3 mujeres criminales que fueron ejecutadas en la URSS después de la Segunda Guerra Mundial

Dominio público,‘Mafia soviética. Bella de hierro’/TV Center, ‘Investigación con Leonid Kanevski’/NTV
Una de ellas ejecutó a más de 1.500 de sus compatriotas, otra encabezó un fraude en el que participaron altos funcionarios, y la tercera envenenó a más de una docena de personas, simplemente porque no le gustaban.

De las 35 mujeres ejecutadas en la URSS entre 1919 y 1991, 32 fueron condenadas simplemente por sus creencias, fe, ascendencia o relaciones con las personas reprimidas, mientras que no hay excusa para los crímenes cometidos por estas tres...

1. Antonina Makárova, verdugo

Durante 30 largos años, se buscó sin descanso a esta despiadada rusa que ejecutó a miles de sus compatriotas como colaboradora nazi.

Antonina Parfiónova, que tenía 21 años al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se ofreció como voluntaria para el frente y trabajó allí como enfermera. En la Autonomía de Lokot, un territorio controlado por los nazis en Rusia, juró su lealtad a sus nuevos amos. Esto, según dijo, porque tenía miedo y se dio cuenta de que los colaboracionistas vivían mejor. Kaminski, jefe de la Autonomía de Lokot, le entregó una ametralladora y la puso a trabajar ejecutando a rusos: prisioneros, partisanos y los miembros de sus familias. Los nazis no querían hacer este trabajo ellos mismos, pero Antonina sí.

Antonina fusiló a unas 1.500 personas con ametralladoras. También se quedaba con la ropa de los ejecutados. Normalmente, la noche antes de cada ejecución, ella entraba en la celda para elegir los trajes que retiraría de entre los muertos al día siguiente. Como pasatiempo, Antonina trabajó como prostituta para los oficiales nazis. Contrajo sífilis y en 1943 fue enviada a un hospital alemán.

Mientras estaba allí, el Ejército Rojo reconquistó la Autonomía de Lokot. Antonina vagó por Europa y terminó en un campo de concentración en Königsberg. Cuando los soviéticos la capturaron, Antonina usó documentos falsos e hizo creer que trabajaba en un batallón ruso. Fue admitida de nuevo en el Ejército. En el hospital de Königsberg, se hizo amiga del sargento soviético Víktor Ginzburg. En pocos días, se casaron y Antonina tomó su apellido. Víktor estaba solo, pues los nazis y sus ejecutores colaboracionistas habían matado a toda su familia.

Los supervivientes de las ejecuciones de Lokot informaron de que la verdugo podría haber seguido viva, por lo que los servicios secretos soviéticos lanzaron una búsqueda de la asesina. Durante 30 años, no pudieron encontrar a Antonina, quien, por supuesto, había cambiado de apellido. Cuando acabó siendo localizada en Bielorrusia, vivía como una veterana de la Segunda Guerra Mundial e incluso había recibido algunos reconocimientos. En efecto, era muy admirada. Su marido no sabía ni sospechaba nada de su vida anterior.

Algunos supervivientes identificaron a Antonina. Cuando la detuvieron, se comportó con mucha calma. Dijo que había esperado ser arrestada cada día durante los primeros diez años de su desaparición, pero que finalmente se había tranquilizado. Su marido estaba muy enfadado con el arresto, e incluso amenazó con escribir a Leonid Brézhnev. Pero cuando los oficiales del KGB le contaron quién era realmente su esposa, Víktor tomó a sus dos hijas y huyó hacia algún lugar desconocido. En 1978, Makárova fue condenada a muerte y ejecutada en 1979: irónicamente, durante la celebración del Año de la Mujer en la URSS. Ninguna otra mujer ha matado más que Makárova.

2. Berta Boródkina, ladrona

¿Cómo podía un puesto de trabajo en una cocina llevarte a ser ejecutado? En la Unión Soviética, todo era posible. A sus 57 años, Berta Boródkina, una honorable trabajadora de la industria alimentaria de la Unión Soviética, se sorprendió al ser condenada a la pena más alta.

Comenzó su carrera como camarera en 1951 a la edad de 34 años. 23 años más tarde, mediante el sobornar a los trabajadores de la administración de la ciudad de Guelendzhik, en el sur de Rusia, Berta se convirtió en la responsable de todos los restaurantes y cantinas de la región del mar Negro, la principal región turística de toda la Unión Soviética. Era la cabeza de una gran organización corrupta construida a base de sobornos. De todo se hacía dinero: diluir la crema agria con agua, desnaturalizar el coñac con té, mezclar la carne picada con pan picado... Poco a poco amasó miles de rublos. Cuando los funcionarios de alto nivel visitaban los balnearios y sanatorios, “La Bella de Hierro”, como la apodaban sus compañeros, hacía todo lo posible para que su estadía fuera lo más placentera posible.

Cuando la policía registró su casa, encontraron oro, dinero y joyas en grandes cantidades. Su juicio se convirtió en el punto de partida del llamado “caso Sochi-Krasnodar”, vinculado a la enorme corrupción en la región, que terminó con la caída de Serguéi Medunov, el principal funcionario del Partido instalado en la cima de la pirámide de los sobornos. Boródkina fue sentenciada a muerte, dicen los periodistas soviéticos, principalmente porque sabía demasiado y conocía a demasiada gente: podría haber defenestrado a muchos funcionarios del Partido.

3. Tamara Ivaniútina, envenenadora

En marzo de 1987, varios escolares de Kiev fueron hospitalizados por intoxicación alimentaria. Cuatro de ellos murieron, mientras que los que sobrevivieron sufrieron la pérdida del cabello. Todos los envenenados habían comido en la cantina de la escuela. Después de registrar el apartamento de Tamara Ivaniútina, friegaplatos de la escuela, encontraron en él una jarra con disolución de Clerici. Esta sustancia inodora, basada en el metal tóxico talio, se utiliza en geología, pero también es un potente veneno. Ivaniútina confesó que fue ella quien envenenó a los niños “porque ignoraron sus órdenes de colocar bien las sillas en la cantina”. Pero aquello fue sólo el comienzo.

La investigación demostró que Ivaniútina, así como su hermana y sus padres, usaron talio para envenenar a gente que no les gustaba. Ivaniútina consiguió el veneno gracias a una amiga que trabajaba en un instituto geológico.

Durante su infancia, a Tamara se le enseñó que sólo las cosas materiales miden el éxito de una persona. Envenenó a su primer marido y heredó su apartamento en Kiev, luego envenenó a los padres de su segundo marido. La hermana de Ivaniútina también envenenó a su marido. Sus padres ancianos, por su parte, usaron el talio para deshacerse de un compañero de piso (subía demasiado el volumen de la televisión) y de un pariente. En total, la familia cometió más de 40 envenenamientos con un saldo de 13 muertes.

Durante el juicio, Ivaniútina se negó a confesar. Los psiquiatras la declararon cuerda y responsable de sus acciones. Fue sentenciada a muerte y ejecutada. Sus padres murieron en prisión; se desconoce el destino de su hermana después de la detención. Tamara se negó a arrepentirse de sus asesinatos: “Mi educación no me lo permite”, declaró.

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