Los cupones de racionamiento permitían a los ciudadanos comprar alimentos a precios controlados por el Estado. Cada sello indicaba la cantidad que se podía comprar. El pan se podía adquirir a diario, mientras que otros productos, una vez cada diez días. Sin embargo, había escasez, especialmente en el caso de la carne.
Las raciones disminuyeron lentamente hasta noviembre-diciembre de 1941, los meses más duros, cuando se permitía a los trabajadores de 150 a 250 g de pan al día. Los funcionarios, niños y personas dependientes solo recibían 125 g. Las raciones mensuales eran las siguientes: los trabajadores e ingenieros podían recibir 1,5 kg de carne, 2 kg de fideos, 800 g de grasa (aceite vegetal o manteca de cerdo) y unos 1,5 kg de azúcar. Los funcionarios podían contar con 800 g de carne, 1,5 kg de fideos, 400 g de grasa y 1,2 kg de azúcar.
Los sellos de racionamiento se valoraban enormemente. Perderlos podía provocar la inanición e incluso la muerte.
Durante el asedio había un apagón obligatorio. Se apagaban todas las luces por la noche para que las fuerzas aéreas enemigas no tuvieran nada a lo que apuntar desde el cielo. La gente se ponía retrorreflectores, o más “luciérnagas”, como las llamaban durante sitio, en sus ropas para verse en las oscuras calles.
Las “luciérnagas” estaban hechas de chatarra y plástico y cubiertas con una sustancia hecha de radio-226, que brillaba en la oscuridad.
Este juguete infantil se convirtió en el principal medio de transporte durante el sitio y en un sombrío símbolo. Gran parte del bloqueo tuvo lugar durante el invierno. El transporte en la ciudad no funcionaba debido a los recortes económicos, así que la gente usaba trineos para transportar sus pertenencias personales y... para trasladar los cadáveres a los cementerios.
Sofía Sagóvskaia, una maestra, recordó: “Como bestias hechizadas en un sueño, los tranvías se paran, cubiertos de hielo. Largos hilos blancos de cables rotos cuelgan hacia abajo. Por la mañana hay largas procesiones de trineos con cadáveres sobre ellos, cubiertos de sudarios blancos...” Muchos de los que sobrevivieron dijeron que los trineos eran como un desagradable recuerdo de lo ocurrido.
Pegamento, celulosa, agujas de pino, suelas de zapatos, cinturones de cuero, y mucho, mucho más. Cualquier cosa que tuviera algo orgánico y consumible se usó como alimento.
Al principio estos productos se recuperaban de algunas fábricas y plantas de la ciudad: manteca de cerdo y vaselina utilizada para frotar las rampas de los barcos, pegamento de huesos y harina de huesos e incluso el betún orgánico para zapatos. La gente encontró maneras de cocinar todo esto.
El pegamento se hervía durante horas a fuego lento (el olor era insoportable), luego se le agregaba sal, pimienta, especias, vinagre y mostaza para enmascarar el hedor.
Lo primero que hicieron los alemanes para tratar de capturar Leningrado fue bombardear el suministro de agua de la ciudad. Para 1942, el agua del grifo estaba cortada, por lo que se obtenía en los canales y en el río.
“Nos arrodillamos cerca del agujero de hielo y sacamos agua con un cubo... Mientras arrastras el cubo de vuelta a casa, el agua se congela. Lo llevamos a casa y lo descongelamos. Estaba sucio, así que lo hervimos”, recordó un superviviente. “Un poco para comer, un poco para lavar. Teníamos que recoger agua a menudo. Y era muy resbaladizo, bajar por la orilla hasta el agujero de hielo era muy duro. Porque la gente era débil [por el hambre]: podían sacar un cubo lleno de agua, pero no podían volver a levantarlo. Nos ayudamos a subir mientras el agua se derramaba”.
Durante los infernales días del sitio, había más de 1.500 altavoces instalados en las calles de Leningrado. Emitían programas de radio y advertían a la población sobre los bombardeos aéreos. En total se emitieron 3.740 advertencias durante el asedio. También había un metrónomo que sonaba: cuando era lento, significaba que había “calma” pero cuando iba rápido, quería decir que había un bombardeo en marcha y que todo el mundo debía ponerse a cubierto.
Sin embargo, también retransmitieron música sinfónica y poetas como Olga Berggoltz y Anna Ajmátova leyeron parte de su trabajo para tratar de levantar el ánimo. Hoy en día, hay un monumento a un altavoz en la pared de una casa en el 54 de la avenida Nevski.
Cuando comenzó la escasez de alimentos, los cigarrillos se volvieron especialmente valiosos. Fumar mantenía el hambre a raya y se creía que ayudaba a las personas con escorbuto (enfermedad resultante de la falta de vitamina C). Como no había grandes reservas de tabaco en la ciudad, la fábrica local de tabaco comenzó a añadir hojas secas y lúpulo al tabaco. Para 1942, un paquete de cigarrillos era tan valioso como dos o tres raciones diarias de pan. Sorprendentemente, la fábrica no dejó de trabajar durante el asedio.
Con cigarrillos se podía comprar ropa, zapatos, verduras. Durante el sitio, los cigarrillos eran más valiosos que el dinero. Casi todos los niños aprendieron a fumar para combatir el hambre y la fragilidad y la mayoría de los sobrevivientes continuaron fumando más tarde en sus vidas.
Varias personas cuentan aquí su propio testimonio sobre este hecho histórico.
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