El enfoque aplicado por los historiadores, tanto en Estados Unidos como en Rusia, a los orígenes de la Guerra Fría ha evolucionado con el tiempo. En primer lugar, las dos partes se culpaban implacablemente la una a la otra. Luego, trataron de idear teorías más comprometidas. En la década de 1990, sin embargo, la situación en Estados Unidos dio un giro peculiar: resurgieron posturas ortodoxas propias de la posguerra.
‘El decano de los historiadores de la Guerra Fría’
Este es claramente el caso de John Lewis Gaddis, un investigador que ha sido etiquetado como el “decano de los historiadores de la Guerra Fría”. Profesor de la Universidad de Yale y titular de muchos honores, incluido el Premio Pulitzer, es considerado “uno de los principales historiadores de Estados Unidos”, e incluso asesoró a la Casa Blanca cuando George W. Bush era presidente.
Gaddis comenzó como un historiador que argumentaba que se había cargado a EE UU con demasiada culpa en el tema de los orígenes de la Guerra Fría. Consideraba que el gobernante soviético Iósif Stalin fue la fuerza motriz del conflicto.
Estados Unidos, ¿la sociedad más libre de la Tierra?
Gaddis describe así las razones del comienzo de la Guerra Fría: “El conflicto anidaba, por el lado soviético, en las ambiciosas esperanzas y los temores paranoicos de Iósif Stalin, así como en la determinación de Estados Unidos y sus aliados occidentales de oponerse a esas ambiciones, hasta el punto de que iban más allá de los logros alcanzados por el Ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial”.
En su opinión, Estados Unidos no tenía otra opción que enfrentarse a las “ambiciosas esperanzas y temores paranoicos” de Stalin.
Según Gaddis, Roosevelt y Churchill concibieron un acuerdo de posguerra que “asumía la posibilidad de la existencia de intereses compatibles, incluso entre sistemas competidores”.
Stalin, por otro lado, aspiraba a “asegurar su propia seguridad y la de su país, al tiempo que alentaba las rivalidades entre los capitalistas”. Así, no ve ningún lugar para la cooperación y la coexistencia mutua, atribuyendo la culpa a Stalin.
El historiador también compara los dos países. Gaddis argumenta que “...los ciudadanos de Estados Unidos podrían proclamar sin equivocarse que, en 1945, vivían en la sociedad más libre sobre la faz de la tierra”. Por otro lado, la URSS “era, al final de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad más autoritaria del planeta”.
La Guerra Fría se presentaba como un enfrentamiento entre la Libertad y el Autoritarismo, donde este último sistema era, obviamente, el malvado responsable del conflicto.
Dos facciones en Washington
Por parte rusa, el relato más completo y coherente de la Guerra Fría fue presentado por el difunto Valentín Falin, historiador y diplomático soviético. Argumentaba que la pelota estaba en el campo de juego de Estados Unidos, así como que no se percibió inicialmente la política estadounidense como hostil.
Falin rastreó los orígenes del conflicto hasta la Segunda Guerra Mundial y señaló dos tendencias hacia la URSS en la política estadounidense. La primera tenía que ver con la desconfianza hacia el creciente poderío de Moscú durante el periodo de lucha con los nazis. La segunda era la llamada “el enfoque de Yalta”, que buscaba la cooperación pacífica entre Estados Unidos y la URSS, tal como la concibió el presidente Franklin D. Roosevelt.
El historiador citó las palabras que Roosevelt dijo en su discurso ante el Congreso de EE UU el 1 de marzo de 1945 al respaldar el acuerdo de Yalta entre su país, Gran Bretaña, y la URSS: “No puede ser sólo una paz americana, o una paz británica, o una paz rusa, francesa o china. No puede ser una paz de naciones grandes o pequeñas. Debe ser una paz basada en el esfuerzo cooperativo de todo el mundo”.
Según Falin, “el mundo que Franklin Roosevelt describió no cumplía las expectativas de la facción reaccionaria en Washington, que se estaba fortaleciendo”, y cuando Roosevelt murió, su sucesor, Harry Truman, no quiso tener en cuenta los intereses de otras naciones. Ya en abril de ese año, declaró que “esta [la cooperación entre Moscú y Washington] debería romperse ahora...”
Planes para bombardear 100 ciudades soviéticas
Para ilustrar el nuevo y hostil curso de la administración estadounidense hacia Moscú, que avivó las llamas de la Guerra Fría, Falin se refirió a la actividad de planificación militar del Pentágono. Citó el Memorándum 329 del American Joint Intelligence Committee (Comité Estadounidense de Inteligenica Conjunta) del 4 de septiembre de 1945, elaborado poco después del fin de la guerra.
El documento estipulaba que era necesario “elegir los 20 objetivos más importantes y adecuados para el bombardeo atómico en la URSS y en los territorios controlados por ella”.
Para entonces, Washington ya poseía la bomba desde hacía varios meses e incluso la había utilizado en Hiroshima y Nagasaki. Hasta 1949, la URSS careció de armas nucleares. El memorando fue sólo el primero de una larga lista de documentos de este tipo.
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