El 30 de diciembre se cumplirán 90 años de la creación de la URSS. Todavía hay personas que siguen mirando atrás para buscar puntos de referencia. Fuente: PhotoXpress
El domingo 30 de diciembre de 2012 se cumplirán 90 años de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un estado que hasta el día de hoy es la patria de origen de más de cuatro quintos de la población de Rusia (el resto de los estados aparecieron ya en la Federación Rusa).
A la URSS le faltó un año para cumplir los 70, y desde entonces no se han calmado las discusiones en la sociedad sobre las causas y las consecuencias de la desaparición del “súperestado”.
En realidad, la anulación de la Unión el 25 de diciembre de 1991 tuvo lugar de la forma más prosaica. Uno de los diplomáticos occidentales que fue a la Plaza Roja la tarde de la renuncia de Mijaíl Gorbachov, quedó sorprendido por la ausencia de gente. Tan solo las televisiones japonesas se congelaban en la calle a la espera de grabar algo histórico.
No hubo masas populares, ni gente que celebrara la caída del imperio, ni protestas contra el desmoronamiento del país.
La sociedad estaba cansada por la prolongada agonía del estado soviético cuyo verdadero final había tenido lugar cinco meses antes en agosto, aceptaron el acto público con alivio y la esperanza de una nueva época.
Sin embargo, a medida que se alejaban del momento en el que no existiera más la URSS, las conversaciones sobre el tema se hacían cada vez más encarnizadas. La toma de conciencia de la irreversibilidad del proceso llegó lentamente, porque en un primer momento eran pocos los que, al parecer, llegaban a creer que eso de una Ucrania independiente o de un Kirguistán soberano iba en serio y para rato, o incluso para siempre.
La relación de los rusos hacia los acontecimientos de diciembre de 1991 es radicalmente diferente de la percepción que existe en el resto de las antiguas repúblicas.
En casi todos sitios la caída del estado benefició tan solo a una minoría, pero en estos países celebran la aparición de un estado propio que, a pesar de todos sus defectos se ve como algo valioso, en lugar de llorar por lo que perdieron.
Sin embargo, hasta el día de hoy la sociedad rusa sigue sin estar convencida de si merece la pena nuestro actual estado o si no serán los restos de otro país más “verdadero”.
Toda discusión rusa sobre el pasado y el futuro está marcada por una tristeza por la pérdida, un pesar por la inactividad, por una retórica básicamente depresiva, a veces propagandística e instrumentalizada.
Esto sucede todavía hoy, a pesar de que la verdadera agenda del país ya no tiene ninguna relación con el pasado soviético. Y la gente, aunque tiene la vista puesta en el futuro, continua mirando hacia atrás, intentando descubrir allí puntos de referencia.
Pero no lo consiguen, todo lo soviético ha sido borrado: en la política, en la economía, en la ideología y la moral. No hay de donde restaurar, hay que crear algo nuevo.
Estamos acostumbrados a enumerar todo lo que Rusia perdió con la caída de la URSS. ¿Pero qué obtuvo? El logro es la otra cara de la pérdida. Rusia se liberó de un estatus de súperestado que no tenía a mediados del siglo XX y que no volverá a tener en el futuro. Me atrevería a decir que no tendrá nunca.
La situación geopolítica de uno de los dos países más importantes del mundo y la esfera de control que se extendía por todo el mundo fue el resultado de una coincidencia única que no volverá a darse.
El mismo concepto de súperestado en la concepción de la Guerra Fría quedará en el pasado. Es un concepto que simplemente no está previsto en un mundo multipolar.
Rusia perdió una parte de su territorio que consideraba y sigue considerando que le pertenece por derecho y que es ancestralmente suyo. Será difícil que desaparezca este trauma, aunque el tiempo lo cura todo, cuando hoy en día se empieza a hablar de Crimea o de Odessa, ya no existe esa antigua nostalgia.
A cambio, Rusia ha logrado una gran libertad (como país y como sujeto político se entiende, la discusión sobre la libertad que se obtuvo y como disfrutan de ella los ciudadanos es otra cuestión).
Esta libertad es el derecho a no participar en todos los procesos internacionales, abstenerse de lo que no tenga una importancia de primer orden y no estar comprometida con grandes misiones, dogmas ideológicos o la constante necesidad de reafirmar su extraordinaria valía.
Durante mucho tiempo esto no se ha visto como una ventaja, al contrario, la cúpula política y una gran parte de la sociedad añoraban precisamente este papel internacional. Es ahora cuando queda claro que, en un mundo donde cualquier pretendiente al poder absoluto responde inmediatamente por sucesos sobre los que no tiene ninguna influencia, no desempeñar este papel puede ser beneficioso.
La explosión en Oriente Próximo de la "Primavera árabe" es un claro ejemplo de esto. De haber tenido Rusia el estatus y las obligaciones internacionales de la URSS, hubiera tenido que involucrarse activamente, intentando dirigir los acontecimientos en una u otra dirección para no perder su papel de liderazgo. Precisamente esto es lo que están haciendo ahora mismo los Estados Unidos y el resultado es dudoso, sino negativo.
La ambición de estar en el “lado correcto de la historia” llevó a Washington a una alianza de facto con fuerzas contra las que EE UU había luchado los diez años anteriores y que les consideran claramente, tan solo un aliado táctico y no estratégico. Y cuanto más dure, más complicado y más peligroso sea el lío que se está preparando en esta parte del mundo.
Rusia lucha allí por unos principios concretos. En último extremo, simplemente se irá, concentrándose en necesidades más básicas. EE UU no puede permitírselo. Hace 21 años vencieron al dragón y han estado disfrutando mucho del triunfo. Sin darse cuenta de que lentamente ocupaban su lugar.
Fiódor Lukiánov es editor jefe de 'Rossiya v globalnoi politike' (Rusia en la política global).
Artículo publicado originalmente en Rossíyskaya Gazeta.
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