En julio de 1983, el mundo entero fue testigo de un acontecimiento sorprendente: una niña estadounidense de 11 años escribió una carta al Kremlin y fue invitada a visitar la Unión Soviética. Su nombre era Samantha Smith, y se convirtió en la embajadora de buena voluntad más joven de Estados Unidos.
A principios de la década de 1980, Samantha vivía con sus padres en la pequeña ciudad de Manchester (Maine) en Nueva Inglaterra. Como sucedió tantas veces durante la Guerra Fría, el mundo en ese momento se encontraba al borde de vivir un conflicto nuclear global entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Y mientras los políticos jugaban sus juegos, la gente común vivía bajo una nube permanente de miedo y ansiedad.
Una vez, en la portada de una revista, Samantha vio una foto del líder soviético, Yuri Andrópov, a quien los medios de comunicación estadounidenses calificaban de villano en esta tensa situación geopolítica. Samantha le preguntó a su madre: “Si la gente le tiene tanto miedo, ¿por qué nadie le escribe una carta preguntándole si quiere una guerra o no?”, “¿por qué no lo haces tú?”, le contestó su madre.
Su madre pronto olvidó la conversación, pero no Samantha. Tomó en serio el consejo y en unos días escribió y envió una carta a Andrópov, en la que le preguntó si realmente quería empezar una guerra y conquistar el mundo entero o por lo menos EE UU. La carta terminaba con la línea: “Dios creó el mundo para que viviéramos juntos en paz y no para luchar”.
Sorprendentemente, el periódico soviético más importante, Pravda publicó un extracto de su carta. Cualquier otra chica podría haberse dado por contenta con eso, pero no Samantha. No entendía por qué nadie había respondido a sus preguntas y escribió otra carta.
Esta vez el propio Yuri Andrópov le envió una respuesta, exponiendo la posición soviética: “Queremos paz para nosotros mismos y para todos los pueblos del planeta. Para nuestros hijos y para ti, Samantha”, escribió, invitándola a visitar la URSS y a comprobar por sí misma que “en la Unión Soviética, todos estamos a favor de la paz y la amistad entre los pueblos”.
El 7 de julio, Samantha llegó a la Unión Soviética con sus padres para realizar una visita de dos semanas. Tratada como si fuese un miembro de alguna realeza, visitó los principales monumentos de Moscú y Leningrado (actual San Petersburgo).
Samantha también pasó varios días en un campamento de la organización juvenil Jóvenes Pioneros en Artek, Crimea, donde conoció a jóvenes de toda la Unión Soviética, participó en festivales, espectáculos teatrales y diversas actividades. Se le regaló un uniforme de Joven Pionera, aunque sin la habitual corbata roja para evitar connotaciones políticas.
Cada paso dado por Samantha fue cubierto por periodistas estadounidenses y soviéticos. Cegados por la propaganda, personas de ambos países pudieron comprobar finalmente que los pueblos de los lados opuestos de la Cortina de Acero no diferían mucho entre sí.
Lamentablemente, Samantha no pudo encontrarse con Andrópov, que ya estaba muy enfermo en ese momento. Murió menos de un año después de su visita.
Al regresar a EE UU, Samantha Smith declaró: “Ahora estoy segura de que los rusos, como los estadounidenses, no quieren la guerra”. Los rusos son “como nosotros”, añadió.
El viaje soviético de Samantha la convirtió en una verdadera celebridad. Como embajadora de buena voluntad más joven, visitó Japón, fue invitada a participar en programas de entrevistas en su país y apareció en populares programas de televisión. Desafortunadamente, su prometedora vida llegó a su fin abrupto y prematuro el 25 de agosto de 1985, cuando murió en un accidente aéreo. Su muerte conmocionó al mundo y fue llorada tanto en Estados Unidos como en la URSS.
Jane Smith (segunda a la izq), madre de la fallecida Samantha Smith, junto a la colegiala soviética, Katia Lichova (segunda a la drcha), en Moscú.
Yuri Abrámochkin/SputnikEn 1986, la Unión Soviética decidió organizar una visita de regreso a Estados Unidos. Sin embargo, aunque la visita de Katia Lichova, de 12 años de edad, fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación estadounidenses (e incluso conoció al presidente Ronald Reagan), esta carecía del carisma y el encanto de Samantha y nunca llegó a ser tan popular como la pequeña activista estadounidense por la paz.
Pincha aquí para conocer la historia de Katia Lichova.
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