“¿Me estás tomando el pelo? ¿Vladímir Putin trató de llamarme y no me lo comunicaste? ¿En qué demonios estabas pensando?”, gritó Donald Trump a Michael Flynn, entonces asesor de seguridad nacional. Todo esto ocurrió, según el autor de Trump y sus generales: el coste del caos, del periodista Peter Bergen, durante una reunión con el primer ministro británico, en el que fue el primer encuentro de Trump en la Casa Blanca con un líder extranjero.
“Bueno, señor, ya sabe que le llegan muchas llamadas y estamos intentando gestionar con quién habla”, intentó justificarse Flynn.
“¿Qué clase de tonterías son estas? ¿Cómo es posible que Putin me llame y tú no pases la llamada?”, respondió Trump airado.
Más tarde, el Kremlin también se quedaría perplejo: “No. Es técnicamente imposible faltar a una llamada preestablecida. Nosotros lo diríamos de otra manera: es imposible fallar en una convocatoria que ha sido preparada durante días, o incluso semanas, por todo un equipo”.
No hay llamadas sorpresa
El incidente entre Trump y Flynn no parece muy creíble si se sabe cómo trabaja el Kremlin en su comunicación. No puedes marcar el número del trabajo de Putin, aunque tengas una gran relación con él. Al igual que Putin no te llamará de repente.
“Por regla general, la propuesta de ‘hablar por teléfono’ la transmite el interesado por vía diplomática: a través del Ministerio de Asuntos Exteriores o de su misión en el extranjero, es decir, la embajada”, dice Vladímir Shevchenko, que dirigió el servicio de protocolo del Kremlin durante una década. Los preparativos de una llamada telefónica pueden durar varias horas, días o incluso semanas: todo depende de la situación concreta.
Solo unas pocas personas (como el Ministro de Defensa) pueden hacer una llamada telefónica casi directa, las que tienen un teléfono especial amarillo de la vieja escuela, como el del presidente en su escritorio.
Pero todo esto es sólo la punta del iceberg de la “diplomacia telefónica”.
No hay conversaciones privadas
Al hacer una propuesta para “hablar por teléfono”, se acuerda una hora de contacto y los temas de conversación. Normalmente hay también una lista provisional de preguntas. A continuación, la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores y otros organismos elaboran estas cuestiones. A veces hay diferentes versiones de las declaraciones sobre el mismo tema, dependiendo de cómo sea la comunicación.
Además, nunca es una conversación privada. El protocolo requiere intérpretes. Es imposible comunicarse sin ellos, aunque los dos interlocutores hablen perfectamente la lengua del otro (la excepción es, quizá, una serie de países de la CEI, donde se utiliza tradicionalmente el ruso).
“Hoy en día casi todo el mundo habla idiomas. Angela Merkel habla y entiende el ruso, Vladimir Putin domina el alemán y no se le da mal el inglés. Pero una cosa es una conversación a solas en algún lugar del césped y otra una conversación importante por teléfono. Mucho depende de la exactitud de la redacción, una expresión desafortunada, una ambigüedad puede tener consecuencias muy desagradables”, dice Vladímir Shevchenko.
El intérprete no está sentado en el despacho del Kremlin. “Escuchan la conversación a través de auriculares y traducen no de forma sincrónica, sino secuencialmente, frase a frase. Así es menos probable que se equivoquen, que se les escape un matiz y que distorsionen el significado”, dice otra fuente de la administración presidencial.
¿Es posible no llegar a hablar con el Kremlin?
Cuando en 2018 el entonces presidente ucraniano, Petro Poroshenko, intentó llamar al Kremlin tras un incidente del estrecho de Kerch, no lo consiguió: “Le llamé para preguntar qué pasaba y no me contestó”, se quejó.
De hecho, no es que Poroshenko llamara al Kremlin y nadie le cogiera el teléfono o que sus llamadas fueran interrumpidas. “No conseguirlo” en el mundo diplomático significa obtener una cortés negativa a una solicitud de conversación. Las razones dadas varían: agenda ocupada, falta de disponibilidad. O no hay ninguna razón, simplemente “lamentablemente, la conversación no puede tener lugar”. Aunque probablemente las razones sean políticas y no se considere que la comunicación no es conveniente.
En caso de emergencia existe una “línea directa” entre Moscú y Washington desde hace casi 60 años. Se creó en 1963 tras la crisis de los misiles de Cuba, que estuvo a punto de provocar una guerra nuclear. Desde entonces, se utiliza para conectar rápidamente a los dos líderes en caso de amenaza de enfrentamiento militar. Es cierto, no es un teléfono. Al principio fue un teletipo, luego un fax y ahora un canal informático especial y seguro.
La señal es vía satélite y la línea está constantemente abierta. Los operadores de guardia están listos para conectar el Kremlin y la Casa Blanca en un minuto. Para controlar la utilidad de la línea, transmiten continuamente las obras de los clásicos de la literatura.
La línea se utilizó activamente durante las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973, el conflicto indo-pakistaní de 1971 y la entrada de las tropas soviéticas en Afganistán en 1979. La última vez conocida fue en octubre de 2016, cuando Barack Obama hizo una protesta contra la supuesta “injerencia rusa en las elecciones estadounidenses”.
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