La primera y última carga del gigantesco tanque soviético T-35

TASS
Cinco torretas, tres cañones y seis ametralladoras operadas por una docena de hombres: no se trata de una encarnación flotante del poder soviético en alta mar, sino de un antiguo tanque del Ejército Rojo, el T-35 de la década de los 30 del siglo XX, que quedó destruido ya en los primeros días de la Segunda Guerra Mundial.

Desde su aparición durante la Primera Guerra Mundial, los tanques crecieron rápidamente en tamaño, poder y armamento hasta que los veloces combates de la Segunda Guerra Mundial los devolvieron a un tamaño razonable.

El primer tanque pesado multitorreta fue el Char 2C francés, seguido a finales de la década de 1920 por el británico A1E1 Independent, una formidable máquina de 33 toneladas con cinco torretas que nunca llegó a la producción en serie, pero que pudo haber inspirado a los diseñadores soviéticos a ir hacia lo grande.

La base industrial heredada por los bolcheviques, paralizada por la pérdida de muchos ingenieros experimentados en la Revolución Rusa, fue incapaz de producir en masa tecnología moderna y tuvo que ser reconstruida desde cero. Pero entonces el diseño experimental soviético entró en su máximo apogeo.

Construir tanques ligeros era más fácil y se podía hacer copiando modelos extranjeros. Pero no existía una receta de éxito para los tanques pesados, así que estos tuvieron que ser concebidos sobre la marcha, utilizando el ímpetu de ingeniería obtenido en proyectos conjuntos con el ingeniero alemán Edward Grotte.

El tanque mediano TG, del grupo de diseño soviético-alemán, no llegó a la cadena de producción, pero le dio al joven equipo soviético una experiencia práctica inestimable. Les animó a embarcarse en proyectos más grandes y pronto diseñaron el T-35, basado en el TG, el Grosstraktor Alemán y modelos importados de Gran Bretaña.

Con armamento pesado… y sobrepeso

El tanque debía pesar alrededor de 35 toneladas, pero en el prototipo finalizado en 1932 se pasó en 10 toneladas. El monstruo tenía más de tres metros de altura, sus torretas de dos niveles estaban cubiertas con cañones de 76 mm y ametralladoras que podían girar 360 grados.

Dos torretas de cañón más pequeñas, con cañones de 45 mm y ametralladoras que podían hacer la media vuelta, fueron colocadas de proa a popa, mientras que dos torretas de ametralladora y un punto de disparo bajo el cañón trasero completaban el arsenal del tanque. La máquina estaba propulsada por un motor de 500 caballos de fuerza y tenía una velocidad máxima de sólo 28 km/h en carretera abierta.

Los militares aceptaron el tanque pero no estaban satisfechos con el complejo diseño del chasis y la pequeña capacidad del motor. 

A principios de la década de 1930, los estrategas soviéticos prepararon las etapas futuras de la guerra acorazada. Los tanques T-28 medianos romperían las defensas enemigas, los T-35 avanzarían y aniquilarían todo lo que les rodease con su enorme potencia de fuego, seguidos por una tercera ola de T-26 y modelos aún más ligeros con ametralladoras que limpiarían lo que quedase, con el apoyo de la infantería.

Sin embargo, la experiencia de la guerra civil española, las luchas fronterizas soviéticas con los japoneses y la Guerra de Invierno con Finlandia demostraron el peligro de la artillería antitanque y la necesidad de montar ofensivas de infantería con blindados.

En tales condiciones, el blindaje del tanque de 10-50 mm sería insuficiente. Los intentos de aumentar el espesor elevaron la masa del acorazado a 55 toneladas prohibitivas, y ningún motor soviético era capaz de propulsar algo tan grande. Otro fallo fue la incapacidad del comandante del vehículo para coordinar los disparos simultáneos de cinco torretas.

