Cómo aparecieron los vampiros en la literatura rusa

Cultura
ALEXANDRA GÚZEVA
Resulta que había vampiros entre la nobleza rusa del siglo XIX. Sólo que tenían un nombre diferente.

¿Cree que los vampiros vienen de Europa? No, no vienen de Europa. Es prácticamente un fenómeno autóctono ruso.

“Ustedes (Dios sabe por qué) los llaman 'vampiros', pero yo puedo asegurarles que tienen un nombre genuinamente ruso, ‘upir’; y puesto que son de origen puramente eslavo, aunque se los encuentra por toda Europa e incluso en Asia, no hay base para aferrarse a un nombre deformado por monjes húngaros que se les metió en la cabeza convertirlo todo en latín y de 'upir' crearon 'vampiro'”.

Esta es una cita del comienzo de la novela El vampiro (1841), que en ruso se titula exactamente Upir. El autor es Alexéi Konstantínovich Tolstói, primo tercero de Lev Tolstói, el famoso escritor y escritor satírico ruso.

La fuerza del mal en la literatura rusa

En la literatura rusa ya existían obras en las que aparecían fuerzas impuras y muertos vivientes, una especie de “terror”.

El maestro del género fue Nikolái Gógol y sus ciclos de cuentos y novelas Veladas en Veladas en un caserío de Dikanka (1831-32), Cuentos de Petersburgo (década de 1830) y «Mirgorod» (1835), en los que destaca especialmente Viy, una de las obras más terroríficas de la literatura rusa.

Todas las obras fantásticas de Gogol se dividen en dos tipos:

- O bien son historias con humor, en las que la fuerza impura no da miedo y vive orgánicamente al lado de la gente. En La noche antes de Navidad, un herrero ensilla al diablo y hace que se sirva él mismo.

- O, por el contrario, hay historias muy terroríficas, pseudorrealistas, en las que los muertos se levantan de sus tumbas y asustan a la gente corriente por la noche.

El cuento de A. K. Tolstói es algo diferente.

Los vampiros de Tolstói

La novela El vampiro comienza con una escena en un baile lleno de gente. Un hombre joven, pero ya completamente canoso, llamado Robarenko, le dice al protagonista, Runevski, que el baile está lleno de vampiros. Y enumera quién se encuentra exactamente entre ellos. Robarenko afirma que él mismo asistió a los funerales de muchos de ellos y que, ahora, están aquí, dispuestos a beber la sangre de los jóvenes.

Runevski está confuso y, al principio, se niega a creerlo, considerando loco a su interlocutor.

El personaje se enamora de una joven llamada Dasha, de cuya abuela también se rumorea que es un vampiro. Al parecer, la madre de Dasha murió muy joven... y su sangre se encontró en el vestido de su abuela...

Con el tiempo, según algunos detalles e indicios circunstanciales, Runevski empieza a creer en los vampiros. Y entonces, empieza a parecerle que su amada Dasha tampoco es de este mundo.

Inmerso en sus pensamientos y dudas, Runevski se encuentra con su interlocutor, Rudenko, que le pide que no piense que está loco.

“Sí, amable amigo, yo también soy joven, pero mis cabellos son grises, mis ojos están hundidos, me he convertido en un anciano en la flor de los años: he levantado el borde del velo, me he asomado a un mundo misterioso”.

Ribarenko cuenta una historia misteriosa. Una vez, estando en Italia, él y sus amigos se colaron en una mansión gótica abandonada, a la que todos en el barrio llamaban “casa maldita”. Por la noche, ocurrían cosas místicas. Y ninguno de ellos podía entender qué era delirio y sueño y qué era realidad o incluso tal vez una broma malintencionada de alguien.

Resultó que, mucho tiempo atrás, había habido un templo pagano en aquel lugar, donde ejercían su oficio las lamias, o empusas, que eran muy parecidas a los engendros rusos.

En Moscú, Runevski se encuentra con Vladímir, el hermano de su amada Dasha, que casualmente estaba con Ribarenko en aquella casa de Italia. Y Vladímir cuenta una historia completamente distinta sobre aquella vez (que alguien añadió opio a sus copas de vino).

Al final, el lector tiene que elegir: ¿a quién creer? ¿Al loco Ribarenko, que cree ciegamente en los vampiros? ¿O a Runevski, que duda, pero cree que hay algo misterioso en todo aquello? O a Vladímir, que lo explica todo con lógica, sin sombra de una duda.

El vampiro de Tolstói fue adaptado dos veces a la pantalla. En 1967, se estrenó una película polaca con el mismo nombre y, en 1991, se estrenó en la URSS el thriller Beber sangre.

¿Cómo aparecieron los vampiros en Rusia?

Se cree que Tolstói escribió El vampiro (1841) bajo la influencia de El vampiro (1819), novela del escritor inglés John William Polidori. En ella, por primera vez, el salvaje monstruo chupasangre se presenta como un aristócrata.

Drácula, de Bram Stoker, apareció mucho más tarde, en 1897. Fue el propio Lord Byron quien sugirió el argumento de El vampiro a Polidori. Sin embargo, la similitud de la historia con la de Tolstói se limita al esbozo de la trama.

Ya antes, Tolstói había escrito un relato gótico titulado La familia del vurdalak (1839), en el que utilizaba el neologismo de Pushkin “vurdalak” como sinónimo de “vampiro”. Sin embargo, el relato no se publicó hasta la década de 1880, tras la muerte del autor.

“Upir” es una palabra rusa primordial. En la mitología eslava existían personajes de este tipo: muertos que se levantaban de sus tumbas y chupaban la sangre de los vivos. Algunos “Upires” también eran héroes de los cuentos populares rusos. Pero, en la mayoría de los casos, se trataba de personas excomulgadas por la Iglesia de las que sólo uno se podía proteger salpicándolas con agua bendita.

Los “upires”, en general, se parecen a los vampiros de Europa occidental y los lingüistas creen que las palabras “upir” y “vampiro” tienen un origen común. Por ejemplo, sus parientes verbales, “vupyr” en bielorruso y “vapir” en búlgaro, son muy similares. En la mitología turca también existe una criatura sedienta de sangre llamada “ubyr”, cuyo nombre procede de la palabra “chupar”, “absorber”.

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