“¡Muévete, muévete, muévete, muévete!”, resuena sobre nuestras cabezas mientras transportamos a un hombre bajo fuego enemigo.
“¿No puedes correr más rápido? Dos minutos más y tendrá que pasar el resto de su vida con una pierna menos”, grita el oficial paramédico. Nos sigue a mí y a mis amigos mientras nos alejamos de la zona de peligro.
Un segundo después, todo el escuadrón muere cuando alguien pisa una mina.
Afortunadamente, se trata de un simulacro. Me he inscrito en un curso de atención a víctimas de combate impartido por el Grupo de capacitación en riesgos. Esta organización está encabezada por el exoficial de Operaciones Especiales, Yuri Chuprina, quien participó en operaciones militares en el Cáucaso norte de Rusia.
El punto principal de este curso de combate es enseñar al personal no médico cómo dar primeros auxilios de emergencia y cómo transportar a un hospital a una persona herida.
Proporcionar primeros auxilios en el campo de batalla conlleva olvidarse de todas las tonterías románticas que vemos en las películas de acción. Nada de heroísmos, simplemente cerrar las heridas de bala, cerrar las arterias desgarradas de las que brota sangre y asegurarse de que el herido llegue pronto a un hospital donde pueda ser tratado por un médico.
“Y recuerda, si tu compañero ‘se olvidó’ de llevar sus vendas o torniquetes (bandas médicas que se usan para detener hemorragias en brazos y pies), es su problema. Nunca debes usar tu propio equipo médico para curar las heridas de otro. Él estuvo también en la sesión médica informativa y escuchó todo sobre las medidas de seguridad, así que fue una decisión suya el dejar todo el equipo médico en la base. Recuerda, sus hijos no son menos importantes que los tuyos, también necesitan a su padre y a su madre”, explicó el oficial al comienzo del curso.
Así que la idea principal del programa de paramédicos (desarrollado principalmente por americanos e israelíes debido a su enorme experiencia en operaciones de combate) es ser realista sobre las circunstancias y las posibilidades.
Los campos de batalla generalmente se dividen en tres zonas: roja, amarilla y verde. El color rojo significa que la zona es de combate activo, donde tienes que arrastrarte hasta tu compañero herido antes de arrastrarlo hacia la zona amarilla. Cualquier refugio, como una pared, un árbol, una roca, etc. puede considerarse zona amarilla: literalmente, cualquier lugar donde no estés expuesto y puedas curar las heridas del caído.
La acción principal del curso ocurrió en estas dos zonas (roja y amarilla). La zona verde simboliza una base u hospital militar: refugios seguros donde los médicos profesionales se ocupan de todo.
Aquí hay una lista de todo lo que se necesita para prolongar la vida de un camarada de lucha y para detener el sangrado de brazos o piernas heridos:
El curso simula circunstancias reales de batalla, así que cada vez que tenemos que salvar a una persona que finge estar herida, toda la acción va acompañada por los sonidos y gritos correspondientes. Además, los instructores disparan armas y lanzan granadas de entrenamiento para crear un mayor efecto.
Así que mientras me arrastro hacia mi compañero, oigo disparos y explosiones. Ahí está, tirado en el suelo con una “herida de bala en la pierna”. Todas las horas pasadas en simuladores de entrenamiento se desvanecen. Me tiemblan los dedos, me cuesta que no se me caigan las cosas, apenas puedo sostenerlo en mis brazos mientras me arrastro fuera de la zona de peligro usándolo como escudo (sí, te enseñan a usar a la persona herida como escudo, nada de cosas de superhombre como ponértelo sobre tu hombro y correr a un lugar seguro mientras vuelo a los enemigos con una bazuca).
Una vez que nos cubrimos, busco en su equipo un torniquete para detener la hemorragia. Sin embargo, de alguna manera todo vuelve a fallar. Mis dedos no hacen caso de las instrucciones que les envía mi mente, el torniquete (que parecía tan sencillo de ajustar en el campamento) ya no funciona. “¡Está a punto de morir por la pérdida de sangre! ¡Muévete más rápido, maldita sea!”, grita alguien.
Sin embargo, de alguna manera me las arreglo para aplicar el torniquete, la víctima grita. “¡Olvidaros de su dolor, el dolor no importa! Hay que salvarle su vida, no hacerle sentir como si estuviera en las Bahamas”, nos dijeron de antemano.
Envuelvo el vendaje alrededor de su pierna con todas mis fuerzas para cerrar la “herida”. Su vida está a salvo, por ahora. Puedo descansar un poco antes de los siguientes ejercicios.
El resto del día se dedicó a seguir rutinas similares bajo diversas condiciones de batalla y a vendar diferentes tipos de heridas de bala.
Aprendimos algunas verdades desagradables sobre el entrenamiento de los paramédicos militares. Los instructores nos dijeron que a algunos aprendices incluso se les exige que aprueben exámenes reales con animales heridos, lo que es ilegal en Rusia y en muchos otros países, pero aparentemente en algunas naciones africanas se utilizan cerdos para ello.
Incluso nos mostraron imágenes de soldados (de nacionalidad desconocida) hiriendo intencionadamente a un cerdo para imitar heridas de guerra, antes de que se ordenara a un paramédico que lo salvara.
Incluso vimos imágenes en Internet de cómo unos soldados disparan a los animales a través de los pulmones mientras aún estaban vivos para que los médicos militares intentasen curar las heridas.
“Es la fea verdad del mundo en el que vivimos. Los hombres deben ser capaces de trabajar bajo estrés y saber cómo operar en circunstancias reales de batalla”, nos dijo un instructor.
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