Una foca de San Petersburgo se enamora de los humanos y se niega a volver a la naturaleza

Mijaíl Kiréiev/Sputnik
Parece que el pequeño les dio a sus padres adoptivos la nota de aprobado.

Un pescador se encontró con una pusa (una especie de foca sin orejas), mientras pescaba en el hielo del lago Ládoga en la primavera de 2016. El animal era pequeño y probablemente se arrastró durante días hasta que avistó al primer ser vivo. La parte inferior de su cuerpo estaba severamente congelada y necesitaba atención urgente.

El pescador llevó el animal al Centro para el Estudio y Conservación de Mamíferos Marinos en San Petersburgo. A partir de entonces, la foca, a la que se le dio el nombre de Króshik (que se traduce como “migaja”), permaneció en el centro, se enamoró de sus padres humanos y se resiste a todo intento de hacerla regresar a la naturaleza.

Hacia lo salvaje

“Desde el principio, la pusa ha sido propensa a comunicarse con los humanos e inmediatamente nos dimos cuenta de que este animal nos causaría problemas. Nos rogaba constantemente que lo lleváramos de un lado a otro, intentando abrazarnos, y se comportaba como una foca muy atípica”, comenta Viacheslav Alexéiev, fundador de la Fundación Amigos de las Focas del Anillo Báltico en San Petersburgo.

Los biólogos, Alexéiev y su esposa, intentaron liberar a Króshik en el verano de 2016, pero fracasaron sin esperanza: la foca nadó durante 15 minutos en el lago y rápidamente regresó a los sorprendidos humanos. Decidieron mantenerla en el centro por un año más.

A continuación, redujeron al mínimo el contacto con la foca. Conscientes de que a las focas les gusta el contacto por naturaleza, los biólogos frustraron los intentos de Króshik de acercarse a ellos. Sin embargo, Króshik no se ofendió y continuó actuando de una manera tierna y amistosa.

Regreso a casa

Los biólogos intentaron liberar a Króshik una vez más en el verano de 2017, pero este intento fracasó de una manera más épica que el anterior. Esta vez Króshik nadó lejos. Pronto, sin embargo, los informes sobre una foca no identificada, que asustaba a los nadadores y veraneantes de las playas locales (¡por ser demasiado amistosa!), llegaron hasta los biólogos. Sabían que era Króshik.

La trajeron de vuelta al centro y cedieron a la presión de la afectuosa foca, aceptando a regañadientes que Króshik estaba allí para quedarse.

Króshik ahora vive en una piscina al aire libre y nada, come y juega con los humanos. Hace ejercicio para divertirse, se tumba y le gusta que le acaricien.

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