Se dirigieron a Berlín a toda velocidad: así fueron los ‘cañones del zar’ del siglo XX

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El obús de 305 mm era el descendiente del cañón gigante que se exhibe en el Kremlin de Moscú. A diferencia de su predecesor, vivió mucha acción en el campo de batalla. Utilizado por primera vez en la Primera Guerra Mundial, fue un arma estratégica clave en el avance del Ejército Rojo sobre la capital del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial.

El gigantesco Cañón del Zar que se exhibe en el Kremlin de Moscú ha sido durante mucho tiempo un símbolo de la capital rusa. Siempre que los guías turísticos les cuentan a los visitantes su historia, remarcan que nunca dispararon un solo tiro. Sin embargo, pocas personas saben que el legendario cañón fue el prototipo de una destacada generación de armas que no sólo entró en combate, sino que también se aseguró un puesto como los ingenios artilleros más poderosos de su tiempo.

La idea de crear un arma terrestre de alta potencia fue lanzada por primera vez en los círculos militares en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, cuando el Ejército ruso sufrió una serie de derrotas contra las fuerzas alemanas.

Estos fracasos en el campo de batalla se debieron principalmente a graves deficiencias en los arsenales de artillería de Rusia, especialmente en la artillería pesada, mientras que los alemanes fueron capaces de utilizar sus armas de última generación para aplastar una división rusa tras otra. El Ejército ruso necesitaba hacerse urgentemente con una potencia de fuego capaz de infligir las mismas pérdidas al enemigo.

Las armas más poderosas eran utilizadas tradicionalmente por la Armada Rusa, ya que los barcos proporcionaban una plataforma de artillería adecuada para la artillería pesada. Para el verano de 1915, se habían producido ya ocho obuses de 305 mm destinados a ser usados por las fuerzas navales del país eslavo.

Pero debido a la grave situación en el frente, se decidió que cuatro de ellos finalmente se destinasen a las fuerzas del Ejército de Tierra. Aquellos monstruos de 64 toneladas de peso podían trasladarse de un lugar a otro en transportes ferroviarios sin que ello afecte negativamente a su eficiencia. Su poder devastador quedó demostrado en las primeras pruebas, en las que se comprobó que los proyectiles incendiarios de casi 400 kg de peso eran capaces de perforar cualquier fortificación de hormigón armado. Además, al disparar un cañón de 305 mm se acumulaba tal presión de gases que una sola salva era capaz de crear un vacío en un radio de varios metros, aspirando los objetos sueltos como si estuvieran en un remolino.

Las armas de 305 mm llegaron al frente en el verano de 1916 y dispararon por primera vez, con furia, el 19 de junio. Un impacto directo en un búnker alemán lo arrojó literalmente volando por los aires en medio de una columna de tierra y escombros.

Aquel invierno, una división equipada con estos cañones también entró en acción cerca de Riga, transformando las posiciones de fuego alemanas y los nidos de ametralladoras en simples cráteres. La infantería rusa no encontró resistencia mientras tomaba el control de aquellas posiciones enemigas que habían tardado en construirse nada menos que 18 meses.

La Revolución de 1917 y el repentino final de la Primera Guerra Mundial para Rusia hicieron que estas armas pesadas fueran innecesarias. Sin embargo, los 30 cañones conservados por el Ejército Rojo sirvieron de base para el diseño de los otros soviéticos de 305 mm que luego se instalaron en fuertes y bases defensivas de la marina.

De nuevo en combate

Su poderío fue usado contra las fuerzas de Hitler en septiembre de 1941, cuando el fuego artillero de ocho cañones de 305 mm detuvo el ataque alemán en Sebastopol.  Actuando desde una distancia de 44 kilómetros, las baterías eran impermeables a cualquier fuego enemigo. Las armas se utilizaron igualmente para defender posiciones alrededor de Leningrado, que nunca cayeron ante las fuerzas alemanas.

Los viejos cañones fueron agrupados en cinco divisiones con una potencia de fuego especial y enviados al frente en 1944. Su hora de gloria llegó durante la ofensiva soviética en Carelia, Bielorrusia y Polonia, donde las defensas enemigas se concentraban en una serie de líneas reforzadas y ciudades fortaleza.

Una división de cañones llegada para apoyar a los tanques y a las fuerzas navales bastó para abrir brecha en la zona fortificada finlandesa conocida como Línea Mannerheim, que el Ejército soviético había atacado sufriendo fuertes pérdidas durante varios meses en el invierno de 1939-40.

La potencia de los cañones rusos de 305 mm también se hizo sentir en las posiciones alemanas revestidas de hormigón en el río Oder, que el comando nazi había calculado que bastarían por sí mismas para controlar el avance soviético. En abril de 1945, los cañones pesados también dieron apoyo a la ofensiva contra Berlín.

El punto culminante de estas armas, sin embargo, se produjo durante la operación de captura de la gigantesca fortaleza de Königsberg (actual Kaliningrado), cuando tres divisiones de la artillería pesada lograron más de 200 impactos directos sobre el reducto. Aunque sólo el 15% de los proyectiles penetraron en el revestimiento de hormigón de los emplazamientos, fue suficiente para socavar las defensas alemanas.

Después de haber sido producidos con un nivel de calidad tan alto, los viejos cañones continuaron sirviendo en la artillería soviética mucho después de la Segunda Guerra Mundial. Las últimas unidades fueron desmanteladas a finales de la década de 1950, y una de ellas puede ser visitada en la actualidad en el Museo de Artillería de San Petersburgo.

Alexánder Vershinin es Doctor en Historia. Es investigador jefe en el Centro de Gobernabilidad y Análisis de Problemas de Moscú.

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