Tres historias de rusas que partieron a Colombia por amor

Mijaíl Sinitsin
Mujeres rusas que dejaron todo por amor para empezar una nueva vida en Colombia. Cada una encontró una Colombia diferente, con oportunidades distintas y condiciones socioeconómicas a veces opuestas.

Ksenia y Malckom

Nos conocimos hace tres años por internet y nos gustamos tanto que seguimos en contacto. Todos los días chateábamos, con ayuda del traductor de Google, pero era my incómodo y decidí aprender español.

Antes de él yo no tenía ninguna idea - ni buena ni mala - sobre Colombia. Sabía que había narcotráfico y guerrilla, pero para mí era un solo país tropical con frutas exóticas, flores, café y oro.

La primera vez vine a Manizales por tres semanas. Desde que llegué sentía que estaba volviendo a casa. Todo su mundo, su familia, sus amigos no eran extraños para mí. Fui recibida con mucho cariño y alegría. Después él fue a Rusia para pasar el Año Nuevo y decidimos que yo viniera a vivir aquí. Llegué en abril de 2015 y en mayo nos casamos.

Entonces empezó otra historia. Yo crecí prácticamente como hija única. Aunque no somos millonarios, nunca nos faltó nada. Mi salario era para mis gastos. Ahora todo es diferente. Vivimos en una casa pequeña, con techo de zinc y con casi toda su familia. Si en mi casa siempre todo estaba limpio y ordenado, hay silencio y tranquilidad, aquí todos gritan, ríen, lloran, escuchan música a todo volumen.

Pero para mí no es un problema, puedo decir que incluso me gusta porque he aprendido a ver la vida de otra forma. Aquí soy menos egoísta, he tenido que negarme a tener muchas cosas por la situación económica. Estoy muy agradecida por esta escuela de vida. La gente es totalmente diferente y en muchos sentidos ha sido un shock para mí. Recién llegué, compraba comida y cocinaba para todos. Hasta que un día Malckom se molestó mucho y me dijo que dejara de hacerlo, que de pequeños eran muy pobres y todos intentaban hacerse con la mejor parte, pero cuando crecieron y comenzaron a ganar dinero, cada uno era por su lado. Por eso compramos comida sólo para los dos.

Tuve un momento duro de adaptación. Como no trabajaba ni tenía libertad de movimientos, pues no me dejaban salir sola, todavía no tenía una rutina. Poco a poco empecé a conseguir clientes (trabajo como masajista y doy clases de yoga). Ya tengo muchos amigos y puedo moverme tranquilamente por la ciudad, todos me conocen.

Otra cosa impresionante en Colombia es que los modelos de belleza están centrados en la exhuberancia del cuerpo femenino. Mi ciudad – Toliatti - es provincial, de trabajadores de una fábrica automotriz, y fue un contraste inmenso ver aquí en todas partes cuerpos semidesnudos y que además tu chico pueda maravillarse y comentarlo delante de ti. En eso se diferencian de los rusos. Los colombianos son muy mirones y corresponden al estereotipo de latinoamericano caliente.

Afortunadamente soy de mente abierta y pude aceptarlo. Pero a lo que todavía no me acostumbro es a la falta de compromiso de mucha gente con lo que dice. Todo lo dejan para mañana, no cumplen con lo que dicen y no puedes contar con ellos cuando es necesario, pues pueden simplemente incumplir y ni siquiera avisar. Creo que sólo dos de cada diez personas no son así.

Extraño de Rusia los productos lácteos, el pan negro, las estaciones del año. Este año incluso me olvidé del cumpleaños de mi mamá, porque es en invierno y aquí no había nieve, y yo no sentía estar en enero. Y también el agua caliente. En Manizales hace frío. Habíamos comprado un calentador eléctrico, pero lo dejamos de usar porque la factura de la luz llegaba muy cara. 

Tatiana y Hermann

Nos conocimos en su primer viaje a Rusia. Yo no trabajaba y apareció la oportunidad de practicar mi español trabajando como guía para él y disfrutar de mi cumpleaños en buena compañía. En cierta forma Hermann fue mi regalo de cumpleaños. 

Estuvo unos días en Moscú y después en San Petersburgo. Todos los días me escribía que no le gustaba la ciudad y decidió volver a Moscú. Después, cuando nos invitó a mi madre y a mí a pasear por la ciudad, pensé que no era tanto la ciudad lo que le había gustado, sino que quería estar conmigo. Luego mi madre lo invitó a cenar a casa y le preparó lo más típico de la cocina rusa. Ese día él pidió oficialmente mi mano.

Yo no sabía mucho sobre Colombia. En mi cabeza estaba en un mismo grupo con otros países latinoamericanos: calor, trópico, frutas, playas exóticas, paisajes espectaculares, salsa. Antes de viajar, busqué en internet información y lo primero que encontré fueron comentarios muy negativos de voluntarios que decían que en Colombia destacaba la total ausencia de cultura, los valores morales y una absoluta miseria. Después leí comentarios de turistas que decían lo contrario, que tenían de Colombia impresiones muy positivas donde las frutas y la alegría de la gente les habían dejado recuerdos inolvidables.

