1. Nadezhda Plevitskaia
Era una de las cantantes favoritas del emperador Nicolás II de Rusia. El público siempre saludaba a Nadezhda Plevitskaia, intérprete de romances y canciones populares rusas, con largas ovaciones.
Tras la Revolución de 1917, Plevitskaia acabó en el exilio. En 1930, ella y su marido, el general Nikolái Skoblin, fueron reclutados por la inteligencia soviética. Durante siete años cooperaron activamente con los servicios secretos de la URSS contra la organización de emigrantes blancos antibolcheviques, la Unión Militar Rusa (ROVS). En particular, gracias a ellos se neutralizaron 17 agentes introducidos en la URSS para llevar a cabo actos terroristas.
En 1937, el general Evgueni Miller, una de las figuras más importantes de la ROVS, fue secuestrado en París y llevado a la URSS. Poco después, Plevitskaia fue detenida por la policía francesa por su participación en la operación de Miller y condenada a 20 años de trabajos forzados. Nadezhda Vasilievna Plevitskaia murió en prisión dos años después, el 1 de octubre de 1940.
2. Elena Ferrari
Olga Revzina, más conocida por su seudónimo Elena Ferrari, compaginó con éxito el trabajo para la inteligencia soviética con las actividades literarias. Sus poemas se publicaron en la URSS y en Italia, y sus cuentos en prosa fueron elogiados por el destacado escritor Maxim Gorki.
En la década de 1920, Ferrari estableció redes de inteligencia en Alemania y reclutó ingenieros militares en Italia. Pero su operación más significativa fue la participación en el atentado contra el barón Piotr Wrangel. Tras la derrota del movimiento blanco en la Guerra Civil, Wrangel, uno de sus líderes más destacados y archienemigo de los bolcheviques, acabó en Turquía con los restos de su ejército ruso (conocido comúnmente como el Ejército de Wrangel). El 15 de octubre de 1921, el vapor italiano Adria, que navegaba desde la Rusia soviética, embistió el yate de Wrangel, el Lucullus, que estaba anclado en el puerto de Estambul. El comandante militar, como se vio, estaba en tierra en ese momento, pero sus pertenencias personales, documentos y el tesoro del ejército se fueron al fondo del mar.
Durante una visita rutinaria a la URSS, Elena Ferrari pereció en el Gran Terror estalinista. Acusada de actividad contrarrevolucionaria y espionaje, fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento el 16 de julio de 1938. Fue rehabilitada a título póstumo en 1957.
3. Elizaveta Zarubina
Fue una auténtica “cazatalentos”. Hubo pocos reclutadores en la inteligencia soviética a la altura de Elizaveta Zarubina. “Encantadora y sociable, hacía fácilmente amigos en los círculos más diversos. Una mujer elegante, de rasgos clásicos y refinados por naturaleza, atraía a la gente como un imán. Liza era una de las más hábiles reclutadoras de agentes”, así la describió Pável Sudoplatov, miembro de los servicios de inteligencia soviéticos.
Durante años de trabajo en diferentes países de Europa y en EE UU, Elizaveta, junto con su marido, el oficial de inteligencia Vasili Zarubin, reclutaron a cientos de agentes. Eran los encargados del oficial de la Gestapo Willi (Willy) Lehmann, uno de los informadores más valiosos de la Unión Soviética en el Tercer Reich. La red de agentes establecida por los Zarubin en Alemania siguió funcionando parcialmente incluso después de la derrota del nazismo.
Elizaveta Zarubina fue la primera agente soviética en obtener información sobre el inicio de los trabajos de desarrollo de una bomba nuclear en EE UU Se hizo amiga de Katherine, la esposa de Robert Oppenheimer, jefe del Proyecto Manhattan, y fue decisiva para conseguir que físicos y matemáticos con opiniones izquierdistas fueran reclutados para el programa secreto. Estos, a su vez, transmitieron información valiosa a Moscú.
4. Melita Norwood
Gracias al agente soviético “Hola”, Stalin sabía más sobre el programa británico de la bomba atómica que algunos de los ministros del gabinete del país. Durante casi 35 años, Melita Norwood copió para la URSS documentos secretos relacionados con el proyecto británico de armas atómicas.
Norwood, una comunista comprometida, tuvo acceso a esta información cuando consiguió un trabajo como secretaria en la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferrosos (BNFMRA), que participaba en el programa atómico. En varias ocasiones, el servicio de contrainteligencia, el MI5, tuvo sospechas sobre Melita, pero no hubo pruebas de sus actividades de espionaje.
La agente no fue descubierta hasta 1992, cuando Norwood, ya jubilada, tenía 80 años. El gobierno británico decidió no detenerla y dejar en paz a la “Abuela Roja” (como la apodó la prensa). “Hice lo que hice no para ganar dinero, sino para ayudar a evitar la derrota de un nuevo sistema que, a un gran coste, había dado a la gente corriente alimentos y tarifas que podían pagar, una buena educación y un servicio sanitario”, dijo Norwood a los periodistas en aquel momento.
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