, fueron derribados 11 cazas y 10 bombarderos enemigos. El bando soviético perdió 12 aviones. Los japoneses, aturdidos por el repentino ataque, no volvieron a aparecer en el cielo de Wuhan durante aproximadamente un mes. Otro intento que hicieron, el 31 de mayo, también acabó en fracaso. Perdieron 14 aviones, y escuadrones tan famosos del Servicio Aéreo del Ejército Imperial Japonés como el ‘Samurai del Aire’ y ‘los Cuatro Reyes Celestiales’ fueron derrotados. Por su contribución a la defensa de la ciudad, los chinos llamaron respetuosamente a los pilotos soviéticos “espada de la justicia”.
En 1940, cuando las relaciones entre el Kuomintang y los comunistas de Mao se rompieron por completo, la URSS comenzó a reducir gradualmente su ayuda militar al gobierno de Chiang Kai-shek. El personal soviético dejó de participar en las hostilidades contra los japoneses.
En total, de los 700 pilotos y técnicos de aviación enviados por Moscú a China entre 1937 y 1940, 214 murieron. Los restos de muchos de ellos descansan en decenas de fosas comunes repartidas por todo el país que son custodiadas por el Estado chino.
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