El antiguo espía más famosos es Vladímir Putin.
Eugene Odinokov/RIA NovostiAgentes secretos, sótanos funestos en el interior de la cárcel, escuchas por todas partes y denuncias masivas… Son numerosos los rumores sobre el KGB. El “chequista” más famoso del país es el presidente ruso, Vladímir Putin, y su trabajo como espía en Dresde sigue quitando el sueño a muchos: “¿A qué se dedicaba exactamente Putin en la RDA a finales de los 80?”. No solo la actividad de este departamento era confidencial: los periódicos soviéticos tampoco escribían nada sobre otras divisiones.
“Yo trabajaba en la dirección S, investigación 'no legal'. Nos dedicábamos a investigar los pasaportes y biografías extraños, muchos como yo”, comenta a RBTH el general mayor del KGB retirado Valeri Malevani.
La estructura de esta dirección nunca se desveló. Cualquiera podía llegar a ser agente de la URSS, un ingeniero, un bibliotecario o un corredor de bolsa. En el caso de las estructuras “legales” era más sencillo, porque solían ocupar un cargo diplomático oficial. Por ejemplo, el primer secretario de una embajada siempre era un hombre del KGB.
“En 1981 estuve en Angola trabajando como jefe de sección en la dirección de bases petroleras estratégicas, es decir, como personal civil contratado. Al mismo tiempo formábamos personal para las revoluciones de colores”, comenta Malevani.
El KGB no era nada distinto de otros servicios especiales del mundo, asegura Alexander Mijáilov, que trabajó quince años en operaciones de esta agencia. El Comité para la Seguridad del Estado era un destacamento armado del Partido Comunista, un “Estado dentro de un Estado”, señala Mijáilov.
Algunos dicen que en los sótanos del KGB, por cierto, no se torturaba a nadie. De hecho, no había sótanos en sí. Había una cárcel interior en el séptimo piso del famoso edificio de antes de la revolución en la plaza Lubianka.
Para los “enemigos” del régimen lo más habitual era el exilio a más de 101 km de las grandes ciudades (como para los criminales reincidentes y las prostitutas). Cada año condenaban entre 30 y 60 personas por el artículo 70º, “agitación antisoviética”, y cerca de cien personas por el artículo 190º, por calumniar al Estado.
Sin embargo, a finales de los años 60 el KGB comenzó a asustar también a la nomenklatura soviética. Yuri Andrópov pasó a dirigir el KGB y este órgano comenzó a recibir tres veces más medios y posibilidades que el resto de agencias. Según sus estatutos, el KGB controlaba también los órganos del Ministerio del Interior, algo que no podía no irritar a este último.
Se declaró la guerra y empezaron a salir cosas a la luz. El KGB recopilaba expedientes sobre el gobierno y los órganos policiales al descubrir sus vínculos con el mundo criminal. “Cuando murió Brézhnev, diez coroneles del KGB entraron en el gabinete del Politburó con un expediente cada uno. Andrópov se había convertido en secretario general, en el hombre más importante de la Unión Soviética”, comenta Malevani.
Pero después de conseguirlo todo (desde tropas propias hasta el derecho a la vigilancia indiscriminada) el comité todopoderoso no sobrevivió al golpe de agosto de 1991. En este intento fallido de golpe de Estado los “chequistas” ayudaron a los revolucionarios que pretendían mantener una línea dura contra la perestroika. Algunos fueron arrestados y más tarde amnistiados. En los amplios despachos de la Lubianka se ubicó el recién nacido FSB (Servicio Federal de Seguridad).
¿Adónde fueron a parar los agentes del KGB? No todos encontraron puestos en el FSB, pero sí en el establishment ruso. Diputados, gobernadores, fiscales, viceministros y directores de corporaciones estatales: muchos de ellos están unidos por su pasado en el KGB.
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