El fundador de la Universidad de Moscú, Mijaíl Lomonósov.
Lori / Legion-MediaLomonósov nació en 1711 en el óblast de Arcángel, al norte de Rusia (1.000 km al norte de Moscú) en una familia de un acomodado campesino que iba, como tantos otros antes que él, a pescar al mar. Lomonósov recordaba a su padre como un buen hombre, pero “criado en la más absoluta de las ignorancias”, cosa que no se puede decir sobre él mismo, pues desde pequeño disfrutaba estudiando e incluso leyó varios libros científicos mientras vivía en su aldea.
La vida rural poco a poco se hizo insoportable para el joven, entre otras cosas, por las riñas con su madrastra y por el deseo de su padre de casarlo contra su voluntad. En 1730 se une a una caravana de mercaderes de pescado y huye a Moscú, donde se matricula en la academia Slaviano-Greko-Latínskaya. Como allí no se aceptaban a hijos de campesinos, Lomonósov se presentó como “hijo de noble”.
Al ver que se trataba de una persona culta, en la academia pensaron que el joven era realmente un noble. En 1745 Lomonósov recibió un título nobiliario de verdad, además del rango de profesor de química.
Retrato de Lomonósov de 1757.
Dominio públicoEstudió en diversos lugares: en Moscú, Kiev, San Petersburgo y también en Marburgo y Freiberg (Alemania). Llegó a dominar multitud de disciplinas, desde filosofía hasta metalurgia. Durante todo el tiempo que siguió, continuó cultivando de forma simultánea sus conocimientos en las más diversas esferas.
A Lomonósov lo llaman “el hombre universal” y a menudo se lo compara con Leonardo da Vinci debido a la gran diversidad de intereses y actividades que desempeñaba. Perfeccionó la tecnología de creación de vidrio, desarrolló teorías físicas y químicas (él mismo consideraba que su vocación principal era la química), trabajó en el campo de la astronomía y la geografía, escribió manuales de gramática, obras históricas, odas y traducciones de poesía. Además se le atribuyen varios mosaicos.
Asimismo, el científico desarrolló el proyecto de creación de la Universidad de Moscú (año 1755), la cual lleva su nombre y se considera una de las mejores de toda Rusia.
En 1901, transcurridos 136 años de la muerte de Lomonósov, el profesor de geología Vasili Dokucháiev se topó con las obras del científico y, sorprendido, constató: “Lomonósov plasmó en sus escritos hace ya mucho tiempo la teoría que yo he defendido para recibir mi doctorado, y lo hizo con mucho más detalle”.
Existen otros ejemplos de que Lomonósov estaba adelantado a su tiempo. En 1761 fue el primero en descubrir la existencia de la atmósfera de Venus, que había observado con su telescopio. Antes, en 1754, por lo que se puede deducir de los documentos de la Academia de las Ciencias, desarrolló un modelo funcional de helicóptero, un aparato capaz de elevar el vuelo verticalmente y que disponía de dos hélices. Del mismo modo, la teoría cinético-molecular del calor que desarrolló Lomonósov en gran medida anticipaba el concepto de átomo que no surgiría hasta más de cien años después, es decir, el átomo como partícula esférica rotatoria.
Por otra parte, a juzgar por lo que recuerdan sus coetáneos, no era un científico “de despacho”. En un artículo sobre Lomonósov, Grigori Prutskov, docente de la Universidad de Moscú, relata que mientras trabajaba en la Academia de las Ciencias, Lomonósov “combatió” con vehemencia la tiranía de los alemanes.
Siendo uno de los pocos rusos que por entonces había en la Academia, Lomonósov calificó a sus colegas alemanes de corruptos e incompetentes. Según relata un coetáneo suyo, una vez, en 1743, Lomonósov, “bajo el efecto de vapores del vino”, irrumpió en el departamento de geografía y reprochó a sus colegas su conocimiento prácticamente nulo de latín, los llamó “escoria” y les mostró “un soez gesto extendiendo el dedo corazón”.
Lomonósov no temía mostrarse brusco de carácter ni durante las discusiones con su benefactor Iván Shuválov, amante de la emperatriz Isabel I. Una vez, Shuválov, durante una acalorada discusión le gritó al científico: “¡Estás expulsado de la Academia”. A lo que Lomonósov contestó orgullosamente: “No, a no ser que la Academia se expulse de mí”.
El ruso se encontró con bastante hostilidad, que también observó en la alta sociedad. Así, se ganó la enemistad del poeta y dramaturgo Alexánder Sumarókov, considerado uno de los artistas de más talento de la época. Se llevaban tan mal que, cuando Lomonósov murió por neumonía en 1765, Sumarókov hizo el siguiente comentario: “Por fin se ha apaciguado el idiota y no va a molestar más”.
Otro gran poeta tuvo una reacción totalmente opuesta: Alexánder Pushkin, nacido ya tras la muerte del científico. “Lomonósov fue un grande —escribió Pushkin—. Entre Pedro I y Catalina II, él es el único defensor auténtico de la educación. Creó la primera universidad o, mejor dicho, él mismo fue nuestra primera universidad”.
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