Así protegieron unos submarinos británicos a Rusia durante la Primera Guerra Mundial

Historia
BORÍS YEGÓROV
Una flotilla de sumergibles procedentes de Gran Bretaña se asoció con la Marina rusa para luchar contra los alemanes en la región del mar Báltico durante la Primera Guerra Mundial. 

Aunque eran aliados, las tropas rusas y británicas rara vez lucharon codo con codo durante la Primera Guerra Mundial. Una de estas ocasiones, casi olvidada, fue cuando las fuerzas navales de los dos grandes imperios se unieron para luchar contra la Marina alemana en las olas del mar Báltico. 

Una ruta peligrosa

Para infligir graves daños a la economía alemana, los británicos se dieron cuenta de que debían cortar las rutas de suministro de mineral de hierro que los germanos recibían desde Suecia. Incapaces de hacerlo por sí mismos, decidieron aprovecharse de los puertos y buques de guerra de Rusia.

Además de dañar objetivos militares estratégicos, el envío de una flotilla al mar Báltico tuvo un impacto psicológico. Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo, deseaba mostrar a los rusos que los Aliados no los habían olvidado, y que Gran Bretaña estaba firmemente junto a Rusia en esta guerra.

La idea de enviar barcos de superficie se abandonó rápidamente porque nunca podrían atravesar el estrecho de Dinamarca, que había sido minado y era vigilado de cerca por la Marina alemana.

Sin embargo, donde los acorazados no podían tener éxito, los submarinos sí. En octubre de 1914, tres sumergibles británicos intentaron entrar en el Báltico. Dos tuvieron éxito, mientras que el tercero se vio obligado a dar marcha atrás.

Duro invierno

La llegada de los submarinos británicos fue una completa sorpresa para los rusos, que no habían sido informados con antelación sobre los planes de su aliado anglosajón. Sin embargo, los británicos fueron muy bien recibidos en Reval (hoy Tallin, Estonia), que se convirtió en su base de operaciones.

Antes de enfrentarse a los alemanes, los marineros anglosajones tuvieron que sobrevivir al invierno, lo que no fue una tarea fácil. De enero a abril, las operaciones submarinas en el mar Báltico fueron casi imposibles. Las escotillas y los periscopios se congelaban y sus tripulaciones debían usar martillos para liberarlos.

Además, los marinos británicos llevaban uniformes inútiles para mantenerlos lo suficientemente calientes para soportar las heladas temperaturas. La verdadera “catástrofe”, para ellos, sin embargo, fue la falta de su amado ron. La solución a este problema se encontró en el vodka ruso.

Serie de victorias

El verano siguiente, la flotilla británica del Báltico fue reforzada con tres submarinos más. Por entonces, la Marina alemana había iniciado una operación a gran escala, avanzando posiciones en el golfo de Riga.

A pesar de que el número de barcos alemanes era dos veces mayor que el de toda la flota rusa del Báltico, el ataque fue rechazado. Los marineros británicos jugaron un papel importante en esta defensa. El submarino HMS E-1, dirigido por el capitán Noel Laurence, dañó gravemente uno de los buques de guerra alemanes más importantes, el crucero de batalla Moltke. Esto provocó que los alemanes abandonaran su operación de desembarco anfibio cerca de Riga.

El zar Nicolás II convocó a Laurence y le entregó personalmente la Cruz de San Jorge, describiéndole como “salvador de Riga”.

Sin embargo, los británicos mantuvieron su principal objetivo a la vista: interrumpir los envíos de mineral de hierro sueco a Alemania. Para noviembre de 1915, los submarinos rusos y británicos habían hundido 14 cargueros enemigos.

Después de la Revolución rusa

En 1916, los marineros británicos se vieron obligados a tomarse un respiro. Los alemanes habían mejorado sus tácticas antisubmarinas, y limitaron en gran medida la actividad de los Aliados. Al mismo tiempo, el número de buques alemanes en el Báltico se redujo significativamente.

Después de la Revolución de febrero de 1917, se desató el caos y el Ejército y la Armada rusos comenzaron a disolverse rápidamente. Como los marineros rusos se negaban a escuchar a sus oficiales, el comandante de la flotilla británica, Francis Cromie, se encontró a sí mismo como jefe no oficial de todas las fuerzas submarinas rusas en el Báltico.

Después de la toma del poder por parte de los bolcheviques, los sumergibles fueron trasladados a Hanko (actual Finlandia), donde esperaron su destino. A pesar de la promesa personal de Lenin a Cromie de que los submarinos británicos no serían tocados, los comunistas prometieron entregárselos a los alemanes.

Las tripulaciones británicas no querían entregar sus submarinos al enemigo, así que los hundieron en el golfo de Finlandia y abandonaron Rusia a través del puerto norteño de Múrmansk.

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