Los diseñadores intentaron sin éxito adaptar sistemas de cañones navales para sincronizar el disparo múltiple, y a principios de la década de 1940 el tanque ya estaba obsoleto tanto en su diseño como en las tácticas para su uso.

El ‘chico de los carteles’ del poder soviético

El T-35 no vio acción hasta la invasión alemana de la Unión Soviética en junio de 1941. En cambio, sirvió más en el frente ideológico, dominando las plazas de las ciudades como símbolo del poderío militar soviético y atrayendo a grandes multitudes y observadores del extranjero.

Apareció en carteles y en la condecoración “Por el valor”, donde duró mucho más que en la vida real. En 1943, cuando el T-35 ya había sido relegado a la historia, seguía luchando por la Patria en la propaganda soviética.

En el campo de batalla real, sin embargo, prestó servicio de forma menos distinguida. De los 59 T-35 fabricados entre 1934 y 1939, 48 entraron en combate, mientras que el resto necesitaron ser reparados o fueron utilizados en escuelas de entrenamiento.

El tanque no sobrevivió a los primeros días de lucha ya que las máquinas creadas para una ruptura repentina no eran capaces de mantenerse en retirada por mucho tiempo. Sólo siete T-35 fueron eliminados en batalla y el resto simplemente se averiaron y fueron abandonados por sus tripulaciones.

La 34ª División Soviética de Tanques, que tenía todas las unidades disponibles, recibió un aviso en la madrugada del 22 de junio, cuando comenzó la invasión. Tres de los tanques se averiaron incluso antes de entrar en combate, y después de maniobrar a través del oeste de Ucrania, dos días más tarde sólo quedaban 10 tanques capaces de luchar contra el enemigo.

Flanqueados y superados en armamento

Debido a la confusión de la retirada y las feroces luchas fronterizas sólo hay un registro de su desempeño en el combate. El 30 de junio de 1941, un grupo de tanques que incluía cuatro T-35 fue enviado a reforzar otras unidades, pero fue atacado mientras estaba en ruta.

El artillero de torreta delantera V. Sazónov escribió más tarde: “Nuestro último combate fue estúpido. Primero disparamos a través del río desde la torreta principal a una aldea llamada Sitna y luego atacamos con los restos de nuestra infantería. Vacilaron tan pronto como las balas alemanas empezaron a silbar, y nosotros nos adelantamos y caímos bajo el fuego de los cañones alemanes desde la izquierda”.

Giré la torreta hacia el frente, miré y miré, pero no vi nada, y luego, zas, la torreta recibió un impacto. Pero no podía asomar la cabeza mientras las balas se derramaban sobre nosotros como si fuesen guisantes. Los proyectiles alemanes nos alcanzaban a intervalos de cinco segundos y ya no sólo por babor. Entonces vi un destello cuando aún estábamos a 50 metros de la aldea, y una de nuestras orugas se rompióv.

Nos desplegamos en todas las direcciones, con todo lo que teníamos, pero los impactos que recibimos hicieron que el motor se parara y el cañón se atascara. Entonces vimos a los soldados alemanes y supimos que era hora de marcharse de allí. Salimos de la torreta y saltamos a la carretera desde ella. De las tripulaciones del T-35 sólo cuatro hombres sobrevivieron, todos de diferentes tanques”.

Como a los soldados alemanes les gustaba posar junto a los abandonados monstruos estalinistas”, circulan muchas fotografías de la guerra en las que aparece el T-35, a pesar de su número limitado y su breve intervención en los combates.

El anticuado gigante de cinco torres nunca demostró su temple y terminó sus días como una curiosidad de la ingeniería, un símbolo del poderío militar como el Cañón del Zar del Kremlin de Moscú, que se cree que nunca había disparado.

El último ejemplar que queda se conserva en el Museo de tanques de Kúbinka, a las afueras de Moscú, donde es una de las piezas estrella de la exposición, que recuerda a los visitantes los proyectos más importantes de diseño del siglo pasado, cuando los tanques aprendieron a ser tanques.

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