Cómo vivían los físicos nucleares soviéticos

Andréi Sájarov, físico soviético y uno de los creadores de la bomba H. Fue un activista a favor de los derechos humanos y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1975. Fuente: Yuri Zaritov / Ria Novosti

Andréi Sájarov, físico soviético y uno de los creadores de la bomba H. Fue un activista a favor de los derechos humanos y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1975. Fuente: Yuri Zaritov / Ria Novosti

Los físicos soviéticos vivían en ciudades secretas, no podían ir al extranjero, pero a nivel personal tenían mucha libertad y por eso eran capaces de dar saltos cualitativos en la ciencia. ¿Cuál fue la razón de su gran éxito intelectual? y ¿es posible utilizar el modelo soviético hoy en día?

No se puede decir que los científicos soviéticos marcaran la conciencia social. Es más, los institutos secretos y las escuelas técnicas no eran muy inclinados a la actividad pública.

Las personas dedicadas a la ciencia en la URSS, formadas en escuelas científicas, son precisamente esa capa productiva de la sociedad que alcanzaron grandes logros y cuyos frutos hacen sentir nostalgia de la caída de la Unión Soviética. Sin embargo, se da una paradoja: la situación en la que se encontraban estos científicos no se correspondía en absoluto con el de la mayoría de la sociedad soviética. Y así, fueron precisamente estos científicos, que vivían en una situación excepcional, los que proporcionaron los éxitos tecnológicos e intelectuales del siglo XX.

El número de trabajadores científicos de la URSS, si tenemos en cuenta tanto a los que se dedicaban a la educación como a la producción, alcanzó en los años 70 los 10 millones de personas. En las ciencias puras, de acuerdo con los cálculos más generosos, trabajaban por lo menos un millón de personas. Para una población de 242 millones de personas no eran tantos, además como muchos vivían en ciudades secretas apenas  tenían contacto con la masa de la población.

Uno de los principales secretos de esa ciencia de posguerra, que consiguió enviar al hombre al espacio, era la peculiar generación nacida en los años 20-30.

"Todos los pioneros habían conocido la guerra: había quien la había vivido de niño y quien había participado desde el primer al último días”, comenta Andréi Zorin. "Esta sensación de libertad frente a un peligro inmenso, que es algo que a menudo se encuentra en los relatos de los que lucharon en el frente, se les quedó grabada toda la vida. Muchos cuentan que llegaron a la ciencia gracias a que, después de 1945, esta se convirtió en una verdadera tendencia, un camino no trillado en el que el Estado invertía muchos recursos. Tampoco hay que olvidar que el trabajo de los físicos nucleares iba asociado a un auténtico riesgo, se encontraban en constante peligro físico”.

En la base de la concepción del mundo esta intelectualidad científico técnica, que vivía de forma semioculta y creó un poderoso estado nuclear, había valores de libertad, aunque no desde la concepción tradicional liberal.

El famoso premio Nobel Andréi Sájarov, cuando todavía era un joven estudiante, entró en el equipo del físico teórico Ígor Tamm, a quien en su primer encuentro sorprendió con la conjetura de que el uranio en el reactor no debía disponerse de forma uniforme sino en bloques. Esto supuso un importante avance para los físicos nucleares en aquella época y Andréi Sájarov fue incluido en el grupo de investigación científica para desarrollar armas termonucleares.

Sájarov pasó los siguientes veinte años desarrollando un trabajo en condiciones de alto secreto, primero en Moscú y después en un centro especial. Y no fue hasta mucho después que el científico se hizo famoso por sus puntos de vista sociopolíticos.

La clave estaba en la educación

Galina Orlova, docente de la cátedra de psicología de la personalidad en la Universidad Federal del Sur, comenta como "cuando en 1955 el director del Laboratorio secreto B, Blojintsev, presentó en la Conferencia de Ginebra la maqueta de la primera central nuclear, los especialistas extranjeros no quedaron muy impactados, ya habían visto algo parecido en EE UU. Lo que provocó furor fue la capacidad de los soviéticos para organizar la formación en un tiempo récord de cuadros altamente preparados”.

Uno de los miembros de la delegación estadounidense señaló en su informe que "actualmente nosotros no tenemos nada parecido".

La clave estaba en la formación, en un estrecho contacto personal entre los estudiantes y los profesores, que iban al laboratorio o al polígono directamente desde las clases. Apenas había estudiantes estancados, lo que creaba una atmósfera inmejorable.

Con el tiempo se creó escuela pero se redujo la pasión. En los Institutos de Investigación Científica (NII por sus siglas en ruso) empezó a entrar gente a la que ya no le interesaba la ciencia. Los principales rasgos eran el formalismo y la intención de hacer carrera.

"Cuando hoy en día la gente se pregunta dónde ha ido a parar ese ambiente, esa generación, me entran ganas de responder que en cierto modo no se ha ido a ninguna parte", cuenta Galina Orlova.

"Muchos de nuestros entrevistados nacidos en los años 20 y 30 siguen trabajando en sus NII. Además, los trabajadores de larga duración han descubierto otro elemento: una gran movilidad intergeneracional. Ya en los años 70 la gran ciencia se consideraba un asunto de las generaciones que fueron a la guerra.

Actualmente, los descendientes de aquellos 'grandes científicos' eligen caminos diferentes a los de sus familiares. Es cierto que la carrera de los familiares influye en el destino profesional de los más jóvenes pero el resultado final resulta impredecible.

Hay quien se queda en el NII donde trabajaron sus padres y sus abuelos y hay quien se va al extranjero. El nieto de uno de los trabajadores del Instituto de Física Energética, a pesar de haber estudiado siguiendo el consejo de su abuelo, dijo hace poco: “Dejé el instituto, me hice cocinero y soy completamente feliz”.

Redactado a partir de materiales de la revista Ogoniok e información propia.

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