Basada en lo que me contaba Hermann, entendí que Colombia es un país de contrastes y que todo depende del lugar en el que vivas. Si en Rusia en un mismo edificio viven personas de clases sociales y educación diferentes, en Colombia todos están divididos por estratos.

Aquí fui recibida con mucho cariño. Siempre me han acompañado y protegido. La gente en general es más amable que en Rusia y tienen una forma de enfrentar los problemas más relajada. A menudo prometen algo y no lo cumplen, pero creo que desde el principio no tienen intenciones de hacerlo, sino que no se niegan por no decepcionar al otro. Los rusos somos mucho más directos.

La diferencia entre los hombres es grande. Mis amigas casadas con rusos se quejan de que después de casarse sus relaciones se hacen rutinarias y hay una guerra de sexos. Si ella se enferma, la casa está sucia, la nevera vacía y el marido no hace nada. Ahora soy ama de casa, sin embargo él me ayuda, los fines de semana prepara el desayuno. Las mujeres también somos diferentes. Las colombianas son mucho más emancipadas, más centradas en su vida profesional y pueden dejar en un segundo plano a su marido e hijos.

Mi vida ha cambiado positivamente desde que estoy en Colombia. Antes extrañaba el agitado ritmo moscovita, pero ya me he ido adaptando a una vida más relajada y me siento mucho mejor. Hago lo que me gusta, llevo mi propio blog en ruso y en francés.

He tomado un poco la filosofía de vida del colombiano de no preocuparse tanto. Por supuesto extraño a mi familia, a mis amigos y algunos alimentos. También me hace falta sentir la seguridad que tenía de salir a cualquier hora y a cualquier lugar. Aquí si voy al centro siempre me acompaña alguien. La gente habla del peligro, pero yo nunca me he enfrentado a una situación así, sólo una vez que un empleado del gas intentó robar mi argolla de matrimonio. La había dejado en la cocina y noté que ya no estaba sólo después de que él se fue. Llamé a la empresa y luego de varias llamadas y mi amenaza de revisar un supuesto video de seguridad, muy sorprendido dijo que por alguna razón la argolla estaba en su maleta y me la devolvió.

Tatiana y Héctor

Nos conocimos en la universidad. Llegó a Moscú para estudiar con una beca del ICETEX y puedo decir que lo nuestro fue amor a primera vista. Él es una persona muy inteligente, muy encantadora. Cuando terminó la carrera volvió a Colombia, pero al poco tiempo volvió para seguir estudiando y nos casamos.

Vivimos en Moscú durante cinco años, allí nació nuestra primera hija. Nos mudamos a Colombia porque él siempre había querido volver. No teníamos otra opción, pues era el año 92 y él tenía más perspectivas de trabajo aquí que en Rusia, porque en ese momento era el segundo especialista en su área en el país.

Salimos prácticamente huyendo del país, pues con la nueva situación política de Rusia, el gobierno colombiano habilitó un avión especial para trasladar a los estudiantes colombianos que querían volver.

Antes de viajar, me contó muchos detalles de la vida real en su país, por ejemplo, que las relaciones intrafamiliares eran diferentes, las costumbres, etc., así que cuando llegué ya estaba preparada para algunas cosas.

Sin embargo, era un momento crucial en la historia de Colombia por la guerra entre cárteles de drogas. Fue el momento más fuerte del narcoterrorismo. Para mí fue un shock cultural muy fuerte: el caos de las calles (no había paradas de buses), el que la gente siempre dejara todo para mañana, el incumplimiento y la impuntualidad en el trabajo, y lo peor, el cambio de mi marido cuando llegamos.

Tal vez el conflicto empezó porque a mí no me gustaba nada, y pues a él le debía molestar eso. El hecho es que tuvimos dos hijos, estuvimos casados 20 años en total y finalmente nos divorciamos.

Él pertenece a una generación de “machos” para la que son normales comportamientos inaceptables para mí. Sin embargo, yo no podría hacer generalizaciones con respecto a los colombianos. Cada persona es única y diferente, eso no depende de su nacionalidad. Aunque puedo decir que para el hombre colombiano en general la mujer debe ser cariñosa y estar de acuerdo con él. Pero también son muy atentos. Si te quieren, te apoyan. Con un colombiano siempre te vas a sentir amada, tienes toda su atención y cariño.

Cuando viajo a Rusia tengo muchos sentimientos encontrados, complejos. Primero, una nostalgia que oprime el alma. Nostalgia por el olor de la primavera, el principio del verano, el olor de las lilas. También extraño la comida, los frutos del bosque, las fresas. Antes me hacían falta las estaciones del año, pero ahora veo sólo ventajas en no tenerlas. El clima bogotano para mí es muy cómodo. Creo que sólo volvería a Rusia si mis hijos se fueran de Colombia. O tal vez me iría a otro país, no sé. Por ahora mi hijo está estudiando y yo estoy trabajando, así que no pienso en eso.

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