En la década de los años 30 y 40 una persona podía acabar en la cárcel por un chiste, obviamente si se refería a los líderes del Partido Comunista o a Stalin. Por ejemplo, el material de archivo muestra que un tal Serguéi Popóvich fue condenado a diez años de prisión en 1947 por contar seis chistes antisoviéticos.
Seguramente tuvo mala suerte, pero no fue, ni mucho menos, el único caso. Alexandra Arjípova, una filóloga que estudia chistes soviéticos, explicó a Radio Liberty: “En la década de 1940, durante la guerra, sentenciaron a la pena capital a la gente por ‘propaganda antisoviética y bromas contrarrevolucionarias’”. Así que no era descabellado decir que un chiste podía matarte.
¿Cómo eran esas bromas de que eran tan peligrosas?
Sistema retorcido
Algunos chistes se referían a los vicios del sistema socialista. Imagina un pobre Popóvich que les dice a sus amigos:
Una anciana ve un camello por primera vez en su vida y se pone a llorar.
“Oh, pobre caballito, ¿qué te hizo el poder soviético…”.
Los chistes también se burlaban de la propaganda oficial, que se limitaba a hablar del lado positivo de la vida soviética, y pasaba por alto los problemas.
Alejandro Magno, Julio César y Napoleón están observando (como fantasmas) el desfile en la Plaza Roja en la década de 1940.
“¡Si tuviera tanques soviéticos, habría sido invencible!”, dice Alejandro.
“¡Si tuviera aviones soviéticos, habría conquistado el mundo entero!”, dice César.
“Si yo tuviera Pravda [el principal periódico soviético], el mundo nunca habría sabido lo que ocurrió en Waterloo”, dice Napoleón.
Durante la época soviética hubo periodos de escasez de productos básicos y la gente compartía sus sentimientos en los chistes.
¿Qué pasaría si construyéramos el socialismo en el desierto del Sahara?
Durante los primeros 50 años no habrá nada más que planificación y conversación. Después, de repente, el Sahara se quedará sin arena...
Stalin el Terrible
Entre los años 20 y la década de 1940, el principal dardo de los chistes era el todopoderoso Stalin. Los chistes se contaban en voz baja. Normalmente se le describía como un hombre extremadamente cruel al que todo el mundo le tenía mucho miedo.
Stalin pronuncia un discurso ante una gran audiencia en el Kremlin. De repente alguien estornuda.
Stalin: ¿Quién ha estornudado?
Todos tiemblan, y nadie se atreve a confesar.
Stalin: Primera fila, levántense y váyanse. Os dispararán.
(Aplausos)
Stalin: Entonces, ¿quién ha estornudado?
Silencio.
Stalin: Segunda fila, levántense y váyanse. Os dispararán.
(Ovación, gritos: “¡Viva Stalin!”)
Stalin: ¿Quién ha estornudado?
Un hombre se levanta en la última fila, temblando: Fui yo, lo siento...
Stalin: No es gran cosa. ¡Bendito seas, camarada!
La colectivización, el proceso de organizar por la fuerza granjas colectivas, koljoses, costó la vida a cientos de miles de campesinos soviéticos. También provocó muchos chistes.
Una vez Stalin tuvo un problema con los ratones: infestaron su oficina en el Kremlin y nadie podía ahuyentarlos. Así que un amigo le dio un consejo a Stalin:
-Di que tu gabinete es un koljós. ¡La mitad de los ratones huirán como el demonio, y la otra mitad morirá de hambre!
Al mismo tiempo, Stalin seguía siendo elogiado por la propaganda oficial del Estado, lo que no pasaba desapercibido en los chistes.
El viejo Rabinóvich [apellido judío] va a la manifestación con un cartel que dice: “¡Gracias, camarada Stalin, por mi feliz infancia!”.
Un oficial de policía lo ve:
-Oye, camarada, eso no tiene sentido. ¡Eres demasiado viejo; cuando eras un niño Stalin ni siquiera estaba vivo!
-Sí, y mi infancia fue muy feliz sin él. ¡Estoy agradecido por ello!
Chistes de las cárceles
Ni siquiera el hecho de ser encarcelado por bromear podía romper el espíritu alegre del pueblo soviético.
Dos prisioneros se encuentran en una celda de la cárcel.
-¿Por qué estás aquí?
-Por la pereza.
-¿Qué?
-Mi amigo y yo estuvimos contando chistes políticos toda la noche y luego me fui a dormir. Mi amigo, sin embargo, no era perezoso, y fue a la policía y me delató primero, así que estoy aquí.
1937, dos jueces soviéticos se encuentran justo fuera de la sala del tribunal. Uno se está riendo a carcajadas.
-Hola camarada, ¿de qué te ríes?
-No importa, acabo de oír el chiste más gracioso de la historia.
-¡Dime!
-No, no puedo, acabo de condenar a un hombre a diez años al gulag por contarlo...
Por supuesto, la gente no dejó de contar chistes cuando Stalin murió y los tiempos se volvieron menos violentos.
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