“No recuerdo cómo empezó todo. Subía fotos mías en Instagram y gastaba todo el dinero que tenía en suscriptores y anuncios.
Había diferentes reacciones. Había quienes decían cosas ofensivas. Obviamente, no es del gusto de todos. Algunos me escribían con admiración cosas como: ‘Sigue adelante, sigue con lo que estás haciendo’. Después de conseguir los primeros 3.000-4.000 suscriptores, no hubo ni un solo comentario negativo u ofensivo”.
“Después de superar los 10.000 suscriptores, aumentó la cobertura y otras chicas con quemaduras empezaron a escribirme mensajes. Me enviaron fotos y videos. Muchos eran de historias tristes. Algunas tenían entre 12 y 14 años y se sentían presionadas porque no eran parte de un grupo, porque habían sido expulsadas o porque tenían algún tipo de ‘defecto’”.
Me escribió una chica que tenía anorexia y estaba en una situación espantosa. A través de mi cuenta de Instagram pude recaudar 65.000 rublos (1.050 dólares) para ella”.
“El incendio se produjo cuando tenía cuatro años. Mi madre salió a la tienda a por pelmeni y todo se quedó a oscuras. No teníamos luz en el apartamento porque no la habíamos pagado. Decidí encender una vela porque me asustaba la oscuridad. Vi cómo iluminaba. Recordé que una vez mi madre había prendido un hilo. Decidí hacer lo mismo con mi camisón, así que prendí fuego, pero el material se quemaba y no se apagaba.
Sólo tenía cuatro años, no entendía que me quemaría con él”.
“Era un vestido de encaje, así que ardía muy lentamente. Entonces, el material estalló de repente. Grité, llamaba a mi madre, pero ella no estaba. El vestido seguía ardiendo en mi cuerpo. Decidí intentar apagarlo. Había una silla en el pasillo y otra en la cocina. Corrí de una silla a otra, de un lado a otro, y finalmente se apagó.
Pasaron varias horas hasta que volvió mi madre. No lo recuerdo, mi mamá dijo que sólo se iría cinco minutos. Era el primer día de junio, el Día del Niño. Era verano y cuando ella regresó, ya estaba oscuro, así que no podían haber sido cinco minutos.
Cuando volvió, me acerqué a ella y empezó a tratar de quitarme el vestido. Pero estaba completamente atascado. Había unos paramédicos que vivían en el primer piso de nuestro edificio. Me senté con ellos en la ambulancia mientras me inyectaban algo en el pecho. Eso es lo último que recuerdo. Luego caí en coma y permanecí inconsciente durante dos meses”.
“Cuando desperté, mi madre no estaba. Mis brazos estaban atados a mis piernas y me picaba el estómago. Empecé a sacudirme. Estaba muy preocupada, no podía hablar, no podía caminar y no podía sentir las manos ni estirar las piernas.
Incluso antes del incidente ella no estaba para ayudarme. Después, cuando pasé un tiempo en la UCI, ella nunca me visitó. Fue un fuego tan fuerte que me quemó las glándulas mamarias, los pezones, todo. Necesitaba un donante para hacer un trasplante de mi piel, la que estaba menos dañada. No podían usar la de mi madre porque estaba bebiendo”.
“Pasaron algunos años, y cuando empecé a ir a primero en la escuela, ella volvió a beber mucho otra vez. Trató de recuperarse, pero después de unos años volvió a beber. Se metían conmigo en la escuela. Cuando volvía a casa, mi madre decía cosas como: ‘Te odio, nunca te he llamado hija mía’.
A los nueve años, me lanzó un cuchillo. Fui a la policía y presenté una denuncia. Me llevaron a un orfanato, donde estaba bajo vigilancia, ya que sabían lo mal que me trataba. Era imposible, hasta aterrador, vivir con ella. Hablé con ella sobre el incendio, pero me dijo que fue un incidente desafortunado y que ella no tenía la culpa”.
“Mi infancia en Komsomolsk del Amur (a unos 1.000 km al norte de Vladivostok) fue dura. Sufrí mucho acoso y presión debido a las quemaduras. Había un niño que corría hacia mí y me tocaba el pecho. Desde niña estaba claro que mis pechos no crecían. Todo el mundo empezó a reírse porque no tenía pechos. Toda mi clase lo veía y era muy humillante para mí. Empecé a llorar (naturalmente).
La verdad es que me he estado recuperando toda mi vida de las quemaduras. Tuve mi última operación cuando tenía 15 años. Pero a medida que fui creciendo, se hizo más fácil”.
“Ahora vivo en Moscú con un chico que conocí por Internet. Me ayudó a recuperarme y a volver a ser yo misma. Él es mi ancla, mi apoyo, el que ha permitido que vuelva a conectarme conmigo misma. Solía ser una persona muy infeliz y muy insegura. Me dijo que las quemaduras no eran gran cosa. Fue la primera vez en mi vida que alguien me decía que no era fea. Al contrario, me dijo que era genial que no fuera como los demás.
Incluso me dijo: ‘De todos modos, la gente del Lejano Oriente es diferente’”.
“Hay algunas situaciones graciosas, como cuando la gente empieza a señalar mis quemaduras, pensando que no me daré cuenta pero en realidad se nota mucho. Podría acercarme a ellos y decirles: ‘¿Qué estás mirando? ¿Quieres tocarlas? ¿Qué es lo que te llama tanto la atención que te hace devorarme con los ojos?’. Hay veces que me puedo volver bastante agresiva. Aunque la mayoría de las veces me limito a sonreír. Te das cuenta de que mucha gente no sabe que lo que están haciendo es ofensivo. Me he acostumbrado pero, aun así, no es agradable”.
“Quiero mostrar a la gente que independientemente de los defectos que sientas que tienes, eso no significa que tengas que limitarte la vida. Si quieres lograr algo, no escuches a los demás. Lo único que tienes que hacer es escucharte a ti mismo y actuar”.
Un día mi amigo se me acercó y me dijo: ‘Sveta, tengo un apodo irónico u ofensivo para ti’. Ugoliok significa pequeño trozo de carbón o algo quemado. Fue hace unos dos años y lo recuerdo porque me parece que ese tipo de autoironía es muy adorable. Me gusta, es como algo muy mío”.
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