A partir de los años 50, la Unión Soviética no escatimó recursos para desarrollar su programa espacial. Los ingenieros soviéticos lanzaron el primer satélite artificial, pusieron a un hombre en el espacio y realizaron la primera caminata espacial.
Cada misión era más dura que la anterior. Los nuevos objetivos exigían decisiones creativas. Esto fue especialmente cierto en el campo del control de las misiones de vuelos espaciales.
Los cálculos balísticos mostraron que las naves espaciales que orbitaban la Tierra hacían seis de sus 16 vueltas diarias sobre el Océano Atlántico. Durante esos periodos, la calidad de la comunicación con el control de la misión ubicado en la Unión Soviética siempre se deterioraba considerablemente.
Los científicos pensaron entonces en una solución inteligente: ¿Por qué no crear un control de misión flotante, capaz de supervisar los vuelos espaciales desde cualquier punto de la Tierra?
En 1971, el buque ‘Kosmonavt Yuri Gagarin’ fue botado.
El aspecto poco ortodoxo de la nave es lo primero que llamaba la atención, debido al desconcertante número de antenas y antenas parabólicas del que estaba dotado. La nave llevaba a bordo todo un complejo de comando y medición radiotécnica (llamado “Fotón”) para monitorear las naves espaciales en vuelo. Orbital.
El equipo permitía trabajar con hasta dos naves espaciales simultáneamente, enviándoles coordenadas, cambiando su trayectoria y manteniendo el contacto con los cosmonautas, utilizando teléfonos y telégrafos. El navío también estaba en constante comunicación con el Centro de Control de Misiones, en Korolev.
Además del control de vuelo, el “Kosmonavt Yuri Gagarin” también era capaz de buscar naves espaciales perdidas y supervisar el rescate de cosmonautas en el océano.
El buque tenía un total de 75 antenas y parabólicas de diferentes tamaños y propósitos. Pero de todas ellas, la mirada del observador siempre reparaba en las cuatro más grandes. Dos de ellas, instaladas en el puente de proa, solían tenían 12 metros de diámetro y pesaban 180 toneladas cada una. Las otras dos eran aún más grandes y más potentes, cada una de ellas medía 25 metros de diámetro y pesaba la asombrosa cantidad de 240 toneladas cada uno.
La enorme cantidad y la ubicación específica de las antenas crearon ciertos problemas relacionados con la capacidad de navegación del barco, lo que requirió de la búsqueda de soluciones únicas y constructivas.
El mayor problema era asegurar la estabilidad del barco, su capacidad para soportar fuerzas externas y la habilidad de volver a un estado de estabilidad una vez que estas fuerzas disminuyeran.
Las gigantescas antenas parabólicas, con sus soportes y bases de sujeción, no sólo pesaban toneladas, sino que tenían que ser colocadas en los lugares menos convenientes para garantizar una navegación segura y estable. Los elementos más pesados se elevaban sobre la cubierta, mientras que en comparación, los equipos eléctricos y de navegación, muy ligeros, se encontraban bajo cubierta.
Un problema adicional en la calidad de la navegación, acentuado por el gran tamaño de las antenas parabólicas, era que había que inclinarlas de lado cuando se establecía conexión más allá de nuestra atmósfera. Para evitar el riesgo de rotura, o que el barco simplemente volcara, las sesiones de comunicación nunca se realizaban con vientos fuertes.
Siempre que el barco estaba ocupado comunicándose con una nave espacial, no podía elegir cualquier rumbo y tenía que mantenerse en una trayectoria establecida. Esto llevó a la necesidad de mejorar la maniobrabilidad del navío incluso en condiciones climáticas favorables y a velocidades más bajas.
Para resolver esta tarea, se instalaron dispositivos especiales de dirección interna en forma de dos motores alados en la proa y en la popa. Esta construcción facilitaba el manejo a velocidades más bajas, durante los giros y el acoplamiento, compensando la fuerza de las mareas durante la comunicación.
Las tareas que se plantean ante un centro de control de una misión espacial flotante requieren de un alto grado de autonomía, dada la presencia casi constante del buque en el mar, lejos de combustible y provisiones. Las reservas de carburante afectan directamente al alcance de los viajes ininterrumpidos: éste es un factor crucial para tareas específicas que sólo pueden realizarse en determinados lugares, a menudo a cientos de millas del puerto más cercano.
El ‘Gagarin’ tenía una autonomía de 20.000 millas náuticas. En comparación, el alcance del portaaviones pesado 'Almirante Kuznetsov' es de sólo 13.546 km.
El Gagarin fue una parte crucial en las misiones espaciales soviéticas ‘Luna 20’, ‘Venera 8’ ‘Soyuz’ y ‘Salut-7’.
A pesar de sus características únicas, el famoso buque tuvo un triste final. Tras la desintegración de la Unión Soviética, el baro, anteriormente registrado en Odessa, pasó a manos de la Ucrania independiente y su Ministerio de Defensa.
Los nuevos propietarios de la nave no albergaban ambiciones espaciales como sí los rusos y carecían de cualquier nave espacial o cosmódromo propio. El ‘Gagarin’, como resultado, quedó inactivo. En 1996, Ucrania vendió la nave a la compañía austriaca Zuid Merkur por 170.000 dólares por tonelada.
El 1 de agosto de 1996, el barco fue enviado a Alang, en la India, para su desguace.