Aficionados de Pávlovsk, Tsárskoie Seló y San Petersburgo acudieron a escuchar al autor de los famosos valses. En la sala no cabían todos los que querían escuchar la música del famoso compositor austriaco. El público pidió un bis tantas veces que perdió por completo la noción del tiempo y no se dio cuenta de cómo partía el último tren. Todos tuvieron que quedarse en la estación hasta la mañana siguiente. Strauss tocaba no sólo sus propias obras, sino también las de otros compositores, incluidos los rusos. Y tuvo tiempo de componer otras nuevas: las polcas En el bosque de Pávlovsk y Nevá, la cuadrilla San Petersburgo.
Una vez le entregaron entre bastidores un ramo de rosas blancas con una nota de una desconocida. Tiempo después, en el salón del conde Lev Sollogub, se encontró con una misteriosa admiradora. Resultó ser Olga Smirnítskaia, de familia noble y excelente educación, una de las primeras compositoras rusas. Strauss perdió la cabeza. Incluyó sus obras en los programas de los conciertos, le dedicó valses y polcas y esperaba que pronto se convirtieran en marido y mujer.
Pero los padres de la joven se opusieron a este matrimonio. Creían que el compositor, aunque fuera famoso, no estaba a la altura de su hija. Strauss pidió varias veces la mano de Olga, pero una y otra vez recibió una negativa. Al cabo de un tiempo, se enteró de que su amada se había comprometido con otro.
El compositor conservó toda su vida el retrato de Olga Smirnítskaia. Y en recuerdo de sus temporadas en Pávlovsk y de su amor compuso el vals Adiós a San Petersburgo.
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